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En Santo Tomás, la lucha por los derechos tiene rostro de mujer

Decenas de mujeres, del municipio de Santo Tomás, luchan a diario por la defensa de los derechos humanos. Lo hacen desde un espacio pequeño, al que han llamado refugio, santuario y hogar. Sonia Sánchez es su guardiana.

Por Graciela Barrera | Mar 29, 2022- 06:00

Las mujeres que conforman Movimiento de Mujeres de Santo Tomás (Momujest) y Ameylli han construido un espacio seguro para las mujeres del municipio. Video EDH/ Graciela Barrera

Una pequeña casa, no muy diferente a otras que se encuentran sobre la carretera: de paredes blancas y dos grandes ventanas que dejan entrar toda la luz que pueden hacia un par de oficinas sombrías, por todas las historias de violencia y agresión que ahí se aglomeran. Es el santuario creado por Sonia y sostenido por decenas de mujeres que han encontrado entre esas cuatro paredes una familia y un refugio.

Toda mujer que llega la casa,  consigue a una compañera que la escucha, acompaña y ayuda a buscar apoyo psicológico, jurídico y le habla sobre feminismo, economía feminista, soberanía alimentaria, el valor de las mujeres y la independencia. En fin, todo lo necesario para saber que no hay nada que la detenga y que muchas la cuidan.

“Este lugar, para nosotras, es nuestro refugio, en el que encontramos lo que en el otro hogar no tenemos”, relata Xenobia de León, una mujer de 60 años que descubrió en el refugio, ubicado en el municipio de Santo Tomás, a un grupo de compañeras y amigas comprometidas con la lucha por los derechos humanos y ambientales.

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Todo, parte de uno de los grandes sueños cumplidos de Sonia Sánchez, fundadora del Movimiento de Mujeres de Santo Tomás (Momujest) y guardiana de ese santuario, en donde quienes se reúnen a diario, lo hacen para trabajar por un municipio libre de violencia y libre de extracción y expropiación de los bienes naturales.

Sonia relata que, para ellas, es importante que todas “tengan una casa donde puedan encontrar un espacio en que se pueda seguir reflexionando sobre la condición y posición de nosotras las mujeres”, y desde ahí aportar a una sociedad justa y equitativa: el ideal por el que trabajan.

Xenobia De León Rivera es testimonio de eso. Con entusiasmo y energía describe cómo la organización de mujeres ha llegado a cambiarle la vida. Ella es hija de dos campesinos, a quienes describe como luchadores. La pobreza no les permitió tener una vivienda digna, entonces acudieron a “El Milagro de Santo Tomás”, una cooperativa que les brindó la posibilidad de conseguir un espacio en donde vivir.

Xenobia aprendió a cuidar la tierra y a trabajarla. La guerra civil la obligó a organizarse desde que era apenas una niña y le arrebató a sus padres, quienes fueron asesinados durante el conflicto armado.

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Ella y las demás personas que vivían en las tierras de “El Milagro de Santo Tomás” no tuvieron otra opción que escapar y buscar un nuevo lugar para vivir. Entonces, Xenobia decidió ir al centro del municipio.

La guerra civil, además, no le permitió cumplir su sueño de ser maestra. “En ese tiempo, mi carrera se truncó. El año en que iba a pasar a la Normal, la cerraron y la convirtieron en batallón de caballería”, recuerda.

Ese fue el hecho que la motivó a formar parte de la lucha armada cuando se dedicaba a ser secretaria en la alcaldía de Santo Tomás. Aunque Xenobia sabía qué era estar organizada, desconocía sobre la sororidad y no sabía identificar los diferentes tipos de violencia que, incluso, ella misma vivía por parte de su pareja.

“Me acompañé, con tan mala suerte, que fui de las golpeadas, porraseadas y todo eso. Fue entonces cuando conocí a doña Sonia (Sonia Sánchez), y ahí logré solventar el problema que tenía”, describe con voz firme.

Puso un alto al maltrato, con la ayuda de la organización Mujeres Transformando. Fue Sonia Sánchez quien la invitó a asistir y juntas comenzaron a aprender a través de diferentes cursos. “Ahí nos hacían conocer que nosotras teníamos un valor, que nos teníamos que empoderar como mujeres, que valemos mucho y que eso (la violencia) no era normal”, reflexiona.

El trabajo de Sonia

Mujeres Transformando fue de mucha ayuda para las mujeres en Santo Tomás; sin embargo, Sonia relata que hubo necesidad de crear una organización que fuera de y para el municipio. Que trabajara de primera mano con las necesidades de las mujeres en esos territorios.

Fue así que, en 2009, Sonia fundó el Movimiento de Mujeres de Santo Tomás (Momujest), desde entonces, ella se convirtió en un referente en la lucha de los derechos humanos y ambientales, no solo del municipio, sino de todo el país.

