Un legado especial

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Por Mario Aguilar Joya

2018-08-10 8:38:07

“Legado” es definido por la Real Academia Española como “aquello, sea cosa material o inmaterial que se deja o transmite a los sucesores”. Así, hay legados inmateriales que nos fueron dados por nuestros padres para poder ser exitosos en la vida; otros vienen de grandes maestros que a lo largo de la vida han estimulado nuestro crecimiento académico; otros son de amigos que nos han acompañado lealmente compartiendo el conocimiento y aprecio que ellos mismos han adquirido en sus años de vida. La finalidad del legado es que todo esto perdure aun cuando aquellos que nos lo proporcionaron ya no se encuentran con nosotros.

Algunos pocos legados vienen de personas a los que nunca conocimos porque vivieron hace mucho tiempo o en lugares distantes y sin embargo su estimulo y herencia es visible. El legado del personaje al que nos referimos este día es especial precisamente por ser perseverante y muy significativo, no solamente para aquellos que tienen algún tipo de discapacidad física, sino que para todos nosotros pues en muchas ocasiones nuestras verdaderas discapacidades todavía permanecen ocultas.

Esta mujer excepcional nació con el nombre de Helen Keller, el 27 de junio de 1880, en una población de Alabama, Estados Unidos. Su parto fue catalogado como normal y fue considerada como una niña perfectamente sana; sin embargo, posterior a una infección a la edad de 19 meses, diagnosticada como “fiebre cerebral”, probablemente meningitis o encefalitis, quedó con las secuelas de ceguera y sordomudez. A pesar de que la adversidad la golpeó muy temprano en la vida, su capacidad intelectual se mantuvo intacta y le permitió superar las adversidades.

La profesora encargada de educarla, Anne Sullivan, tenía solamente 20 años cuando conoció a Helen Keller. Su experiencia en el cuidado y enseñanza de niños con este tipo de discapacidades era mínima, sino decir nula. Después de perseverancia y mucho trabajo, logró enseñarle el lenguaje de señas táctiles y lectura digital de labios, para ayudar a comunicarse con los demás. Iniciando así una amistad que duraría casi 50 años y que permitió a Helen Keller poder leer, escribir, comunicarse con el mundo circundante y eventualmente poder confiar en personas aún cuando no podía ver ni oírlas.

Los legados de la instructora Anne Sullivan fueron, sin duda, muy importantes: para Helen Keller la amistad que la acompañó durante la mayor parte de su vida y que le permitió la seguridad necesaria para solventar las múltiples adversidades de sus discapacidades, y por quien alguna vez manifestó: “Caminar con un amigo en la oscuridad es mejor que caminar solo en la luz”.

Y para el mundo entero, el legado es demostrar que la falta de experiencia puede ser compensada con trabajo duro y perseverancia. Un ejemplo para aquellos que en el mundo actual siguen “solicitando experiencia” para iniciar cualquier trabajo. Si ese hubiese sido el caso de Anne Sullivan, una licenciatura y una maestría sin duda no hubieran sido suficientes.

Recientemente tuve la oportunidad de presenciar la graduación de dos jóvenes profesionales con discapacidades. El primero, un joven sordomudo que se graduaba de ingeniero en una universidad salvadoreña; la institución había hecho los arreglos para que durante la ceremonia se realizara la “traducción” completa del evento. El segundo, un psicólogo que completaba sus estudios de una universidad en San Luis, Misuri, Estados Unidos, recibía su título de maestría en compañía de su perroguía, fiel acompañante durante su vida.

Los dos nuevos graduados completaban así su entrenamiento académico, presentándose ante la sociedad como dos competentes profesionales. Ambos, sabiéndolo o no, capitalizaban el legado especial que Helen Keller había iniciado hace más de cien años, cuando manifestaba: “Aun cuando tengas un problema, no es necesario que te conviertas en un problema para los demás”.

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