Votos bajo las balas

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Por Mario González*

2018-03-02 9:46:39

La vida parecía normal, con días de cuaresma soleados y calurosos, agua de mar, olor a incienso y pescado envuelto en huevo y las infaltables torrejas. Pero en los rostros de los salvadoreños se reflejaba tensión, temor a que en cualquier momento se desatara el infierno de las bombas y las balas en las calles.

En los vecindarios se decía que grupos guerrilleros habían amenazado con irrumpir a tiro limpio en los centros de sufragio o mutilar los dedos manchados a los que fueran a votar. Pero esto no impidió que la gente saliera masivamente a votar desde temprano ese 28 de marzo de 1982, con colas interminables a la entrada de escuelas y otros sitios designados.

De por medio había una tarea titánica: había que elegir la nueva Asamblea Constituyente que redactaría la Carta Magna que aún nos rige (aunque reformada) y que sería base para erigir una democracia para los nuevos tiempos.

Nosotros, jóvenes idealistas y enemigos de la injusticia (babyboomers, pero “millennials” de entonces), nos preguntábamos cómo era posible que los ciudadanos fueran a votar cuando realmente imperaba un régimen de facto, formado por militares y civiles golpistas que no parecían buscar sinceramente la paz, sino prolongar la guerra.

Después de ir a votar con mis padres y mi abuelo Juan, mi abuela María, muy sencilla pero sabia, me lo aclaró todo: “Es que no queremos que haya totalitarismo ni violencia”. Tenía razón. Era la resistencia a cualquier totalitarismo, guerra y farsa política. Frente a nosotros estaba Nicaragua languideciendo por falta de alimentos como ahora les sucede a los venezolanos. Ni papel higiénico tenían solo dos años después de haber logrado el triunfo de su “gloriosa revolución”.

Los sandinistas que entraron heroicos a Managua el 19 de julio de 1979 sumieron al país en la peor de sus crisis económicas, suprimieron libertades, establecieron un Estado policial, persiguieron a la Iglesia e indoctrinaban a sus niños en las escuelas, incluso enseñándoles el manejo de armas.

Ante la resistencia cívica liderada por el cardenal Miguel Obando y Bravo, los sandinistas atacaron y expulsaron a sacerdotes y trataron de crear una “iglesia popular” sumisa a ellos. Al año siguiente, cuando el inolvidable Papa Juan Pablo II visitó el país no dudaron en desplegar “turbas divinas” para abuchearlo y generar desórdenes en la multitudinaria misa que presidió.

El acontecimiento se recuerda con la escena del Pontífice reprendiendo al cura y poeta Ernesto Cardenal, arrodillado, por su complicidad con un régimen opresor y ateo.

Nuestros padres y abuelos tenían claro que en El Salvador no funcionaba un sistema perfecto, pero había que sustentarlo. Era “mejor encender un vela que maldecir la oscuridad” como nuestros vecinos.

Actualmente tampoco tenemos un sistema perfecto, pero funciona y ha costado sangre y fuego construirlo y debemos fortalecerlo. Se firmaron acuerdos de paz y ahora todas las corrientes políticas participan y miden fuerzas libremente.

Estas elecciones no son tan cruciales como para redactar una nueva Constitución, pero sí para garantizar que los derechos que ella tutela sean salvaguardados. De quienes elijamos como diputados dependerá que se escojan los mejores profesionales para la Sala de lo Constitucional, el Fiscal General y los magistrados de la Corte de Cuentas, funcionarios clave en la lucha contra la impunidad y la corrupción.

Si fuimos capaces de desafiar el miedo en 1982, tenemos que ser capaces ahora de desafiar la apatía, la comodidad y a los falsos redentores que nos piden quedarnos en casa o anular el voto. Nuestros padres y abuelos nos dieron el ejemplo.

Periodista