¿Por qué hoy? ¿Por qué yo?

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elsalvador.com

Por Alexandra Araujo

2018-08-12 5:00:59

Hace ocho meses una amiga me escribió preguntándome si estaba dispuesta a sentarme con un grupo de mujeres que trabajaban a favor de los derechos de la mujer y conocer acerca de las iniciativas que ellas impulsaban. Una vocecita en mi cabeza me dijo: “No te metas en ese lío”; pero, luego de más de una década trabajando en temas de género, estoy convencida de que el empoderamiento económico, los derechos humanos y la educación están íntimamente relacionados. Impulsar un tema en forma aislada significaba seguir a paso lento y con resultados limitados. Aunque temía exponerme con temas tan delicados, porque tengo mucho que perder, decidí aceptar la reunión. Después de todo, pensé, seguramente las mujeres salvadoreñas teníamos algo que ganar si trabajábamos juntas.

Coordinamos una reunión a finales de enero; conocí a dos mujeres liderando diferentes iniciativas y organizaciones, específicamente relacionadas con derechos humanos y violencia en contra de la mujer. La conversación fue muy cordial e informativa, estábamos muy cautelosas en el uso de palabras, exposición de ideas y manifestación de creencias. Al final de la reunión, la incógnita de todas era la misma; parecíamos venir de mundos distintos. ¿Podríamos trabajar juntas? Con mucho más en contra que a favor. Agendamos una segunda reunión de trabajo que generó una cadena de nuevos encuentros.

Conmovida por la injusticia, impactada con los datos “duros” de nuestro país (y del mundo), temiendo la agresión personal que podía recibir, decidí comenzar abordando a un grupo cercano de amistades. Me sorprendió el interés y conocimiento; pero lo que más me impactó fue la valentía con la que me encontré. La gran mayoría de ellos estaba dispuesta a dar la cara públicamente, algo que yo no había considerado como parte de mi rol activista. Fue la valentía de ellos lo que me empujó hablar públicamente de temas tan complejos. En el proceso, comprobé que nada es blanco o negro, si lo fuera todo sería mucho más fácil.

Reconozco que soy una persona con privilegios, pero eso lejos de descalificarme, me genera una gran responsabilidad para actuar y construir nuevos puentes que siembren confianza y esperanza en nuestra sociedad. En esta misión por la mujer, que es por la sociedad entera también, contamos con personas de diferentes géneros, ideologías políticas, religiones y un sinfín de profesiones. No todos pensamos igual, pero lo que nos une es el deseo de un mejor país, el interés por establecer un diálogo y la valentía para enfrentar una sociedad divida con un tremendo temor al cambio. Estoy segura de que más se sumarán.

Como resultado de los cuestionamientos de personas preocupadas con mis intenciones, considero oportuno aclarar algunas cosas: No estoy a favor del aborto; No estoy trabajando para erradicar a los pobres (pero sí me sumo a las iniciativas que buscan erradicar la pobreza); y, no estoy a favor de promover la “ideología de género” (no conozco “conspiraciones internacionales”).

Vivimos en un país donde 1 de cada 3 embarazos son de niñas y adolescentes menores de 17 años, que por consecuencia limitan su educación y oportunidades de desarrollo quedando condenadas a la pobreza. Por esto, sí creo en la educación sexual responsable, en la importancia de fortalecer la autoestima y el respeto en nuestra sociedad.

Vivimos en un país donde el 75 % de las agresiones sexuales contra mujeres son hechas por un familiar o una persona conocida de la víctima (5,019 abusos sexuales de mujeres en el primer trimestre 2018). Por ello, sí creo en brindar herramientas puntuales para que niños y niñas puedan identificar el abuso sexual y puedan protegerse.

Vivimos en un país en donde la mayoría de hogares están conformados únicamente por un adulto (no necesariamente la madre o el padre) o ninguno. Por ello, sí creo en educar a docentes y adultos sobre los riesgos que nuestros hijos se exponen, especialmente con la tecnología.

Creo en trabajar para corregir lo que evidentemente está mal en nuestra sociedad: la violencia. Si ocuparse para que niñas y mujeres se fortalezcan, estén conscientes de sus derechos y que puedan enfrentar sus vidas con mejores herramientas me vuelve “ingenua” u otro calificativo menos decoroso; recibo las acusaciones y ofensas con orgullo y al mismo tiempo redoblo mis esfuerzos para seguir trabajando contra estos flagelos.

Los desconfiados se preguntarán ¿qué gana la mujer salvadoreña? ¿Qué pierden mujeres como Alexandra? Mi respuesta es que, si en esta lucha, la mujer salvadoreña gana visibilidad acerca de los problemas críticos que nos afectan a TODAS. Sin importar el estrato socioeconómico, nivel de educación, edad y otros. Si en esta lucha, se abren espacios de dialogo y se da visibilidad a problemas evitando los extremos, la descalificación personal, y los fantasmas ideológicos. Entonces, logramos el objetivo. Personalmente, lo único que he perdido, es el miedo.