El color marcó el auge de la civilización griega y sus monumentos

Sus estatuas, sus santuarios, sus templos y, en primer lugar, el Partenón de Atenas estaban pintados, no eran las estatuas y columnas blancas o color mármol que vemos hoy en día.

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Las embarcaciones para uso deportivo como los yates o las motos acuáticas deben registrarse con la AMP. Foto EDH/ Archivo

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2019-01-13 7:36:16

Las coloridas vestimentas de las mujeres en la Edad de Bronce en Grecia se exhíben en el Museo Arqueológico de Atenas, todo basado en fibras y vestigios que se obtienen en las excavaciones arqueológicas que se realizan en esa maravillosa tierra, la cuna de la Civilización Occidental y cuyas ideas, formas de expresión, maneras de ver el mundo y sus deidades son uno de los tesoros de nuestro tiempo.

Prácticamente desde el momento en que el hombre comenzó a pensar y a dejar su condición de hombre simio, comenzó a adornarse con flores, tatuajes y plumas de colores. Y lo que esos cavernícolas han dejado en las paredes de esas cuevas, como Lascaux y Altamira, asombra no solo por su colorido, sino también por la exquisitez y sentido de armonía en la composición cromática como para asemejarse a lo mejor del arte contemporáneo.

Los aborígenes americanos, que no superaron la Edad de Piedra, sin embargo vestían telas de muchos colores y en sus grandes ceremonias, cuando arrancaban el corazón de una víctima para ofrendarlo a los dioses del maíz, los colores y los humos eran parte esencial de los ritos.

Y el color reina en el mundo, con excepción de los países bajo regímenes totalitarios como fueron Alemania Oriental y es Cuba hoy, donde todo es gris en los dispensarios, lo que “hemos visto con nuestros propios ojos” en Potsdam antes del despachurramiento del glorioso bloque socialista de naciones.

Volvamos a Grecia. Sus estatuas, sus santuarios, sus templos y, en primer lugar, el Partenón de Atenas, estaban pintados, no eran las estatuas y columnas blancas o color mármol que vemos hoy en día. Y obviamente como se puede ver en las pequeñas aldeas y las islas, las casas eran coloridas, aunque la mayoría de paredes fueran blancas como en los pueblos blancos de Andalucía, que dejan el color para puertas y ventanas.

Pero eso no vale para las pobres matronas de tales lugares vestidas de negro y pasaditas de libras….

Lo que es una incongruencia, dado que las féminas de todas latitudes, hasta donde pueden, usan lo que pueden para dar colorido a su personas, desde “rayitos” en el cabello hasta diferentes tonos y colores de lápiz labial y colorete en las mejillas.

El totalitarismo lleva al odio contra natura

En deliciosa obra de humor, antes muy leída pero que ahora está un tanto olvidada al menos fuera de Francia, La Isla de los Pingüinos, Anatole France (seudónimo) cuenta de un cura medio cegato que, por un naufragio, cae en una isla poblada por pingüinos y, naturalmente, también pingüinas que él confunde por seres humanos y procede a bautizarlos, lo que genera una gran discusión en el cielo: si vale el bautizo, prevaleciendo los defensores de la forma sobre el fondo y, por lo mismo, esos pingüinos y pingüinas quedan convertidos en seres humanos.

Y las pingüinas se avergüenzan de su desnudez y buscan cómo cubrirla, lo que rápidamente lleva a colores, a maquillajes y a la coquetería, lo que no entendió Mao, el gran genocida comunista, cuando uniformó a TODAS las chinas en un mismo gabán floreado sin nada de maquillajes, como las pobres cubanas de hoy, a quienes sus míseros salarios no les alcanzan ni para tintes, ni sombras, ni perfumes, desodorantes, ni zapatillas de colores.

Todo contra natura, la natura del eterno feminismo.