"Me dolió pensar cómo haría sola para manejar el negocio": Sandra dirige una funeraria manejada solo por mujeres en San Salvador

Sandra Cañenguez es dueña de la funeraria Monte Tabor, ubicada en el centro de San Salvador. Ella vive y labora en su negocio junto a sus dos hijos, quienes ella asegura son su motivo de salir a trabajar todos los días.

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Sandra Elizabeth Cañénguez Ramírez, de 48 años, es dueña desde hace 15 años de la funeraria Monte Tabor ubicada en la 17 avenida norte entre la primera y 3a Calle Poniente, San Salvador. Foto EDH / Francisco Rubio

Por Francisco Rubio

2021-04-28 9:00:01

En el negocio de la funeraria se pensaría que por la pandemia el negocio aumenta, pero la realidad es otra.

Para las funerarias pequeñas como la de Sandra sus gastos aumentaron debido a que ella debe de invertir en materiales de limpieza y de bioseguridad.

Sandra Cañenguez junto a Elsa Gloria Mejía lideran la Funeraria Monte tabor.
Foto EDH/ Francisco Rubio

 

Sandra Elizabeth Cañénguez Ramírez, de 48 años, es dueña desde hace 15 años de la funeraria Monte Tabor ubicada en la 17 avenida norte entre la primera y 3a Calle Poniente, San Salvador. Ella conoció el negocio de las funerarias en su antiguo trabajo en Capillas Memoriales. Ahí aprendió sobre ventas, pero su emprendedurismo lo tenía en mente desde mucho antes.

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“'Vos vas a ser Don Nadie, tal vez te gradúas de mamá'. Así me decía mi hermano y ahora yo soy dueña de mi propio negocio y él es solo un empleado". Sandra tenía en mente desde los siete años que quería ser dueña de un negocio y a los 33 años lo logró.

Junto con su esposo pidieron un préstamo y fundaron su funeraria, pero luego se separaron y ella se quedó con las deudas. “Lloré porque si me dolió el desamor, pero créame que me dolió más pensar en cómo haría yo sola para manejar el negocio”.

Cada noche, cuando ya no había tráfico, Sandra salía con el carro fúnebre para aprender a manejarlo. “Pasaba a la par de los policías y solo se me quedaban viendo extrañados pero nunca me pararon”. De a poco fue saliendo adelante y apuntalando el negocio con el cual hoy mantiene a sus dos hijos.

“Yo siempre les digo a mis hijos que no hay que tenerle miedo a la muerte. Cuando ven los cuerpos en el ataúd me dicen: Mami, ¿Verdad que está dormidito? A mí me da risa y les contesto que sí”.

Para la familia, la funeraria también es su hogar y ahí tienen sus habitaciones. Sus únicas pertenencias son una cama, algo de ropa, una Biblia y un silabario.

Sandra vive dentro de la funeraria junto a sus dos hijos. Sus únicas pertenencias son una cama, sus prendas, una biblia y un silabario, Foto EDH/ Francisco Rubio

 

La pandemia

Sandra comenta que la pandemia vino a cambiar totalmente su vida y su negocio. Hoy tiene que invertir más en su equipo por los trajes de bioseguridad y seguir los complicados protocolos covid-19.

“Uno creería que por la pandemia el trabajo aumentaría, pero no, disminuyo”, cuenta Sandra.

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La mayoría de sus clientes son personas de medio o bajo estatus económico. La pandemia obligó a muchos de sus clientes a mudarse o aislarse, lo que hizo que perdiera el contacto con ellos. También la disminución de homicidios ha afectado el negocio.

El toque femenino ante la muerte

Recientemente Sandra organizó el servicio funerario para una joven pareja que perdió a una bebé de 22 días por complicaciones cardíacas. Estaban devastados y ambos son pobres. Sandra donó una buena parte de su servicio para ayudarlos. Con su tacto y experiencia profesional también dio consuelo a la joven madre de 16 años. “A veces nos toca hacer de psicólogas en este negocio”.

“Este es un trabajo de hombres hecho por mujeres” repite Sandra cada día. Ella no le gusta trabajar con hombres, y menos si son jóvenes, ya que algunas veces debe de ir a lugares donde hay pandilleros y pueden pedir los documentos para ver donde viven, por eso de que si son de un territorio donde domina la pandilla contraria. Es un verdadero peligro de muerte para ellos. “Ya me han golpeado a algunos ayudantes, así que mejor evito problemas”.

Las personas que la conocen le dicen a Sandra que ella y Elsa Gloria Mejía, su compañera de trabajo, que solo son dos mujeres pero juntas hacen el trabajo de cuatro hombres; son cargadoras, contadoras, secretarias, organizadoras de eventos, decoradoras y vendedoras. “Es cierto que ellos son más fuertes, pero nosotras somos más astutas”, agrega sonriendo Sandra.

La mayoría de trabajos los hacen solas y a veces hay que cargar por tramos largos los ataúdes y demás herramientas de trabajo, sobre todo en comunidades donde no hay acceso vehicular.

La funeraria Monte Tabor contrata a vendedores externos que en algunas ocasiones acompañan en los servicios fúnebres contratados. La mayoría son mujeres. El único hombre que colabora en el negocio es un contador que se encarga de los números de la empresa.

 

Para sus hijos la muerte ya es algo natural y no le tienen miedo.
Foto EDH/ Francisco Rubio

 

Los hijos de Sandra, Luis Roberto Flores Cañénguez, de nueve años, y José Daniel Flores Cañénguez, de siete, ya no se asustan con los ataúdes y la muerte. Su madre les ha inculcado que el negocio de la funeraria también es de ellos dos; Sandra comenta que les enseña a ambos sus tácticas de venta exitosas.

Ambos la acompañan al trabajo principalmente porque no tiene a nadie que los cuide cuando ella no está en casa. Sandra se considera una mujer luchadora y que por eso ha logrado salir adelante con su negocio cuando nadie creía en ella.

“Un día me quisieron ver de menos por mi forma de vestir, por pobre, pero eso lo tomé como un reto para demostrar que estaban equivocados. Además tengo dos pequeños 'leones' que cuidar y alentar a que sean hombres de negocios”.

Sandra siempre está dispuesta, a la hora que sea, incluso a la una de la mañana, para atender en su local a quién necesite de sus servicios, para los que quieran hablar de negocios, incluso solo para los que quieran solo llegar a platicar y tomarse un café.