Carta sobre historia: El muro de Berlín

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Actualmente, los compatriotas solo votan por el mecanismo de voto postal en elecciones presidenciales. Foto EDH/Archivo

Por Paolo Lüers

2021-08-13 1:34:52

Estimados amigos:

El día que escribo estas líneas, el 13 de agosto, es el aniversario 58 de la construcción del muro que dividió en dos partes la ciudad de Berlín. Se convirtió en el símbolo de la división entre el bloque oriental y el occidental, entre comunismo y capitalismo, entre dictadura y libertad.

Pero para los ciudadanos de Berlín no era ningún símbolo. Era un absurdo muro que corría por toda la ciudad, cerrándoles el paso a la casa de sus padres o amigos de toda la vida. Dividía físicamente familias, barrios y a los habitantes de una misma calle. Un lado era parte del imperio soviético, el otro del bloque encabezado por Estados Unidos, y entre ambos reinaba la guerra fría.

Yo estaba recién llegado a Berlín, con mis 19 años y sed de libertad. No podía creer lo que veía. Miles de trabajadores de Berlín Oriental, vigilados por soldados fuertemente armados, levantaban el muro con elementos prefabricados. El gobierno de Alemania Oriental, o más bien el Politburó del Partido Comunista, o más bien el Kremlin en Moscú habían decidido ya no dejar que sus propios ciudadanos abandonaran el supuesto ‘paraíso de los obreros y campesinos’. Demasiados obreros, técnicos, médicos, ingenieros y estudiantes se habían escapado a Berlín Occidental, donde había abundancia de productos, diversiones y libertades. BILD, el periódico más popular de Alemania Occidental, llevaba diariamente en su portada la cuenta: 1800 refugiados, 2050, 3015...

La gente decía: como en Alemania Oriental no hay elecciones, la gente expresa su voluntad “con las patas”, huyendo, buscando la vida en la parte capitalista del país.

Los primeros días, mientras se estaba levantando el muro, había diariamente decenas de miles de ciudadanos fugándose, aprovechando que el muro con todo el sistema de vigilancia aún no estaba completo. La gente se lanzaba al río para pasar a la otro orilla. Soldados botaron sus fusiles y corrieron al otro lado de la calle. Gente venía caminando por los túneles del metro.

Toda la ciudad -en ambas partes- estaba en shock, nunca se había visto ni imaginado semejante cosa. Una tristeza colectiva se apoderó de la ciudad. Para mí fue la primera vez que en serio tuve que pensar sobre la libertad, no en teoría, como concepto, sino como algo que se necesita para respirar y vivir. Pasé horas recorriendo Berlin para ver cómo crecía el muro, esa herida abierta y dolorosa en la ciudad.

El muro, con los años, se perfeccionó en un sistema sofisticado de vigilancia, con una franja que la gente llamaba ‘zona de muerte’, sin vegetación, sin casas, y en la cual los soldados, apostados en torres de vigilancia, tenían órdenes de disparar al que se movía.

El muro no sólo atravesaba la ciudad de Berlín, sino también rodeaba completamente la mitad occidental, convirtiéndola en una isla en un territorio hostil.
Luego, atravesó todo el país, del mar Báltico hasta las montañas del Sur.

Para salir de Berlín, tuvimos que sujetarnos a estrictos controles fronterizos, tanto en los trenes como en las autopistas. Berlín Oriental sólo se podía visitar con un permiso especial que a veces lo daban y otras veces lo negaban. Estaban estrictamente reguladas las cantidades de dinero y mercancías que se podía llevar en estas visitas. El país se terminó dividiendo en una parte rica y otra con escasez de todo.

La ciudad y el país, con los años, comenzaron a separarse culturalmente: el muro en las cabezas de la gente. De manera que cuando en 1990 Berlín y Alemania fueron reunificados, el muro físico desapareció, pero no el mental. Nos costó décadas para realmente reunificarnos como nación.

Estoy haciendo memoria de todo esto, porque es necesario que todo el mundo sepa lo peligroso que es la división política extrema e impuesta por dictaduras. Los muros que nos dividen toman formas muy diferentes...

Saludos, Paolo Luers