Con el corazón en Roma

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Foto/ Menly Cortez

Por Teresa Guevara de López

2018-10-20 7:04:22

El domingo 14 de octubre más de siete mil salvadoreños estuvieron en la Plaza de San Pedro para la canonización del primer salvadoreño elevado a los altares: San Óscar Arnulfo Romero. Varios miles viajaron desde San Salvador, otros tantos se desplazaron desde varios lugares de Italia, pero muchos lo hicieron desde lugares tan remotos como Australia, Europa y América. Todos bajo la bandera azul y blanco.

Pero todos los salvadoreños tuvimos el corazón en Roma, junto al Papa Francisco, para dar gracias a Dios porque la canonización del Obispo Mártir, nos llena de esperanza que por su intercesión lograremos la paz y la justicia que tanto necesitamos y que para lograrla, Monseñor Romero hizo resonar su voz recordando el mandato evangélico y la Doctrina Social de la Iglesia.

Confieso que nunca escuché una homilía de Monseñor Romero ni conocí su trayectoria como sacerdote y pastor, ni el contenido de su diario personal, que es una muestra impresionante de su espiritualidad, su intensa vida interior y su devoción a la Sagrada Eucaristía y a la Santísima Virgen, ya que en los años 80 la confusión política y la amenaza de la teología de la liberación no nos permitieron reconocer la talla del Arzobispo.

Pero ante la decisión de la Iglesia de canonizarlo, los católicos debemos comenzar a conocer el largo proceso de estudio de la vida de Romero, sus escritos y homilías, que se llevó a cabo en la fase diocesana, a cargo de Monseñor Rafael Urrutia, y en Roma por el prefecto para la Causa de los Santos y el milagro realizado en Cecilia, confirmado por los médicos que la atendieron.

Fue impresionante la ceremonia de la canonización, con el tradicional diálogo entre el Cardenal Angelo Amato, prefecto para la Causa de los Santos, quien hace al Santo Padre una primera petición: Que inscriba a Óscar Arnulfo Romero en el catálogo de los santos. El Papa responde pidiendo a todos una oración que se realiza en silencio. En la segunda petición, el Cardenal pide con más fuerza, la inscripción en el catálogo de los santos. La respuesta del pontífice es que se invoque al Espíritu Santo, mientras el coro canta el Veni Creator, antiguo himno de la Iglesia invocando al Paráclito. Y en la tercera petición, el Cardenal recuerda la promesa de Cristo que enviaría al Espíritu de la verdad, insistiendo en la inscripción del Beato en el catálogo de los santos.

El Papa entonces lo confirma con una declaración impresionante, solemne y contundente: “En honor de la Santísima Trinidad, para la exaltación de la fe católica, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los santos apóstoles Pedro y Pablo y la nuestra, después de haber reflexionado largamente invocando muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos en el episcopado, declaramos y definimos santo al beato Óscar Arnulfo Romero”.

“ROMA LOCUTA, CAUSA FINITA”, expresión que para los católicos significa que al hablar Roma, en la persona del Papa, no hay nada que opinar, especialmente porque al repetir el Credo, nuestra profesión de fe, afirmamos creer en Dios Padre, en su Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo y en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.

En la misma semana, en el homenaje de reconocimiento al Dr. José Gustavo Guerrero en el Palacio de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, el actual presidente Abdulqawi Ahmed Yusuf, dijo sentir mucho orgullo porque se rindió tributo a dos notables salvadoreños: Monseñor Óscar Arnulfo Romero en Roma y al Dr. Guerrero en La Haya. San Óscar Arnulfo es ya un santo universal. Pero es un santo nuestro.

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