Erika y sus hijos viven bajo un techo de plástico y paredes de cartón en San Juan Opico

Bajo un techo improvisado de tela, plástico y cartón, Erika, su pareja y cuatro hijos, viven en un predio baldío del municipio de San Juan Opico, La libertad. Ellos fueron desalojados de una casa de alquiler. Están a la intemperie, con miedos e inseguridades.

Bajo un techo improvisado de tela, plástico y cartón, Erika, su pareja y cuatro hijos, viven en el municipio de San Juan Opico, La libertad. Ellos fueron desalojados de una casa de alquiler. Desde hace un mes viven a la intemperie, con muchos miedos e inseguridades.

Por Jonathan Tobías

2021-04-10 6:02:46

Erika Torres, su pareja y cuatro hijos, entre ellos un bebé de cuatro meses, viven en la intemperie, en un predio baldío del municipio de San Juan Opico, en La Libertad, bajo un techo improvisado de tela, plástico y cartón. Las pocas pertenencias que disponen se apilan en un espacio de dos por tres metros.

Fuera de esa carpa, al aire libre, yacen muchas de las propiedades de la familia. Algunos objetos de valor como la cocina, refrigeradora y una cama de madera perdieron su utilidad debido al daño que causado por estar expuestos a la inclemencia del clima y al mal estado del suelo.

La familia no cuenta con los servicios de agua potable y energía eléctrica y cada vez que el sol se oculta, la oscuridad se apodera de todo. La vacilante luz de una vela es lo único que rompe esas noches que tanto atemorizan a los más pequeños. La familia consigue el agua gracias a la ayuda de vecinos de las comunidades cercanas quienes, al conocer la situación, deciden ayudar.

Hasta enero de 2021, la familia Torres alquilaba una casa en el centro de San Juan Opico, en La Libertad. Pagaban $60 mensuales. La pareja de Erika trabaja como mecánico en el centro del municipio. De esa forma, conseguían solventar la cuota del alquiler, los servicios básicos, el estudio de los niños y la alimentación.

Fue hasta finales de noviembre de 2020 que los dueños de la vivienda le comunicaron a Erika que tenía que abandonar el domicilio en un plazo de 10 días. La explicación que recibieron, por parte de los propietarios, fue que no querían seguir alquilando por más tiempo el inmueble.

Para Erika, la situación se tornó complicada. Ella solicitó a los dueños que le dieran la oportunidad de seguir habitando la casa mientras encontraban un lugar accesible al que mudarse con su pareja y sus cuatro hijos. Sin poder lograrlo, a la familia no le quedó otra opción que moverse a un terreno propio, inhabitado, en la colonia Las Victorias, siempre en San Juan Opico. Desde entonces, la familia vive bajo condiciones de pobreza extrema y con temor a ser víctimas de la violencia que afecta al país.

Una realidad común

Una investigación realizada por la ONG Hábitat Para la Humanidad destaca que, en total, seis de cada diez familias salvadoreñas residen en domicilios inadecuados y el 31,9% de la población de El Salvador vive en circunstancias de pobreza extrema y muchas de esas familias no tienen acceso al financiamiento para mejorar sus viviendas y dotarlas de los servicios básicos.

Hábitat para la Humanidad señala, también, que El Salvador es el más pequeño y densamente poblado país de la región Centroamericana y que 944 mil familias no cuentan con una vivienda que tenga los servicios básicos de energía eléctrica, agua potable y otras necesidades básicas para ser habitada. Condición que ahora atraviesa la familia Torres.

Luego que Erika pasara las festividades de Fin de Año en casa de su madre, ella relata que el 04 de enero vivió uno de los momentos más caóticos de su vida. “La puerta tenía pasadores. Ya no podíamos entrar, ni siquiera para sacar ropa”, relata. Fueron varios los días que la situación se mantuvo. La familia no tuvo otra opción que dormir dentro de un microbús que utilizaba la pareja de Erika para realizar viajes en el centro de Opico.

“Si no desalojábamos la casa de inmediato, nos tenían amenazados con ir a botar nuestras cosas a la basura”, dice Erika. Así, sin pensarlo demasiado, la familia decidió desplazarse hacia el terreno en donde actualmente viven. Sin techo ni paredes.

Las condiciones en que se encuentra la familia no son favorables en ningún sentido. Altas temperaturas en el día, frío por las noches, suelos en mal estado, pérdida de muebles y electrodomésticos, inseguridad, sin servicios de agua o electricidad, entre otros, los vuelven vulnerables.

El único aspecto positivo, según Erika, es que sus hijos han llegado a sentirse “libres”. Ella recuerda que el confinamiento por el COVID-19 fue un periodo “estresante”. Ahora, los niños corren y saltan por toda la parcela. Incluso, se les observa jugando con las gallinas, perros y cabras que se mantienen en uno de los terrenos junto al lugar en donde habitan.

Educación virtual paralizada

Julissa, de 14 años, y Daniel de ocho años, son los hermanos mayores de la familia. Conectarse a sus clases virtuales ha significado un enorme reto desde inicios de 2021. El único dispositivo que poseen es el celular de su madre pero, sin acceso a internet y energía eléctrica, no sirve de mucho. “Luego que tengamos una casita, espero que mis niños tengan una computadora para seguir aprendiendo”, dice Erika.

Daniel y Julissa estudian de lunes a viernes por la tarde. Para poder conectarse, su madre deja cargando el celular cada mañana en casa de uno de los vecinos. Luego, compra un paquete de internet para que sus hijos se incorporen a sus clases. “Es duro estar así, pero el legado para mis niños es la educación. No quiero fallarles”, expresa Erika.

En un pequeño mueble, bajo la carpa de plástico, se encuentran los cuadernos y libros de Julissa y Daniel. Cuando no pueden conectarse a clases, repasan lo aprendido en otras fechas.

Temor al invierno 

Erika recuerda que uno de los momentos más difíciles de su vida fue la primera noche viviendo en la parcela. Antes del atardecer, improvisaron las paredes y techo con materiales que tenían a la mano. Cuando el sol se ocultó tuvieron que experimentar las horas más oscuras de sus vidas. “Fue duro pensar que, en algún momento, puede llover y eso nos da temor”, expresa.

A principios de febrero pasado, Erika relata que el cielo se mantuvo nublado y los vientos habían aumentado. El techo y las paredes de plástico y tela, se movían con fuerza. Una llovizna de pocos segundos sorprendió a los lugareños. “Gracias a Dios no pasó a más. Pero no queremos imaginar lo que podría suceder en época de invierno”, comenta Erika, con total preocupación.

La familia solicita ayuda a la Alcaldía de San Juan Opico y a las autoridades de gobierno. Ante la necesidad, no les ha quedado opción que acudir a las redes sociales en busca de amparo. “Estamos agarrados de la mano de Dios. Por mis hijos, espero pronto darles una casita. No importa como sea. Sólo quiero que mi familia esté segura”, concluye Erika.