The times they are a-changin’

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Un testigo declaró que el exalcalde ofreció $5 mil por matar a un sujeto, pero para el juez eso no bastó y lo absolvió. Foto EDH/lissette monterrosa

Por Daniel Olmedo

2018-07-12 9:27:52

En 1987 Ronald Reagan, frente al Muro de Berlín, pronunció aquel histórico discurso: ¡Señor Gorbachov, derribe este muro! Dos años después caían esas infames paredes. Sobre ese ripio se construyó un nuevo orden económico mundial. Vino el tiempo de la apertura comercial y la globalización.

En 1994 entró en vigencia el NAFTA. Con él inició una ola de acuerdos comerciales bajo la lógica de derribar fronteras para los capitales, bienes y servicios (la deuda pendiente siempre fue el libre tránsito de personas). En El Salvador esto alcanzó su auge con el CAFTA, y luego con el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea.

Pero el nuevo orden mundial siempre tuvo enemigos. Los movimientos globalifóbicos, muchos líderes religiosos, y políticos e intelectuales de izquierda abanderaron el reclamo contra la apertura comercial.

No llegó el fin de la historia. El mundo eventualmente cambiaría. Y cambió. Pero el giro vino del lugar más inesperado: de la derecha, y de los mismos Estados Unidos.

El ahora nuevo orden mundial inició con la asunción del presidente Trump. Comprar americano y contratar americano, dijo el presidente en aquel discurso que también pasará a la historia. El proteccionismo ha vuelto.

Son un eco casi imperceptible las palabras de Reagan exigiendo derribar los muros. Hoy suenan con fuerza los llamados a construirlos. Los globalifóbicos, líderes religiosos, políticos e intelectuales que lucharon por tanto tiempo contra la globalización deberían estar satisfechos. Con Trump ganaron (por hoy) esta batalla contra el liberalismo y la apertura comercial.

De Trump podrá decirse cualquier cosa, pero es un tipo determinado. Dijo que lucharía contra la globalización y lo está haciendo. El anunció de elevar los aranceles al acero y al aluminio fue el primer golpe que sacudió al mundo.

Algunos empresarios comienzan a cabildear con los políticos para que se unan a la nueva tendencia y les protejan de la competencia internacional. La bandera de la defensa de la industria nacional es cautivadora, pero cara. La ilusión del nacionalismo la gozan los empresarios con mejor acceso a los políticos, pero la pagan los consumidores.

El proteccionismo ya desató una guerra comercial. Los protagonistas son China y los Estados Unidos. Trump impuso aranceles de hasta el 25 % a más de ochocientos productos chinos. Xi Jinping contestó imponiendo aranceles a diversos productos estadounidenses, desde la soja hasta el petróleo.

Este juego mundial nos impacta. Los primeros síntomas de la ola proteccionista llegaron cuando en la campaña presidencial local se escucharon consignas a favor de defender a la industria nacional. Luego, en esta semana, comenzaron las advertencias ante eventuales inversiones chinas.

¿Debemos construir nuevos muros? ¿Tras tantos años de intentar atraer inversión extranjera, corresponde ahora obstaculizarla? ¿Nos conviene limitar las opciones de inversión o es momento de expandirlas?

La competencia beneficia a los consumidores, y la competencia extranjera no es la excepción. La defensa de la competencia implica abrir los mercados, no cerrarlos.

Probablemente lo que más nos conviene es proteger a los consumidores defendiendo la competencia, y abriendo nuestras fronteras a todos, sin discriminar el país de origen. Somos tan pequeños que nuestra única alternativa es abrirnos al mundo, a todo el mundo.

Bastiat decía que cuando los bienes no cruzan las fronteras, los soldados lo hacen. Derribemos los muros en nuestras fronteras comerciales, en lugar de construir más.

The times they are a-changin’, pero, lastimosamente, no en el sentido esperanzador que en 1963 inspiró la canción de Bob Dylan. Vienen tiempos difíciles para el liberalismo. Defender la apertura comercial e izar la bandera de la libertad hoy será más impopular que nunca, pero vale la pena intentarlo.

Abogado