Está bien que sucedan las cosas…

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Jugadores de Águila celebran uno de los goles anotados al Sonsonate en el partido de la fecha 01 del Apertura 2018 / Foto Por Tomada de @cdaguilaoficial

Por Jorge Alejandro Castrillo

2018-08-10 8:53:40

Primer acto. Año: 1973. Hora: nueve de la noche. San Salvador a oscuras y silente, la circulación de vehículos prácticamente nula. Mes de invierno, ¿septiembre, octubre, noviembre? pues cuando bajó del taxi mi padre portaba —cargaba, para los santanecos— el paraguas que había llevado precaviendo lluvia. Mi hermano y yo, recién llegados, informábamos de lo sucedido a mi angustiada madre a quien encontramos, en bata sobre el pijama, esperándonos en el zaguán de la casa. —“Su papá salió a buscarlos en un taxi”, nos había dicho ella minutos antes de que un taxi se detuviera frente a la entrañable casa sobre “la tercera” que tantas personas recuerdan con cariño. Yo cursaba bachillerato; mi hermano, tercer ciclo. Después de cenar habíamos conseguido, a punta de argumentos y ruegos seguramente desesperantes, que nos prestaran el carro para “ir a jugar maquinitas” a un local en el bulevar de los Héroes. El dinero que llevábamos habría alcanzado para no más de una hora. Quiso la suerte que nos encontráramos con una “maquinita” que, mal funcionando, nunca daba por terminado el “jueguito”. Así, realmente sin percatarnos, pasamos horas enteras jugando… hasta que nos dimos cuenta y salimos, “cual almas que se las llevaba el diablo”, de regreso a casa.

Segundo acto. Mientras mi padre cancela la tarifa del taxi, empezamos a tratar de explicarle lo sucedido. Sin atendernos, agradece y despide al taxista. Siguen nuestros atropellados intentos por justificarnos. —“Entren a la casa, por favor”, dice, tranquilamente, por toda respuesta. Obedecemos. En el corredor de la entrada caminamos, en fila, mi madre, mi hermano y yo. Al tiempo que cierra la puerta lo oímos decir la frase, desde entonces, inolvidable: “Está bien que sucedan las cosas… para que no vuelvan a pasar”. Seguramente siguió diciendo algo, pero la lluvia de paraguazos que caía sobre mi espalda no me permite recordar sus palabras. Pasó la justa cólera sin más consecuencias que un paraguas doblado, inservible para proteger de la lluvia de allí en adelante. En rápida audiencia, fuimos oídos luego en ese expedito juicio en el que habíamos sido previamente vencidos. Nunca más me volvió a pasar, no sé si a mi hermano, quien no se llevó paraguazo alguno.

Guardando las abismales distancias, he recordado el educacional incidente a raíz del juicio al expresidente Saca y sus adláteres. Mucho se ha discutido en años anteriores acerca del valor educativo del castigo. Si de educar se trata, a mí no me cabe la menor duda: ante una falta cometida, el castigo debe ser una consecuencia necesaria. “El castigo sin venganza” es una obra de Lope de Vega en teatro que tendremos que leer pues es así como debe castigarse, sin venganza, sin pasiones, en estricto apego a la ley. “Dura lex, sed lex” es el aforismo romano que hasta los legos en derecho conocemos. Si es este el primer paso importante en esa dirección, lo saludo sinceramente.

He comentado en anteriores oportunidades el repelús que me provoca el morbo que este tipo de noticias desata entre nosotros. Sobrarán Pilatos en las próximas semanas, me atrevo a predecirlo. “Yo no tuve que ver con eso”, “No sucedió en mi año”, “Yo pasando iba, concentrado en otras cosas como estaba, no me podría haber dado cuenta”. No vengan ahora con escupitajos que no les quedan bien a quienes estuvieron en posiciones en el gobierno, en el partido o en el seno de sus negocios en las que necesariamente tendrían que haberse percatado de los malos manejos cuando estos se estaban iniciando. Se lavarán las manos en público, pero dormirán menos tranquilos por las noches sabiendo que no hicieron lo que —en consciencia— podrían y deberían haber hecho.

Lástima que se acaba el espacio, ya me había empezado a entusiasmar. La telaraña parece ser muy amplia y otros insectos habrán de caer. Señores candidatos presidenciales, señoras y señores funcionarios públicos, señoras y señores empresarios que, cercanos al chorro de la corrupción, alguna vez han salido salpicados, les dejo una tarea como en sus tiempos de escuela. Explique usted: ¿qué significa el refrán “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”?

Sicólogo