A Sonia, la lucha contra los intereses económicos y la defensa de los derechos medioambientales de su comunidad,  le ha supuesto dos demandas: una por coacción y otra por calumnia. Además de el luto por haber conseguido algunos propósitos importantes.

Pero el apoyo que organizaciones feministas brindaron a Sonia, durante su combate en defensa de los derechos humanos, fue esencial para que ella se fortaleciera. Desde entonces, ha creado un espacio que permite a otras mujeres encontrar apoyo en situaciones de violencia.

Todos los días, ella y sus compañeras se reúnen para dar seguimiento de los casos de situaciones de violencia que reciben. Marcela López, de 29 años, es hija de Sonia y sigue los pasos de su madre. Comenzó organizándose desde su adolescencia.

“El estar organizada, a mi familia le ha costado agresiones de violencia, exclusión y discriminación”, declara. Sobre ello, en 2021, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) de El Salvador, registró 12 casos de vulneraciones a personas defensoras de derechos humanos. Estas situaciones corresponden a agresiones sufridas por el cumplimiento de su labor; ocho de estas denuncias fueron presentadas por mujeres.

Marcela describe que su familia ha sufrido persecución, acoso y judicialización. Todo ese proceso las llenó de miedo, inseguridades y empeoramiento de enfermedades que ya padecían. “El estar organizada, en este país, donde existe una cultura muy violenta, tiene un costo emocional fuerte. Sabemos que nos pueden asesinar”, relata con indignación.

Derechos reconocidos

Pese a todas las dificultades que enfrentan las lideresas de Santo Tomás, Sonia y Marcela también comentan que organizarse les garantiza una mejor calidad de vida a ellas y las mujeres que asisten al refugio.

Rosa Peréz, de 65 años y madre soltera, dice, con una sonrisa de oreja a oreja, que existe un antes y después de ella misma, desde que llegó a la casa de Momujest. Ella era tímida y analfabeta: “Me sirvió como una escuela, una ayuda especial para sobrevivir. Aquí se me fue el temor, se me fue la vergüenza, mis caprichos, mis enojos”, describe y sus ojos se hacen más pequeños. La sonrisa no se pierde.

Las mujeres en la organización también han encontrado derechos que el Estado les ha negado por mucho tiempo. De 5,861 hogares del municipio, 2,048 tienen jefatura femenina, según el Diagnóstico Municipal sobre Violencia contra las Mujeres elaborado en 2016. De las  2,048  mujeres jefas de hogar,  1,621  reportaron haber asistido a la escuela y  427  no  respondieron haber estudiado. El 79.7 % de las que asistieron a la escuela estudiaron algún nivel de primaria o básica y solo el 13.26 % estudiaron educación media.

Rosa logró terminar nada más la primaria y no podía leer. Aprendió en ese santuario para mujeres, algo básico para poder desarrollarse: “Yo aquí he aprendido a leer, a escribir, a hablar, porque antes no me hacían hablar”, relata. Además, una de las cosas más importantes que puede conocer una mujer, la conoció por medio de sus compañeras de Momujest y Ameyalli “He aprendido a valorarme, he aprendido a no dejar que nadie me ande maltratando”, concluye.

Lo que el Estado no hace

Sonia Sanchéz explica que las mujeres no tendrían la necesidad de estar organizadas si el Estado les garantizara sus derechos. Insiste en la necesidad de brindar atención psicológica en el país. “Una atención psicológica integral en el país no existe, somos las organizaciones de mujeres las que estamos haciendo esa labor que le toca al Estado”, relata.

Momujest y Ameyalli han logrado obtener un fondo para pagarle tres meses a una psicóloga, quien atiende a lideresas de las comunidades. “Las mujeres estamos jodidas emocionalmente y ahí andamos con todas esas cargas haciendo el trabajo comunitario. El Estado salvadoreño debería garantizar (atención psicológica) a todas estas mujeres, que hacen este trabajo que no es reconocido ni valorado por nadie”, sentencia.

Sonia agrega que el gobierno debe reflexionar que las responsabilidades que no asume, las asumen las organizaciones sociales. Para ella no es coherente que se hable de desarrollo económico porque ella, que vive de cerca las necesidades de las mujeres, sabe que no es verdad. “Hay mujeres que no tienen para comer, hay mujeres que no encuentran trabajo”, expone.

La mayoría de mujeres que hacen parte de Momujest y Ameyalli forman parte del trabajo informal, no tienen prestaciones sociales. Mujeres que echan pupusas, hacen tamales, echan tortillas, mujeres que siembran y salen a vender sus cosechas. Ellas son quienes trabajan para la comunidad y a la vez resuelven el alimento diario de sus familias, concluye.

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