Sordos y sin vergüenza

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Por Erika Saldaña

2018-08-20 5:00:18

Sordos, así son la mayoría de los políticos de El Salvador. Pensamos que después de los Acuerdos de Paz, al quitarle al presidente de la República la facultad de ser un reycito y delegar más poder en los políticos electos en la Asamblea Legislativa, el país sería mucho mejor. Creímos que la división del poder político nos aseguraba más balances y contrapesos, elemento necesario en una república. La premisa fundamental detrás de la idea anterior era que los políticos siempre tendrían en su mente el bienestar de la mayoría. Pero no fue así. Lo que inició con buenas intenciones, queriendo quitar el poder al presidente y regresar a la Fuerza Armada a los cuarteles, derivó en otra esfera de poder que ahora actúa a su antojo.

“Los poderosos hacen lo que desean y los débiles sufren los abusos”, dijo Tucídides, filósofo e historiador griego, durante las guerras del Peloponeso. Aplicándola a nuestra realidad, el poder pasó de pertenecer a un par de personas, a muchas después de los Acuerdos de Paz; pero la actitud de los que lo usan sigue siendo la misma. Hacen lo que quieren y nosotros los ciudadanos no somos escuchados y sufrimos las consecuencias. Lo peor, la mayoría de políticos se consideran intocables e impunes.

Por eso es que son sordos y sin vergüenza. Podemos señalarlos, quejarnos, pedir que renuncien y simplemente no nos hacen caso. Por eso crean viceministerios a conveniencia, para proteger funcionarios cuestionados; por eso se suben el sueldo cuando no ponemos atención; por eso compran camionetas que no necesitan o tienen vales de gasolina que despilfarran; por eso algunos se hicieron cirugías plásticas y tomaron licores finos a nuestras costillas; por eso tenemos diputados que casi matan policías; por eso contratan a parientes, amigos o más que amigos en plazas del gobierno. Por eso el gobierno está inflado de gente y es, buena parte del tiempo, inefectivo e ineficiente. ¿Por qué lo hacen? Simple, porque pueden.

¿Y por qué pueden? Primero, porque los hemos dejado. Y, además, porque después de los Acuerdos de Paz los políticos se han asegurado de manejar las elecciones de funcionarios a su antojo, para que el sistema de frenos y contrapesos funcione lo menos posible. Por eso no quieren una buena Corte Suprema de Justicia, una Corte de Cuentas efectiva, un buen Fiscal General o una Sala de lo Constitucional independiente. El Estado para muchos de ellos ha sido un buen negocio, un buen protector o la escuela de negocios de Harvard. Basta ver cuántos millonarios hay o han salido de la Asamblea Legislativa.

Cuando se trata de sus obligaciones, muchos de nuestros políticos hacen las cosas a medias. Una reforma de pensiones que es un parche, aprueban medidas extraordinarias que en poco o nada solucionan los problemas de delincuencia, son inefectivos en lograr que la población tenga agua todo el tiempo, construyen pasos a desnivel que no resuelven el problema del tráfico, mantienen los hospitales sin medicinas, mandan el presupuesto de la nación incompleto y los otros se los aprueban.

Caso especial es la elección de magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Esta es una elección para la década. Los cuatro magistrados de la Sala de lo Constitucional anterior fueron independientes, dejándonos un país con mayor control y participación ciudadana. Pero estos cambios no son irreversibles y a muchos les gustaría volver atrás, al tiempo en el que las cúpulas partidarias de los partidos decidían con muy poquísimo o nada de control. Los diputados de todos los partidos están sacrificando la idoneidad de los candidatos para satisfacer sus intereses privados, queriendo poner en el puesto a personas que no han comprobado su competencia para el cargo.

Lo peor de todo es que los políticos no escuchan. Les decimos que respeten la institucionalidad, que hagan bien su trabajo, que los balances, los contrapesos y la transparencia son herramientas para lograr el bien común. Pero no nos escuchan, no tienen vergüenza; creen que la ganancia inmediata de muchos de ellos y sus grupos está por encima de la mayoría. No hay que quitar el dedo del renglón; aspiremos a una república en la que los políticos ya no sean sordos y sin vergüenza. La ciudadanía debe actuar. Esto tiene que cambiar.

Abogada