Cándido fue soldado, recibió una bala en el 89 y ahora va en silla de ruedas desde Soyapango hasta el Hospital Militar

Quedó parapléjico en el conflicto armado y empuja su silla de ruedas durante cinco horas para asistir a sus curaciones. Piensa que el ejército se ha olvidado de él.

Quedó parapléjico en el conflicto armado y empuja su silla de ruedas durante cinco horas para asistir a sus curaciones. Piensa que el ejército se ha olvidado de él.

Por Damaris Girón

2020-12-06 8:52:23

Bajo el fuerte sol de la mañana y en medio del caos vehicular de Soyapango, Cándido Gutierrez, sale todos los días en su silla de ruedas para asistir a sus controles en el hospital Militar, en la avenida Bernal.

Gutierrez es un ex militar, que sirvió a la institución armada durante el conflicto en El Salvador. El hombre, de 53 años, relata que fue reclutado, de forma obligatoria, por el ejército en el año 1987. Combatió durante dos años aproximadamente, hasta que el 20 de agosto de 1989, en medio de un enfrentamiento, fue impactado por una bala que lo dejó parapléjico.

Debido a su discapacidad, Gutierrez tuvo un accidente hace seis años, que ahora lo mantiene atado al hospital. “Me caí en el baño de mi casa y de los golpes se me hizo una úlcera en el muslo derecho. Tengo seis años de estar viajando al hospital para que me hagan curaciones porque la úlcera se me hizo crónica”, asegura.

 

Su rutina empieza a las cinco de la mañana: “Me levanto para bañarme, prepararme, me cambio y me quedo esperando al cipote que me ayuda a salir. Él me deja en el triángulo, frente al mercado de Soyapango y de ahí ya me voy yo solo hasta el hospital militar”, dice.

En medio del humo de los buses y los pitos de los carros, Gutierrez se abre camino en las calles de Soyapango para empezar su viaje, de al menos dos horas y media, hasta el hospital. Esquivando promontorios de basura y hoyos en las calles, don Cándido empuja con habilidad su silla de ruedas utilizando las manos, sin embargo, luego de algunos minutos de trayecto suele tomar un descanso para reponer fuerzas y seguir.

“Antes, como estaba el Sitramss, me iba en el Sitramss”, expresa y asegura que, a veces, si tiene algo de dinero, opta por pagar un transporte privado. “Cuando puedo, pago transporte porque hay días que no aguanto los brazos. Me cobra ocho de ida y ocho de vuelta, $16 en total, pero no siempre se puede”.

Durante la cuarentena, Gutierrez relata que recibió transporte de parte del Gobierno para ir a sus citas, pero desde que se inició la reapertura perdió ese apoyo.

En el trayecto, algunas personas observan a don Cándido y pasan de largo. Algunos automovilistas reducen la velocidad y se hacen a un lado para dejarlo pasar; otros no tienen la misma consideración e incluso pitan como medida de presión para que se haga a un lado.

Uno de los tramos más difíciles de esta travesía es subir la cuesta del bulevar del ejército hacia San Salvador. “Cuando estoy en lo plano, yo digo que estoy en mi casa, es fácil, pero subir el bulevar cansa. Hay ocasiones en las que me detengo hasta 5 veces para tomar aire”, asegura.

Antes de comenzar a subir, don Cándido respira profundo y agarra fuerza. Con una evidente respiración agitada, logra subir la cuesta del paso a desnivel del bulevar del ejército; se detiene y toma un par de segundos para respirar nuevamente, cuando ya se ha recuperado un poco, sigue su trayecto.

Don Cándido dice que, en algunas ocasiones, personas altruistas que lo encuentran en el camino, le ofrecen llevarlo al hospital pero recalca que no sucede siempre y que la mayoría del tiempo tiene que resolver por su cuenta.

A pesar que agradece la ayuda de las personas, también lamenta que una de esas veces que le dieron ride perdió su maletín con varios teléfonos que tenía que reparar. Gutierrez afirma que en la carrera olvidó bajar el maletín y que después de eso no ha vuelto a encontrar al muchacho que le ayudó. “Como no tiene mi número y yo tampoco el suyo, no he vuelto a saber de él. Quedé mal con los clientes porque ya no los pude recuperar”, dice.

Tristemente, así como existen personas altruistas también hay personas con poca paciencia según la experiencia de don Cándido. “Una vez venía en el bulevar del ejército y me dice un cipote en carro: subite a la acera, me dio risa escuchar eso porque ¿a dónde me voy a subir a la acera si no hay acera?, peor en el bulevar, a uno le toca irse en la orilla de la calle”, lamenta.

Cuando termina la curación, Gutierrez regresa a su casa por el mismo camino: pasa por la Universidad Nacional, sigue recto por la 25 avenida norte y se incorpora al bulevar Tutunichapa, después baja hasta el parque Infantil y continúa por la alameda Juan Pablo II hasta llegar al bulevar del Ejército otra vez.

Si tuvo suerte y la curación fue rápida, regresa a su casa a entre las 2 y las tres de la tarde, algunas ocasiones llega después porque pasa comprando repuestos para los celulares que repara.

Desde que quedó parapléjico, se ha mantenido de la reparación de zapatos. Recientemente también ha aprendido a reparar teléfonos.

Falta de acceso al transporte público

La construcción del SITRAMSS supuso una mejora al acceso del transporte público para personas con discapacidad, pero luego de cuatro años de su inauguración, poco ha sido el avance en el tema, ya que el resto de unidades del transporte de pasajeros no cuenta con lo necesario para brindar servicio a este sector de la población, así lo describe Cándido, además resiente el olvido que sufre por parte de la Fuerza Armada.

“Si no me hubieran reclutado en el ejército, estaría bueno. Fueran otras condiciones”, asegura y explica que él nunca quiso ser parte del ejército, pero que si se negaba, lo iban a culpar de ser miembro de la guerrilla.

Para Candido, el Gobierno está en deuda con los lisiados de guerra y espera que en algún momento las condiciones mejoren, pues actualmente su pensión de 142 dólares al mes no le permite tener las condiciones óptimas para vivir.