Autoritarismo de Bukele quedó al descubierto el 9F

Antes de la toma militar de la Asamblea Legislativa, el presidente seguía siendo bien visto por numerosos actores fuera del país. Ese día, sin embargo, Bukele mostró su carácter autoritario y violento a todo el mundo y su imagen cayó.

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El 9F el presidente Nayib Bukele se sentó en la silla del presidente de la Asamblea, aunque nunca fue invitado a ingresar a este órgano de Estado. Foto EDH / Archivo

Por Ricardo Avelar

2022-02-09 9:50:24

“Esta foto, del Pleno de la Asamblea Legislativa de El Salvador tomado por fuerzas de seguridad, es una de las peores de la historia política reciente de América Latina. Esto no es un nuevo estilo millenial de hacer política: esta es la política más vieja que hay en AL y no la queremos de vuelta”.

Estas fueron las duras palabras con las que Kevin Casas, exvicepresidente de Costa Rica y secretario general de IDEA Internacional, acompañó una imagen de un pelotón de militares fuertemente armados en el Salón Azul del Palacio Legislativo.

Esta y otras escenas, que ya estaban dando la vuelta al mundo, corresponden al momento en el que el presidente de la República, Nayib Bukele, invadió la sede del Congreso salvadoreño y utilizó a los cuerpos de seguridad para presionar a los legisladores por un crédito.

Es decir, hace dos años y un día, el presidente salvadoreño sustituyó el arte de la política, basado en el diálogo y la concertación, por la elocuencia que da tener los fusiles de su lado.

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Y así como Kevin Casas, muchos otros intelectuales, políticos y diplomáticos del mundo entero condenaron el hecho, que supuso el inicio del retroceso democrático más grave de la historia contemporánea de El Salvador.

Se cayó la careta

Ante los ojos del mundo, antes del 9 de febrero de 2020 Nayib Bukele todavía proyectaba una imagen mayormente positiva. Salvo algunos exabruptos, para algunos observadores incautos, el joven presidente salvadoreño lucía como una suerte promesa de una nueva forma de hacer política, un rompimiento con un pasado de abusos y falta de transparencia.

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Pero una inspección más cuidadosa de la realidad salvadoreña permitía ver que los hechos de la tarde del domingo 9 de febrero no eran un acto aislado, sino un elemento más dentro de una larga fila de abusos encaminados a concentrar el poder.

Ese día, sin embargo, a Bukele se le cayó esa careta democrática y moderna que quiso proyectar.

En palabras de la diputada guatemalteca Lucrecia Hernández Mack, “el presidente (Bukele) que había sido encantador en redes mostró finalmente su lado autoritario”. Y, como advirtió Kevin Casas, este tipo de manipulación y presión no evoca a un cambio de era, sino a una repetición de lo que Latinoamérica ha pretendido derrotar por décadas. A decir, la violencia como atajo en la política.

Condenas múltiples

Las acciones de Bukele ese 9 de febrero no pasaron desapercibidas. De hecho, algunos de los medios más prestigiosos del mundo, así como líderes de numerosos países y algunos intelectuales de peso mostraron su rechazo a tal amenaza para la democracia salvadoreña.

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"Este es el momento más bajo que la democracia salvadoreña ha vivido en tres décadas" afirmó Carlos Fernando Chamorro, laureado periodista nicaragüense y unos de los más grandes críticos del dictador de Managua, Daniel Ortega.

El senador Patrick Leahy, uno de los más influyentes en Estados Unidos, afirmó que "la crisis política de El Salvador, donde fuerzas de seguridad fueron desplegadas para intimidar a la Asamblea Legislativa, recuerda los días cuando las disputas políticas se resolvían con amenazas y violencia".

La amenaza a la democracia también la expuso el Washington Post, cuya mesa editorial publicó una pieza el 12 de febrero, tres días después de la incursión, que señalaba que el mandatario salvadoreño “alarmantemente viola las normas democráticas”. Y el Congreso de Costa Rica, en una sesión el 10 de febrero, aprobó un pronunciamiento en que estableció que “lo acaecido en El Salvador viene a transgredir el Estado de derecho y el principio de pesos y contrapesos".

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La misma administración de Donald Trump, que pasó por alto muchos abusos de poder de Bukele, reprobó la toma armada del Congreso. “La entrada de tropas en el Legislativo de El Salvador fue inaceptable y viola la separación de poderes de la instituciones democráticas del país”, dijo en su momento un portavoz del Departamento de Estado.

Y el mismo Ronald Johnson, exembajador de Trump, entrañable amigo de Bukele y quien excusó múltiples abusos de poder, afirmó: “No apruebo la presencia de la Fuerza Armada en la Asamblea ayer”, aunque matizó: “Me sentí aliviado que esa tensa situación terminó sin violencia”.

Hasta el rapero Residente, con quien Bukele sostuvo un “live” en marzo de 2020, reprobó la presencia de militares como herramienta de presión. Cuando Bukele le confesó que el 9F fue “una forma de presión” a los diputados, el artista contestó: “Esa presión se pudiese ejercer de una manera sin Ejército, ¿entiende? Acá en Puerto Rico a mí me tiran de una manera terrible cuando me manifiesto, pero nunca he soltado a la violencia ni me interesa”.

Después del 9F, parece haber un consenso casi generalizado de que detrás de Nayib Bukele hay muy poco de modernidad y mucho de un retroceso al pasado autoritario más oscuro. Ese día, su disfraz de demócrata se desvaneció.

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