Las flores de la “luna sazona” del volcán de San Salvador que resisten a las adversidades de todos los tiempos

Las faldas del volcán de San Salvador fueron antes de la expansión de la ciudad el mayor proveedor del mercado de todo tipo de flores para el Día de los Santos Difuntos, las familias que aún viven en la zona, luchan por mantener la tradición de estos cultivos.

Por Menly Cortez

2020-11-01 6:00:44

A Luis Melara y María Paz los une más que su grado de consanguineidad de primos, ambos están adheridos por la réplica de la semilla originaria del volcán de San Salvador,  de flores como  aster, borla y siempre viva, propias de esta temporada.

Ambos comparten relatos similares al preguntarles desde cuando se siembran en el lugar este tipo de flores para comercializarlas en las vísperas de dos de noviembre, “mi papá me enseño, así como su papá le enseñó a él, todos trabajaban lo mismo” comentan Paz y Melara.

El caserío Chanmico del cantón San Antonio Abad es una de los caminos que entre una ruta boscosa, los agricultores de la capital recorren kilómetros para trabajar la tierra para cosechar flores.

Según Melara el trabajo de sembrar esta flor se ha reducido hasta un 80% en el paso del tiempo, pero este año la siembra se redujo aún más por temor a la perdida de ganancias que podrían provocar las medidas de distanciamiento para evitar la transmisión del COVID-19; sin embargo, Melara fue optimista “hay que decidirse a perder o ganar”, dijo.

Por lo que como es costumbre todos los años, empezó con los almácigos en julio, hasta que comenzó el verdadero proceso de la siembra de aster, que oficialmente  comienza durante el día de la primera luna llena de agosto, la cual el agricultor la llama “luna sazona”.

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El agricultor comenta que al sembrar en luna llena, la planta crece fuerte y resiste el agua de las lluvias de la temporada sin arruinarse, además de obtener una cosecha abundante, contrario si se siembra en “luna tierna” o cuarto creciente, que la flor crece con un tallo débil.

Pero el conocimiento del cultivo de la flor no solo proviene de las enseñanzas de su padre, sino también de su compañera de vida, María Gloria Crespín, que le indica los colores y tipos de flores que debe sembrar, “yo siembro, pero ella decide los tipos y colores, confío en su instinto porque siempre vende todo lo que lleva”.

Doña María, es la que se encarga al llegar las flores a casa, que estas sean escogidas y preparadas en ramos amarrados con mecate, para luego ser vendidas en horas de la madrugada en la zona del edificio 10 del mercado Central.

Crespin con 64 años de edad comenta que se prepara entre las dos y tres de la mañana para agarrar puesto en la zona informal de ventas y vender las flores desde la primera semana de octubre.

Este año, a pesar de la situación de la pandemia, comentó que la venta fue similar a otros años y que incluso las últimas semanas de octubre logró vender sus flores en tiempo record de media hora.

Para la pareja, este trabajo ayudó a sacar adelante a sus 6 hijos y lograr así que fueran personas de bien con oficio, esto a pesar que solo su nieto Ernesto Melara se ha comprometido con él a seguir la tradición del cultivo.

Luis Melara de 66 años realiza las ultimas cortas de la cosecha de flor aster. Foto EDH/ Menly Cortez

“Se murió mi papá y yo seguí con la tradición”

María Paz sube alrededor de medio kilómetro junto con su madre Lina de Melara para llegar a su cultivo de la “siempre viva” y aster, el espacio donde ellas siembran en las faldas del volcán está más cerca del área urbana, contiguo a la colonia Cumbres de la Escalón.

Madre e hija comparten el amor por la agricultura, ambas aseguran que según la temporada así cambian el tipo de cultivo.

Lina Melara comenta que de sus cuatro hijos solo María continua con la tradición; sin embargo, el cultivo de flores de este años si fue influenciado por la pandemia, pues decidieron sembrar una proporción menor de terreno.

A comparación de don Luis, María tiene clientes fijos en las zonas aledañas, que cada año hacen sus encargos.

La agricultura comenta que los habitantes de las colonias de la Escalón también compran sus flores, pues los vigilantes de las colonias llegan a hacer pedidos.

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Este año emprender el trabajo de sembrar flores fue un poco más difícil para ambas, ya que durante los meses de cuarentena sembraros verduras, maíz y frijol únicamente para consumo propio, por lo que costó reunir dinero para comprar abono y otros insumos necesarios para sembrar las flores.

Sin embargo, doña María estaba entusiasmada por la temporada, pues como todos los años los pedidos llegaron a tiempo.

Melara venderá posteriormente estos manojos de siempre viva a $1.50 a las personas que le han hecho pedidos a su hija. Foto EDH/ Menly Cortez

Una tradición que se pierde con el paso del tiempo”.

Según los agricultores de la zona, desde hace décadas el trabajo del cultivo de las flores ha decaído por distintas razones.

Algunas de estas es que este trabajo muere con las personas longevas y sus hijos que prefieren dedicarse a otros oficios, el urbanismo y el desinterés de los jóvenes en el trabajo es otro factor, pero principalmente el aumento de grupos delincuenciales en la zona que arrasa con la cosecha de los agricultores que por meses trabajan y cuidan los cultivos, “cuando se acerca la cosecha debemos dormir en los cultivos, para evitar lo más que se pueda el robo”, comentó don Luis.

“Antes se sembraba de todo por todos lados” comenta esta situación don Luis cuando relata como la siembra de flores era en todo el año de todo tipo y que uno de los principales cultivos era la flor de azucena, pero que la semilla original del cerro se perdió completamente con una mala cosecha.

Otras flores que antes se sembraban eran las amapolas, nardos, flor de muerto y mariflor, estas se fueron perdiendo con el tiempo.

Melara piensa que parte de la perdida de este y otros cultivos en la zona es por el olvido de los funcionarios, “la política no llega a todos lados” comentó mientras bajaba con un cargamento de alrededor de 70 libras de flores en sus hombros, en una vereda que paso a paso se convierte en calle semi empedrada y finalmente al llegar a su casa, en una calle encementada.

Sin embargo a pesar de la lucha constante por mantener este rubro de cultivo que más que un trabajo es una tradición de muchos años, para don Luis es “la forma más bonita de vivir la vida”, pues asegura que es una gran satisfacción cuando el trabajo y la inversión de meses se llena de varios colores.

Los agricultores de las faldas del volcán de San Salvador que cultivan flores para el día de los Santos Difuntos