Carta sobre la violencia estúpida: ¿Qué diablos nos pasa?

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El cantante mexicano Luis Miguel durante un concierto que brindó en Acapulco el 26 de marzo de 2018. Foto/EFE

Por Paolo Lüers

2018-11-21 7:46:39

El pasado sábado viajé de Santa Ana a Suchitoto, por la carretera de San Pablo Tacachico. Una tarde hermosa, paisajes preciosos, la anticipación de pasar un fin de semana tranquilo, todo perfecto…

Hasta que me topé con una piedra, una piedrota, puesta en mi camino, en medio de mi carril, casi invisible en el juego de luces y sombras de sol de la tarde. Cuando la detecté, ya no hubo forma de evadirla.

El choque fue brutal. El carro se levantó, brincó. Sentía que se iba a volcar. No lo hizo. No me pasó nada. El tetunte, metiéndose debajo del carro, hizo torta todo lo que hay (mejor dicho, hubo) debajo del motor.

Bueno, no es la primera vez que la vida me pone piedras en el camino. ¿Pero quién diablos me puso esta? ¿La vida? No creo.

El carro se detuvo, regando aceite, agua y humo. Me bajé y luego de apreciar el lamentable estado de mi amado Jetta, caminé de regreso al lugar de mi encuentro con la piedrota. Estaba en frente de dos casas, y aunque no había visto la piedra en la sombra, sí había visto el grupo de personas enfrente de estas casas. Bueno, en frente exactamente de la piedra.

Luego de saludarlos, les pregunté: Y esta piedra, ¿de dónde salió?

Nadie me respondió. Tampoco nadie me preguntó si estaba bien, si necesitaba ayuda. Nada. Silencio. La única respuesta: risa nerviosa de los niños, caras de yo no fui de las mujeres. Y los hombres se me rieron en la cara.

Las piedras no caminan. Por lo menos no en un terreno totalmente plano. Alguien puso esta piedra en medio del carril. Y no me queda duda que fueron estos hombres que se me rieron en la cara. No sé por qué. O la pusieron ahí por alguna razón desconocida, pero luego decidieron no removerla, o la pusieron para ver quién se iba a estrellar contra ella y hacerse torta. No sé. ¿Un juego de azar? ¿Una manera de divertirse un sábado aburrido?

Obviamente no fue nada personal. ¿Una maldad genérica? No sé. Ni quiero imaginarme lo que motivó a esta gente a poner esta piedra, o no removerla, donde cualquiera se puede matar con ella.

Se escucha de casos donde bloquean la calle con piedras para pararte y robarte. Pero esto sería una maldad con propósito. Esta, en cambio, no tuvo ningún propósito, más allá del placer de ver cómo otro se hace torta. Puedo lidiar con la maldad cuando tiene alguna racionalidad, cuando obedece a un interés. ¿Pero cómo lidiar con la maldad sin sentido? ¿Qué diablos nos pasa?

Pero siempre donde hay maldad, también hay bondad. Un microbús se había parado, el señor presenció la escena con los vecinos sonrientes, y me dijo: “No pierda su tiempo con esta gente, señor. Mejor levantemos su carro. Yo le remolco. Vámonos”.

El buen samaritano me remolcó hasta Aguilares, donde me esperó mi mecánico para llevarse mi carro al taller. No pasó nada que no se arreglará con dinero, en este caso unos $1,500.

Pero sí pasó algo. Pasó algo que no debe pasar. Algo malo sin sentido. Suficiente nos pesa la violencia criminal para además tener juegos perversos de violencia al azar.

Saludos, Paolo Lüers