Carta a los que ven El Salvador en el espejo de Chile o al revés: Están equivocados

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Carlos Pacas observa la cárcava que se ha formado en el último mes en una zona verde de la Residencial México. Foto EDH / Eduardo Alvarenga

Por Paolo Lüers

2020-10-26 3:57:47

Casi da hueva de tener que decirlo: Chile no es El Salvador. El Salvador no es Chile. Confundirlos es un error estúpido o una mentira. 

Erran (o mienten) quienes por estar en contra del intento del gobierno Bukele de cambiar la Constitución de El Salvador se identifican con la campaña del NO en el plebiscito sobre una nueva Constitución en Chile. Mejor revisen bien quiénes promovieron el NO y se darán cuenta que no son quienes comparten el compromiso de la oposición salvadoreña con la democracia y contra la militarización… 

Y también erran (o mienten) los que por el triunfo del SÍ en Chile ven legitimado el intento de Nuevas Ideas de convocar también en El Salvador una Constituyente y redactar una nueva Constitución.

En Chile, exigir una nueva Constitución tiene sentido. Luego de la dictadura de Pinochet, Chile no ha pasado por una refundación democrática concertada como la salvadoreña del 1992. Nosotros, para superar el militarismo y la violenta exclusión de la oposición del sistema político y constitucional, pasamos primero por una guerra y luego por una compleja construcción de paz y democracia, en la cual participaron no solo los dos bandos enfrentados en el conflicto sino todos los sectores de la sociedad. Las lecciones históricas aprendidas y los cambios concertados se plasmaron en una reforma constitucional acordada por todos los partidos representados en la Asamblea. Además esta reforma fue respaldada por la insurgencia al punto de deponer sus armas y por la Fuerza Armada depurada al punto de abandonar la política y someterse al poder civil constitucional. Ambos, la exguerrilla y la Fuerza Armada, se comprometieron a respetar y, de ser necesario, defender lo establecido en los Acuerdos de Paz y en la reforma constitucional del 1992: el pluralismo político incluyente; el fin de la lucha armada para alcanzar y para retener el poder; el fin del dominio de los militares sobre la política; la independencia del órgano judicial; el respeto a los Derechos Humanos y las libertades…

Este proceso nos ha dejado con una Constitución que, aparte de reformas puntuales, no necesita un nuevo proceso constitucional. En El Salvador, el hecho de que desde arriba, desde el gobierno, usando una comisión presidencial dirigida por el vicepresidente sin ningún sostén institucional, se prepare una nueva Constitución es un paso atrás.

No me corresponde a mi juzgar cuáles son los cambios que necesita hacer Chile en su Constitución para consolidar su democracia, y cuáles son las propuestas que pondrían en peligro la democracia representativa. Pero si el 80% que votó por abrir el proceso constitucional, e incluso el 20% que se opuso, participan activamente en la composición de la Constituyente y en los debate nacional sobre la nueva Carta Magna, los chilenos pueden aterrizar en un consenso amplio aceptable para toda la sociedad, incluyendo las minorías. 

En el 80% en favor de una nueva Constitución están representadas todas las corrientes políticas e ideológicas de Chile, con excepción de la extrema derecha. Algunos aquí lo quieren pintar como si los chilenos hubieran votado en favor de una Constitución al estilo bolivariano, de un modelo chavista. Seguramente hay sectores en Chile que pretenden esto, pero son muy minoritarios. El 80% votó por abrir un proceso en el cual todos participarán y todos tendrán derecho de vetar cualquier locura. No es un proceso dirigido desde las cimas del poder, tampoco por una minoría con tendencias anti democráticas. 

Así que, calma pueblo, Chile no ha votado por el modelo chavista, y tampoco por un movimiento continental de botar las Constituciones.

Saludos, Paolo Lüers