Tras la separación del genio informático Bill Gates y su esposa Melinda han trascendido aspectos poco conocidos de su vida como pareja.
Ayer se conocía sobre la amistad entre Gates y Jeffrey Epstein, magnate financiero condenado por crear una red de prostitución infantil, y la incomodidad que generaba la misma a Melinda, es más, la cercanía era reprobada por completo.
Ahora toma un poco de luz el singular "rito" que Gates mantuvo a lo largo de su matrimonio con Melinda.
Según el biógrafo del fundador de Microsoft, Walter Isaacson, Bill Gates y su expareja Ann Winblad tenían una tradición: aún después de separados, cada primavera pasaban un fin de semana juntos en la casa de campo de Winblad en los Outer Banks, en Carolina del Norte.
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El momento era utilizado para montar buggies, volar ala delta, pasear por la playa y “compartían sus pensamientos sobre el mundo y ellos mismos”.
Gates llegó a confesar en un artículo publicado en Time en 1997: “Cuando estaba pensando en casarme con Melinda, llamé a Ann y le pedí su aprobación”.
Ann dijo a Gates que Melinda “sería una buena pareja para él porque tenía una gran fortaleza intelectual”.
Su biógrafo asegura que su mujer aceptó que él siguiera manteniendo con Winblad el rito de encontrarse a solas un fin de semana al año.
El futuro de Melinda tras el divorcio
¿Qué hará ahora que “después de mucho pensar y trabajar” decidió ponerle punto final al menos a una parte de la sociedad que durante 27 años formó con el creador de Microsoft?.
Como ella misma dijo alguna vez, hay decisiones que son más fáciles de tomar cuando se tiene el dinero para hacerlo, y ellos tienen $130 mil millones y la heredada convicción de que su deber es ser generosos con lo que recibieron.
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Pero es fácil predecir que, como la mayor filántropa del mundo, se dedicará a manejar su parte de la multimillonaria fortuna al frente de su fundación, mientras se asegura de disfrutar de placeres tan simples como salir a correr –es maratonista desde hace años y le había contagiado esa pasión a Bill–, ayudar a su hija mayor con los preparativos de su boda, y permitirse una vez a la semana, como buena texana, un buen plato de huevos rancheros.