Cinismo y candidez

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Jugadores de Águila celebran uno de los goles anotados al Sonsonate en el partido de la fecha 01 del Apertura 2018 / Foto Por Tomada de @cdaguilaoficial

Por Carlos Mayora Re

2018-08-10 8:56:04

Cuando George Orwell publicó su novela “1984”, a mediados del siglo XX, quizá no imaginó lo tremendamente profética que sería. El “gran hermano”, la omnipresencia del poder en todos los ámbitos por medio de la “policía del pensamiento” y principalmente la “neolengua” son realidades que han ido adquiriendo asombrosa realidad.

En cierto modo vivimos en una sociedad orwelliana, pues tiene en común con la novela aspectos como la vigilancia masiva por medio de cámaras ubicuas, la manipulación de la información (“fake news”, posverdad, silencios programados) y la presencia de modas y corrientes de pensamiento globales que saturan las redes sociales.

De todos esos elementos, quizá el más significativo es la implantación sin prisa pero sin pausa de una neolengua, cuya finalidad no es simplemente imponer un nuevo modo de hablar con miras a sustituir el lenguaje estándar, tal como lo conocemos; sino, como apunta el mismo Orwell: “Además de proporcionar un medio de expresión para fundar la visión del mundo, y los hábitos mentales a voluntad del ‘Ministerio de la verdad’, su fin principal es hacer imposible cualquier otro modo de pensamiento”.

Para ejemplo, el tuit de una muchacha, que escribía recientemente: “Aunque estoy segura de que soy una persona bisexual, he descubierto que me gustan solo los chicos, así que en realidad soy unibisexual”… La pirueta mental es notable, pues quizá su mundo, su gente, su manera de interiorizar la realidad, le impiden declararse, sencillamente, una persona heterosexual.

Pero no es mi propósito meterme en los vericuetos de la ideología de género y su manipulación del lenguaje (¿de la realidad?) a que nos tiene acostumbrados, sino ahondar un poco en fenómenos de tipo político en boga en nuestra sociedad.

La neolengua de 1984, y su eficaz y nefasta capacidad de encantar, se complementa muy bien —en tanto explicación de la manipulación de las personas por medio del lenguaje— con “Los orígenes del totalitarismo” de Hanna Arendt, un tratado que identifica en los menos pensantes una peligrosa mezcla de candidez y cinismo que hace reales, para ellos, las cambiantes mentiras y exageraciones de su amado líder.

Escribe, hablando de las condiciones que posibilitaron la llegada al poder a líderes totalitarios en la Europa del siglo pasado: “En un mundo siempre cambiante e incomprensible, las masas habrían llegado al punto en que, al mismo tiempo, creerían en todo y en nada, pensarían que todo era posible y nada era cierto… Los líderes basaron su propaganda en la suposición psicológica de que, bajo tales condiciones, podían hacer creer a la gente las declaraciones más fantásticas un día, y confiar en que si al día siguiente se les daba una prueba irrefutable de su falsedad, se refugiarían en el cinismo. Entonces, (los menos pensantes) en lugar de abandonar a guías que claramente les habían mentido, reaccionarían diciendo que sabían desde el principio que todo era una mentira, misma que en nada habría disminuido su devoción a los líderes, precisamente por su astucia táctica superior”.

Para ilustrar, cito otro ejemplo tomado del Twitter de un seguidor del candidato naranja: “Es una especie de Stark, siempre luchando contra todos los viejos poderes, sorteando trampas y artimañas legales (…) ha hecho lo que ha tenido que hacer: sobrevivir. Y ahora está en la carrera hacia el Juego de Tronos”.

Así es como se llega no solo a tomar lo falso como verdadero, y viceversa, sino a destruir de raíz la conexión de cualquier discurso con la realidad, a dejar los seguidores a merced del iluminado, pues al cercenárseles la relación de las declaraciones con el mundo real, dejan de ser capaces de juzgar por sus propios medios. Que es, en esencia, el propósito último de la neolengua: llegar a considerar como verdadero, únicamente, lo que el líder identifica como tal.

Ingeniero
@carlosmayorare