“Ni el pantalón ni la camisa me quedan bien, pero si me dejarán ir a la escuela, así me iría o llevaría ropa particular”, dice Alexander, de 10 años, alumno de cuarto grado, del centro escolar caserío San Isidro, cantón Siramá, La Unión.
Al estudiante le emociona el regresar a las aulas, pero su mamá decidió que todavía debe recibir las clases en línea. Aunque el joven guarda la esperanza de que su madre cambie de opinión.
Las dos nietas de Martha Argueta, uno de tercero y cuarto grado, del mismo centro escolar del caserío San Isidro, están lista para asistir a clases y saben de la importancia de seguir las medidas de bioseguridad para la prevención del COVID-19.
Como muestra del tiempo transcurrido sin estar en un aula, a las niñas les queda corto y apretado el uniforme porque son los que usaron en 2019; pero la abuela dice que así lo usarán mientras les llega la dotación del Ministerio de Educación.
A ellas, la escuela les queda a pocos metros de su casa, solo las separa una, lo cual facilita que la abuela vigile a las niñas, mientras sus padres trabajan.
“Nosotros vamos a estar pendientes de que lleven sus mascarillas, el alcohol gel, un vasito y una botella con agua para que no estén compartiendo en un mismo vaso en la escuela, el cuidado de ellos no solo es responsabilidad de los maestros, también de nosotros los padres”, agregó la abuela.
Algunos directores de los centros escolares manifestaron que ya se les tomó las medidas para el uniforme y los zapatos de los estudiantes; pues saben que a la mayoría ya no les queda la vestimenta.
Una preocupación entre los docentes es la falta de acceso a agua potable y al internet para llevar a buen termino el inicio de las clases en las aulas.