Migraciones: they are a changing!

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Por Francisco de Asís López, Marta Llonch

2018-11-01 9:43:59

“En los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas, las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, […] listas para la vendimia”. John Steinbeck .

La migración es un fenómeno tan antiguo como la humanidad misma. Desde que hace al menos 3 millones de años nuestros ancestros salieron del valle del Rift en África —esa brecha geológica desde Siria a Mozambique— hacia otras regiones del mundo, el fenómeno migratorio ha sido parte inherente de la historia humana: “creced y multiplicaos”.

Actualmente según datos recogidos por Naciones Unidas, se calcula que unos 250 millones de personas en todo el mundo son migrantes: aproximadamente un 3.4 % de la población mundial vive en un país distinto del que nació.

Sin embargo, desde hace unas décadas y, coincidiendo con la aparición de internet y redes de comunicación social, con intensidad creciente, el eco e impacto social-mediático de los flujos migratorios ha aumentado y se presenta con frecuencia, mezclando asimismo intereses espurios, como un problema político, social, económico e incluso de salud pública o seguridad nacional.

A modo de ejemplo, sirvan las reacciones en Estados Unidos, a las puertas de las elecciones del 6 de noviembre, ante la caravana de migrantes centroamericanos que estos días acapara la atención mediática, para darnos cuenta del revuelo y consecuencias que pueden provocar varios miles de personas huyendo de la violencia y la pobreza. El miedo al emigrante, al otro, al desconocido, siempre ha sido, y amenaza con seguir siendo, uno de los ganchos electoralistas inefables en todo el mundo.

Al mismo tiempo, la reiteración de noticias sobre migraciones va produciendo una especie de inmunidad en las mentes y conciencias de la ciudadanía en los países receptores: se convierte por lo tanto en acontecimiento casi cotidiano, salvo que una tragedia nos estropee el desayuno y, poco tiempo después, la marea mediática la cubra para siempre. A modo de ejemplo: ¿Alguien se acuerda de quién era Aylan Kurdi?

Para formarse una opinión lo más completa y ecuánime posible, siempre es aconsejable ver las situaciones con perspectiva, para que los árboles nos permitan ver el bosque. Por ello debemos fijarnos en lo que sucede en otros puntos del planeta. De este modo, volvemos de nuevo la mirada a África, continente que, según prevén las NNUU, albergará al 40 % de la humanidad en 2100. De acuerdo con un informe reciente de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), grosso modo, el continente africano alberga actualmente a 25 millones de migrantes y es el lugar de origen de 36 millones de migrantes.

Dentro de África, Etiopía nos ofrece un caso particular. Y no solo por tener una cultura rica, múltiple y ancestral ni por ser una excepción: es el único país africano que, junto a Liberia, escapó del colonialismo europeo. Etiopía es el segundo país más poblado de África tras Nigeria, con una población cercana a los 100 millones de personas y una extensión de aproximadamente la mitad de México. Paradójicamente, aunque ha estado creciendo en los últimos años a tasas cercanas al 10% anual, sigue siendo uno de los países más pobres: ocupa el puesto 173 de 189 en el índice de desarrollo humano.

Asimismo, es también uno de los países del mundo, y el segundo de África, que más refugiados acoge: un millón de personas. Etiopía brinda asilo a refugiados provenientes de 19 países distintos. Principalmente acoge a personas huyendo del conflicto en Sudán del Sur, de la dictadura en Eritrea (una especie de Corea del norte sin bomba atómica) y del conflicto y la sequía en Somalia. Sin embargo, Etiopía no es solo un país de acogida, sino que, al igual que la mayoría de países del Cuerno de África, es a la vez un país de tránsito y de origen de migrantes. Este en un elemento novedoso en las migraciones de las últimas décadas.

Si anteriormente las migraciones se producían en su mayoría desde las antiguas colonias a sus metrópolis, el fenómeno migratorio ha devenido en un flujo múltiple urbi et orbi.

El caso etíope ofrece algunas similitudes con los países centroamericanos. Partimos principalmente de un gran porcentaje poblacional de edad juvenil y escasez de oportunidades laborales locales, además de índices de violencia social elevados, aunque de orígenes y desarrollo distintos y distantes.

En este sentido, cabe destacar que Etiopía también posee el mayor número de desplazados internos del mundo. En los últimos meses se han exacerbado conflictos étnicos, religiosos o de lucha por recursos básicos de agua, pastos y tierras, a veces con tintes religiosos: esto ha provocado el éxodo masivo de 1.4 millones de personas dentro del país. Actualmente, los desplazados internos esperan en campos improvisados a que la violencia mengüe y puedan volver a sus hogares, aunque la situación diste de ser segura. Todos estos factores, empujan a muchos jóvenes a emigrar en busca de oportunidades o a huir de la violencia.

