Carta sobre ‘la farsa’ de la guerra: Los escuadroneros

descripción de la imagen
La pena de muerte en la horca permanece vigente en Irán- Foto Pixabay.com

Por Paolo Lüers

2021-03-19 4:36:23

Estando en Managua me perdí la boda de la hija del escuadronero. Mi amigo y mentor H. estaba invitado, y aunque para un reportero de guerra es un insulto que lo confundan con uno de bodas, aceptó. Asistir a una boda en la casa de este señor encajaba en su proyecto de hacer un reportaje sobre los escuadrones de la muerte. Me pidió acompañarlo, y acepté, pero me mandaron a llamar a Managua. Ni modo.

H. fue a la fiesta y tomó las fotos, pero salió algo nervioso. Había recibido mensajes de no meter su nariz en cosas que no le competen. Ahora está pensando que la investigación sobre los escuadrones posiblemente será lo último que hará en El Salvador.

Susan Meiselas, la fotógrafa de Magnum, ya se fue, luego de que debajo de su jeep reventó una mina, en la zona baja de Guazapa. Fue un accidente, aunque muchos también lo querían vender como otro asesinato. El ejército había anunciado que tenía limpia de minas y otros peligros la carretera entre Aguilares y Suchitoto. Los periodistas se confiaron y se les reventó una mina, y el camarógrafo sudafricano Jan Mates murió y Susan salió herida. Entendible que no se quiso quedar... Pero nos estamos quedando solos, quedan pocos de los corresponsales serios y de confianza. 

Un día que paso por el parque Cuscatlán, en la 25 Avenida se hace una cola, porque está atravesado una camioneta Cherokee, igualita a la que le tomamos fotos en el taller donde H. y yo alquilamos los carros. El taller del papá de la novia de aquella boda. Varios hombres armados andan persiguiendo a pie a dos hombres, los agarran, y los suben a la Cherokee. Les sigo por toda la Calla Arce, y cabal, llegamos al mismo taller. Tomo fotos cuando los meten por el portón, pero cuando me doy cuenta que un vigilante me está observando, arranco quemando llantas. Luego, H. me regaña: “Por esta imprudencia te pueden matar, cabrón”.

El día siguiente, esperando afuera de la embajada gringa, donde quiero solicitar una cita para hablar con el encargado de prensa, escucho unos disparos. Corro al redondel y por la 25 Avenida en dirección sur veo cómo policías nacionales sacan del supermercado a dos hombres y los suben a un pick up. Uno de los detenidos me ve tomando fotos y me grita su nombre, antes de que lo callen con un golpe de culata. Decido seguir el pick-up. Baja hasta el Boulevard Venezuela, llega al Bulevar del Ejército y entra a la fábrica de harina Molsa. No me puedo acercar al portón, demasiados hombres armados. Corro a la oficina de la Comisión de Derechos Humanos, les doy el nombre y adónde lo llevaron, y les prometo para la mañana las fotos. Dudo que ellos les puedan salvar la vida a estos dos hombres.

H. dice que lo andan observando. Parece que saben que anda detrás de una historia sobre los escuadrones. Le digo que mejor se vaya un rato para Estados Unidos. Los roles se han invertido, hoy él es el que está en riesgo, y yo soy el razonable y prudente. Hacemos un deal: Yo lo llevo a Morazán, a la Radio Venceremos, y luego él saldrá del país, hasta que las cosas se calmen. “Ok, Paolo, f... the death squads!”