El mirador del infinito

descripción de la imagen
Foto Por FGR

Por Mario González

2018-11-09 9:39:20

La saga del Teleférico en el cerro de San Jacinto, de cara a la capital, marca la historia reciente de El Salvador: un país que quiere despegar pero que la guerra hunde; se sobrepone y resurge pero los terremotos, la delincuencia, la decadente situación económica, el populismo y la corrupción le dan el tiro de gracia.

Eran las 6:00 de la tarde de ese gélido 8 de noviembre de 1977 y de repente todo San Salvador y la periferia quedaron en la total oscuridad. En las radios dejó de sonar “Mandy”, de Barry Manilow, o “Don’t worry baby”, de B.J. Thomas, las rompecorazones de la época.

La televisión no transmitió Los Picapiedra ni la Tremenda Corte ni El Zorro, mucho menos las telenovelas como Rina. Todo estaba apagado. El Circuito YSR no pudo terminar de transmitir su ronda de radionovelas, entre ellas Chucho el Roto y El Ojo de Vidrio, ni la Radio Éxitos programó a Raphael, Enrique Guzmán, Jean Franco Plagliaro ni José José, mucho menos la KL pudo pasar sus programas deportivos. En el interior de las casas solo se podía ver titilantes luces de velas.

Las calles quedaron desoladas rápidamente, no por temor a la delincuencia porque para entonces casi no había, sino por el miedo que infundían las supersticiones y las historias y leyendas de fantasmas, como la Siguanaba, el Cipitío o el Padre Sin Cabeza.

No era extraño que “se fuera la luz” por instantes, pero esa vez era preocupante que pasaban las horas y no se restablecía el servicio. Como acontecimientos de ese tipo no eran usuales, el comercio y la industria no tenían plantas de generación auxiliares, así que el hecho tomó a todos sin poder hacer más.

Ese corte de energía marcó el accidentado inicio del recién inaugurado Teleférico, la máxima revelación, el parque de diversiones en las alturas, el mirador del infinito…

Entre el frío y los intensos vientos de la temporada, que calaban hasta los huesos, cientos de visitantes tuvieron que esperar largas horas hasta la madrugada para poder bajar al restablecerse el servicio, por lo que la empresa propietaria contrató microbuses, entre ellos las primeras Coasters y potentes Hi Ace, para evacuarlos y llevarlos hasta sus casas.

No hubo una explicación oficial sobre el corte de luz, pero la gente decía que era uno de los primeros atentados de la guerrilla urbana, que en adelante volvió esa clase de ataques el pan de cada día de los salvadoreños.

Ese noviembre de 1977, “El Año del Gato” en La Femenina, y de “La Espía que me amó” y “Encuentros cercanos del tercer tipo” en el Cine Libertad, marcó un antes mágico, romántico y esplendoroso, y un después sangriento, horroroso y negro como la penumbra de esa noche.

Ese año la guerrilla había iniciado también el secuestro y asesinato de prominentes empresarios, entre ellos el canciller Mauricio Borgonovo, y se atribuía a los escuadrones de la muerte el asesinato de los sacerdotes Rutilio Grande y Alfonso Navarro Oviedo, entre muchas otras personas.

Monseñor Óscar Arnulfo Romero, ahora San Romero de América, había tomado posesión como Arzobispo de San Salvador y denunciaba continuamente desde la Catedral y la radio YSAX esos crímenes y las violaciones a los derechos humanos que cometían los cuerpos de seguridad y los grupos guerrilleros.

El Teleférico San Jacinto, el Reino del Pájaro y la Nube, simbolizó la historia del país en esa época: el parque de diversiones siguió funcionando con grandes esfuerzos y a base de promociones especiales, fiestas de empresas, graduaciones de colegios e institutos, pero finalmente cerró operaciones tras el terremoto de octubre de 1986 y finalmente en 1989; pasó clausurado hasta 1996, cuando fue reabierto con gran derroche de luces y color.

No le fue fácil luchar al Teleférico contra las fuerzas de la naturaleza. El que esto escribe se encontró una vez en medio de una huracanada tormenta eléctrica dentro del parque y debió esperar varias horas a que cesara el diluvio. Cientos de personas, empapadas y tiritantes al igual que yo, se agolpaban para lograr entrar a alguna de las góndolas para bajar y logré colarme en una de ellas. Pero mi terror fue mayor cuando a medio trayecto comenzó a llover nuevamente y mientras bajábamos nos deslumbraban los relámpagos y el estruendo de los rayos a la par, frenando la bajada o haciéndonos bambolear. Llegar a tierra fue una odisea, pero con una descarga de felicidad increíble.

Estas aventuras, para mí, no le robaron al parque su magia ni atractivo.

Sin embargo, aparentemente por desajustes causados por el terremoto del 13 de enero de 2001 y el temor de la gente porque tembló durante un mes más y hubo otro terremoto, justo el 13 de febrero, acabaron con los sueños del Reino del Pájaro y la Nube.

Atrás quedaron nuestras escapadas de adolescentes, las fiestas de graduación, los encuentros familiares, las vistas panorámicas y las aventuras de noches de lluvia en las góndolas, mientras los Bee Gees seguían cantando “Stayin’ alive!” (¡sobrevivimos!).

PD: Después del gustazo viene el trancazo, decía mi abuela… Lo que me esperaba en casa, después de esa noche de diversiones y tensiones, es otra historia…

Periodista