La gran mayoría de jóvenes etíopes que deciden dejar sus hogares para buscar suerte en otros países elige la ruta oriental. Esta es una ruta de alto riesgo, que implica cruzar el desierto de Yibuti soportando altas temperaturas que a veces superan los 40 grados, cruzar el Golfo de Adén hasta un Yemen devastado por la guerra y, de allí, a Arabia Saudí y los países del Golfo. Emprenden el camino con ayuda de coyotes que se dedican al tráfico ilícito de migrantes, una industria al alza que, según el Institute for Security Studies, mueve aproximadamente 15 millones de dólares al año solo en el Cuerno de África.

Los tres años de conflicto en Yemen no han disuadido a los migrantes que cruzan el país controlado por grupos armados en lucha por el poder. La inseguridad e impunidad imperantes son el perfecto caldo de cultivo para el negocio de los traficantes y contrabandistas, aunque también implican un riesgo acentuado para los migrantes, que son un blanco fácil para extorsiones y trata de personas. Después de todos los peligros del viaje, la llegada tampoco está exenta de dificultades. En 2017, Arabia Saudí deportó al menos a 1.300 personas de nacionalidad etíope por encontrarse en el país de forma irregular.

A pesar de todo, la promesa de encontrar trabajo en los países del Golfo empuja a los jóvenes etíopes a correr el riesgo y probar suerte al otro lado del Mar Rojo: “brincar la barda”.

Pero ésta no es la única ruta posible. Otros deciden emprender el viaje hacia el norte, pasando por Sudan, hacia Libia. El país norteafricano se ha convertido en una tragedia humanitaria. Miles de migrantes son detenidos en centros renombrados por los trabajos forzados, torturas y violaciones a los que someten a los detenidos.

Llegan de todos los rincones de África con la esperanza de subirse a un barco que les lleve a costas europeas. La ruta de Libia a Italia por el Mediterráneo central es la ruta marítima más mortífera del mundo: 14.743 personas han muerto ahogadas desde 2014. Mientras tanto, la Unión Europea se dedica a firmar acuerdos con Libia para impedir que migrantes lleguen a sus costas, destinando millones para que los guardacostas libios intercepten a los migrantes y los devuelvan a los centros de detención. Las NNUU, junto con muchas organizaciones defensoras de los derechos humanos, han calificado esta política de ‘inhumana’. Al mismo tiempo, varios países europeos han decidido criminalizar a las organizaciones humanitarias que rescatan a migrantes cruzando el Mediterráneo, acusándoles de fomentar la inmigración ‘ilegal’.

A pesar de este escenario desolador, 20,000 personas han llegado a Europa por el Mediterráneo central en 2018. Aún más: los intentos de frenar la migración desde Libia no han impedido las llegadas a Europa, solo han desviado los flujos hacia el oeste: 26,350 personas han cruzado el Estrecho de Gibraltar hasta España en lo que llevamos de 2018. Esto demuestra que la estrategia de cerrar fronteras no funciona, solo obliga a la gente a tomar rutas distintas y más peligrosas.

Lo que está claro es que, por una razón u otra, la demanda de libre movimiento seguirá presente en todo el mundo y cualquier esfuerzo para detener las migraciones será en vano. Lo único que pueden hacer los gobiernos es regularlas de forma que las personas puedan moverse de forma legal y segura.

En el próximo diciembre se adoptará en Marruecos el Pacto Mundial sobre Migración en una conferencia a la que asistirán representantes de todos los estados miembros de las Naciones Unidas (excepto Estados Unidos que se retiró en 2017 alegando cuestiones de soberanía nacional). El objetivo del Pacto es reforzar la cooperación internacional en cuestión de migraciones y crear una estrategia global para que la migración se regule de forma que pueda actuar como fuerza positiva o dinamizadora para los individuos, sociedades y estados. Cómo llevar a cabo esta tarea de manera que no cause revuelos sociales es el nudo gordiano.

Mientras la comunidad internacional ha progresado extraordinariamente en regular globalmente otros temas de interés común como el comercio, el terrorismo, los mercados financieros, el calentamiento global, etc., las migraciones se han ido dejando de lado por considerarse un tema demasiado polémico y espinoso cuando las elecciones llaman a la puerta.

No obstante, actualmente está creciendo un amplio consenso internacional sobre el hecho de que ningún país puede regular las migraciones por sí solo y que la única forma de abordar los retos que plantean y potenciar sus beneficios es trabajando conjuntamente. Tenemos la esperanza de que los líderes mundiales, y en particular los centroamericanos, no se limitarán a firmar una declaración de buenas intenciones, sino que sabrán aprovechar esta oportunidad sin precedentes para aprender de otras regiones del mundo, extraer conclusiones y establecer acciones y estrategias conjuntas y novedosas. Los tiempos oscilan al igual que las mareas y, si no sabemos adaptarnos, acabaremos con el agua en el cuello. Como bien recitaba Bob Dylan: “…And admit that the waters, around you have grown… then you better start swimmin’… or you’ll sink like a stone, for the times they are a-changin”.

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