El río provee alimento a nueve integrantes de la familia Martínez

Padre, madre e hijos inician su jornada laboral de madrugada para buscar almejas; de cuya venta consiguen lo necesario para alimentarse y enfrentar la pobreza.

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La familia regresa luego de recolectar tres quintales de almejas. Los que venderán a 60 dólares en San Salvador. En este tramo los más pequeños ya resienten la falta de alimento. Foto EDH / Jonatan Funes

Por Jonatan Funes

2020-10-25 8:00:15

Son las cinco de la mañana, la media luna en el cielo no logra iluminar el terreno, la oscuridad reina. Se escucha como el agua golpea lentamente el puente en mal estado. El sonido de una radio con mala recepción también se escucha en medio de la madrugada en el estero, es el celular de José Martínez. Se levanta, lo apaga, abre la puerta. Un gato corre desde el interior de la casa a perderse entre los manglares. Piscucho, el perro esquelético de la familia, mantiene un sueño tan profundo que no le perturba la presencia de un extraño. Encima del techo se dibuja la silueta de un gallo que no quiere aún anunciar el amanecer. José sale de la casa y se pierde en medio de la oscuridad.

El pequeño Oswaldo sale a la puerta a ver quién los visita a esa hora y deja entrever su cuerpo desnudo y sin ningún pudor sale de su casa. Melissa hace lo mismo. Meibelin, la mayor, rápidamente comienza a preparar la leche de sus hermanitos, alistar los utensilios para el trabajo de la mañana. El padre reaparece y comienza a guardar el agua lluvia que logró durante la noche. Con ella llena un cántaro que servirá para tomar agua durante la jornada laboral.

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El cielo comienza aclarar. Las niñas mayores llevan sacos, guacales y jabas para almacenar las almejas que recolectarán. Su misión es conseguir tres quintales que venderán a $60 dólares en San Salvador. Ni más ni menos, ese es el encargo que ha hecho el cliente. Con ese dinero van a vivir hasta que el comprador les vuelva a hacer otro pedido. Hasta entonces van a regresar de nuevo al río a sacarle sus frutos. La familia trata de gastar lo mínimo de este dinero porque las necesidades son máximas.

Foto EDH / Jonatan Funes

Como si se tratara de una excursión, el clan Martínez López sale completo rumbo al sector del río conocido como Los Naranjos, río arriba, a 30 minutos de su casa en lancha. Los más pequeños juegan con el agua. En el horizonte se ve el volcán Chichontepec, que por la luz de esa hora de la mañana luce más imponente. Los niños saludan a otras personas que transitan el río también para ir a trabajar.

Quien no conoce el oficio diría que es una tarea fácil. Sin embargo, buscar almejas exige sumergir el cuerpo en el agua, y con sus manos hurgar el fondo para sustraer las almejas que no miden más de tres centímetros en esta zona del río. Karla dice que hay otro sector donde hay almejas más grandes, pero que en días lluviosos es imposible trabajar ahí por la profundidad del agua.

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Mientras Karla, su esposo y su hija mayor buscan, los más pequeños juegan entre sí abordo de la lancha. Oswaldo, el más activo, se metió al río un par de minutos y ahora que salió tiembla de frío.

Foto EDH / Jonatan Funes

Ha pasado una hora, es momento de regresar con tres sacos, dos guacales y dos jabas completas de almejas. Ahora la tarea es seleccionar las que están vivas y desechar las muertas.

Si las almejas son buenas, logran hacer tres sacos que con suerte logran vender por $60 dólares que sirven para la comida, gastos de transporte, gasolina para la lancha y una que otra golosina, aunque esto no es frecuente.

Al llegar a tierra firme los niños solo piensan en comida. Karla comienza a prender el fuego con la leña que su esposo rajó. El menú para este mediodía es arroz con tortillas. Los niños comen uno tras uno, esperan su turno para utilizar el mismo plato. La bebida que acompaña el almuerzo es agua. Karla y su esposo no almuerzan.

Al saciar el hambre corren a encender el televisor, los atrapa un documental de cocodrilos que es transmitido por un canal de señal local. En la casa no hay cable ni internet.

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