Con poca agua y comida, Camilo regresó a El Salvador siguiendo la ruta que los salvadoreños usan para llegar a Estados Unidos

El joven permaneció en casa de familiares en Nevada, Estados Unidos, durante 103 días. En este periodo, solo recibió una dotación de comida y $25 de las autoridades salvadoreñas.

Ante la falta de un plan por parte del gobierno para retornar a los salvadoreños varados en el exterior, Camilo, un joven de 28 años decidió recorrer alrededor de cinco mil kilómetros para volver a estar con su familia en El Salvador.

Por Jonathan Tobías

2020-08-07 8:30:07

Volver a casa fue casi irreal para Camilo Velis, quien apenas conseguía asimilar que los más de tres meses que permaneció varado en el extranjero habían llegado a su fin.

Camilo, de 28 años de edad, permaneció un total de 103 días sin poder regresar a El Salvador a causa de los cierres de aeropuertos y fronteras que fueron parte de las medidas tomadas para prevenir los contagios de COVID-19 en diferentes naciones del mundo, incluido su país natal y Estados Unidos, en donde él se encontraba cuando estalló la crisis.

Además, Camilo debió enfrentarse a la falta de un plan claro de parte de las autoridades de El Salvador para que los nacionales varados en el extranjero pudieran resistir el tiempo fuera, e incluso sobrevivir cuando se terminaran los recursos destinados a sus viajes. Mucho menos hubo una hoja de ruta concreta para que regresaran. Fue así que tomó la decisión de emprender el viaje de vuelta por su cuenta. Eso significó recorrer casi 5,000 kilómetros por tierra.

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La razón por la cual Camilo viajó a Estados Unidos fue para visitar a su abuela de 83 años, cuya salud se encontraba frágil a raíz de complicaciones médicas. Se quedaría, según el plan, 25 días.

“Nunca creí que el tiempo se prolongara”, expresa y recuerda cuando se enteró, primero en redes sociales y luego en las noticias, sobre la decisión del presidente salvadoreño de ordenar cuarentena para el territorio nacional e implementar el cierre de la terminal aérea. En ese momento, recuerda que no hubo más que incertidumbre.

La espera por una solución

Fue hasta el mes de abril cuando Camilo consiguió ponerse en contacto con el consulado más cercano a su ubicación. Entonces, conoció cuáles eran las opciones que le ofrecían las autoridades para poder regresar a El Salvador.

“Me dijeron que sería de los últimos porque era joven y no era prioridad”, recuerda.

A pesar de la nada esperanzadora respuesta, decidió llenar los formularios e hizo todo lo posible por mantenerse en contacto con el consulado. Sin embargo, luego de varias semanas sin información ni llamadas, lo único que recibió fue una bolsa de alimentos y una tarjeta de compras de supermercado por el valor de 25 dólares.

“Nunca volví a recibir otra ayuda. Gracias a Dios no estaba completamente solo”, relata y se refiere a su abuela y otros miembros de su familia que no permitían que pasara más necesidades.

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Los días siguieron corriendo y el deseo de Camilo por volver al país crecía. Añoraba reencontrarse con sus padres y hermanos. “Pero no se veía nada claro”, recuerda y confiesa que el temor y la incertidumbre aumentaban al ver cómo las medidas en El Salvador se volvían cada vez más estrictas.

Camilo nunca había estado lejos de sus padres y hermanos durante tanto tiempo. Se mantuvo en contacto con ellos a través de llamadas telefónicas o mensajes en redes sociales.

“Muchos dirán que solo fueron un par de meses, pero la diferencia es que yo no lo planeé así, no lo decidí así”, expresa.

Comienza la travesía

Al comprender que las autoridades salvadoreñas no tenían interés alguno en ayudarlo a regresar, Camilo comenzó a considerar otras alternativas. Una publicación en redes sociales le dio una pista y una posible solución. Algunos grupos de salvadoreños varados se estaban organizando para formar caravanas que recorrerían la distancia entre ambos países por tierra.

Casi sin pensarlo, Camilo preparó una mochila y empacó todo lo que podía cargar y necesitar en el camino. A su familia le comentó muy pocos detalles, pues no quería preocuparlos en exceso y esperó a que llegara la semana clave, a finales de junio, en que habían acordado que el grupo comenzara la marcha.

“Entre nosotros nos ayudábamos. Compartimos alimentos y comida”, relata.

Además, describe que durante el trayecto pudo constatar, de primera mano, las precarias condiciones en las que el resto de salvadoreños vivieron durante el tiempo en que permanecieron fuera de el país. No todos tuvieron la fortuna de contar con familiares o amigos que los auxiliaran cuando el dinero o la comida comenzó a escasear.

El viaje duró tres días, de Nevada a México tomó un vuelo y luego anduvo por tierra hasta llegar a El Salvador. Camilo recuerda que encontró a varios grupos de salvadoreños esperando en la ciudad de Tapachula, en México, para continuar hasta llegar a Guatemala y luego a El Salvador.

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El día de la llegada

Al llegar a la frontera que divide a Guatemala de El Salvador, un equipo médico recibió a Camilo y sus compañeros y luego de los chequeos a su salud, exigidos por la emergencia, fue llevado a cuarentena estricta en un centro de contención, esto a pesar que llevaba consigo los resultados de dos pruebas de COVID-19 que se realizó antes de salir de los Estados Unidos y cuyo resultado era negativo. La esperanza de Camilo era poder regresar con su familia directamente y cumplir con el período de cuarentena domiciliar, sin embargo fue trasladado a un hotel el mismo día de su regreso.

“Los primeros días fueron fáciles, pero luego el encierro se hacía cada vez más difícil”, recuerda sobre el tiempo en que permaneció solo y dentro de la habitación que se le había asignado.

Cuando llegó al país, se sometió a una prueba de COVID-19 y nueve días después, sin darle a conocer sus resultados, el salvadoreño recibió una opción de parte de las autoridades, la primera que le pareció razonable: seguir cumpliendo el encierro en su casa. “Caminar en las calles, en dirección hacia mi casa, no lo podía creer”, relata.

Camilo fue recibido entre abrazos e incluso lágrimas. “Nos quedamos platicando hasta la madrugada”, recuerda y expresa que lo que tocó experimentar lo tomará como una experiencia sobre lo difícil que es vivir en una tierra que no es la propia, lejos de familia y amigos. “A nadie se le debería quitar el derecho a regresar”, concluye.