El círculo vicioso

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Familiares participan ayer en la mañana en el velorio de Lorena Michelle, en Atiquizaya. Foto EDH / Roberto Díaz Zambrano

Por Por Mario Vega*

2013-09-22 6:01:00

El ser humano vive la vida siguiendo principios adoptados de antemano que le permiten responder a los momentos sin necesidad de nuevas evaluaciones analíticas. Los valores son principios por los cuales regimos nuestras vidas y los principios son verdades con valores autónomos. Basándose en su educación, su entorno y los modelos que le rodean las personas deciden a qué principios darles valor y por cuáles orientar sus vidas, y esos principios son sus verdades, para bien o para mal. Los valores son elegidos por criterios subjetivos y, aunque influidos fuertemente por las condiciones sociales, no son determinados mecánicamente hasta el punto de suprimir la responsabilidad.

El modelaje mutuo es de tal manera influyente que puede generar sinergias por las que los valores se convierten en ondas culturales que alcanzan a números cada vez mayores de personas. Al hacer una observación reposada de nuestro entorno de país, no es difícil percibir que los principios a los cuales se le ha dado realce han sido la deshonestidad, la viveza, el soborno, la mentira y el latrocinio del erario público. Tal situación ha desencadenando una corrupción que degrada las áreas del quehacer humano donde el honor y la rectitud deberían ser la norma: la política, el deporte y la religión.

En el caso salvadoreño, sin duda que esas tres áreas constituyen las grandes pasiones. Los debates más encendidos se producen alrededor de esos temas y la animosidad que provocan se atiza tan fácilmente que con frecuencia generan agresividad que puede desembocar en violencia y, algunas veces, incluso en muerte. En las tres áreas ocurre que los protagonistas son unas pocas personas y eso mueve a la creación de modelos que generan expectativas elevadas entre las mayorías. Cuando quienes deberían ser modelos actúan con bajeza se trata de una minoría pisoteando las expectativas de las grandes mayorías. Eso, defrauda a las personas pero al mismo tiempo alimenta la espiral de desesperanza que inclina a las personas a actuar bajo la misma detestable norma si, por desgracia, un día la vida les condujera a esas mismas posiciones de liderazgo. Pero, dado que las mayorías no alcanzarán esas posiciones, se produce la generalización. La descalificación de las grandes vocaciones a partir de la conducta inmoral de unos. Las personas se ciegan a los pocos modelos de virtud disponibles y los honorables, para proteger su imagen construida, evaden esos campos para dejarlos en manos de los deshonestos y mentirosos. De esa manera el ciclo se completa y se cierra afirmando como verdadera una norma que debería ser la excepción.

El círculo vicioso así establecido es criticado y rechazado por las mismas mayorías que se encuentran inclinadas a actuar de manera igualmente viciosa en cuanto se presente la oportunidad. Otros, proponen un cambio a partir de la enseñanza de valores y responsabilizan al hogar y a la escuela por el descuido. No obstante, la enseñanza de los principios no se logra por las definiciones escolares. Los principios se fraguan por la exposición de las nuevas generaciones a modelos vivos de integridad. Lastimosamente, estos escasean mucho. Pero, el honrar y destacar la honestidad y la honorabilidad de las personas que las poseen constituye una necesidad impostergable si es que en verdad se desea romper los modelos del vicio para establecer pautas nuevas de humildad y servicio.

*Pastor general de la misión cristiana Elim.