“Señor, que mi esposa fallezca y yo me vaya despuesito” fue una súplica de amor

Ambos padecieron enfermedades que los postraron en cama. Se conocieron de niños y nunca más se separaron. El esposo pedía morir primero porque no podría soportar estar sin su esposa. Cuando ella se agravó por la enfermedad, cambió su deseo; pero pedía morir “despuesito” de ella.

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Por Cristian Díaz

2020-08-13 3:49:59

José Roque Molina Rivera, de 66 años, y Ena Gloria Cristales de Molina, de 65, nacieron y crecieron para estar siempre juntos; incluso, en la muerte pues ambos fallecieron con casi 28 horas de diferencia, cómo era el deseo de don Roque, como le llamaban cariñosamente. Ahora la pareja descansa en el mismo nicho.

El deceso de Ena Gloria se registró el viernes 7 de agosto a las 5:00 de la tarde, en un centro asistencial; José Roque murió el sábado a las 8:40 de la noche en su vivienda, en Turín, Ahuachapán, de donde eran originarios.

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En ese municipio dejan un enorme legado como miembros de Cursillos de Cristiandad y una familia a la cual inculcaron valores católicos.

La pareja se conoció casi toda la vida y ninguno se imaginaba estar el uno sin el otro. Por ello, en un inicio, don Roque le pedía a Dios que fuera él, el primero en fallecer pues no podría soportar estar sin su amada esposa.

Pero su deseo cambió, por el mismo amor hacia ella, cuando su esposa fue diagnosticada con mieloma múltiple, un tipo de cáncer que la postró en cama.

Fue entonces que don Roque, quien padeció por doce años de cáncer de próstata, comenzó a pedirle a Dios de que primero se la llevara a ella pues él no iba a fallecer tranquilo, sabiendo que su amada esposa quedaría sufriendo.

Era un hombre de fe, Dios le cumplió su deseo.

“Que mi esposa fallezca y yo me vaya despuesito, ratito después de ella quiero irme”, eran las palabras del sexagenario, relató uno de sus tres hijos, Pablo Molina.

La pareja se conoció desde que eran apenas unos niños y desde entonces el amor por el uno hacia el otro jamás desapareció.
Cuando tenía 12 años, don Roque vio a doña Ena que, en un canasto, andaba vendiendo nísperos y al instante se enamoró de ella.

Para conocerla y hablarle le compró la fruta, lo que a la larga representó nueve años de noviazgo. En algunas ocasiones, don Roque no asistía a la escuela porque en su yegua blanca iba a ver a su novia, quien se dirigía a traer agua en un cántaro. Eso representaba castigos de parte de su padre, quien lo enviaba, al siguiente día, descalzo a estudiar.

La pareja se casó el 4 de marzo de 1978.

“Mi papá siempre había deseado morir antes que ella, cuando ya la vio mal (de salud), él incluso ya estaba esperando su partida, comenzó a pedirle a Dios que le regalara más tiempo porque no la quería dejar mal. Él decía ‘Señor, permite que cuando yo me vaya, mi esposa quede bien, que pueda caminar aunque sea con muletas, no la quiero dejar así’. Pero cuando él ya no tenía fuerza, se me acercó y me dijo: ‘Hijo, creo que ya no debo de estarme preocupando por tu mamá, aquí estás vos y sé que la vas a cuidar’. Le dije: ‘sí papá, no tenga pena, ella va a estar bien’.

Pero cuando vio que la situación empeoró más y más, la aptitud de él cambió y comenzó a pedirle a Dios que ella falleciera antes que él porque no la quería dejar así.

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Le dijo al Señor: ‘Que mi esposa fallezca y yo me vaya despuesito, ratito después de ella quiero irme’. Todo lo que él pidió, Dios se lo concedió”, relató su hijo, quien no logra contener las lágrimas por la partida de sus padres.

La fe de ambos estaba bien cimentada. Aunque de jóvenes siempre asistieron a la iglesia, su compromiso con la iglesia católica aumentó hace 29 años, cuando la pareja vivió el Cursillo de Cristiandad.

Don Roque tenía un corazón noble con todas las personas;él fue miembro de la extinta Policía de Hacienda y del cuerpo de seguridad del presidente José Napoleón Duarte.

Un hecho que marcó la vida de don Roque fue cuando brindó seguridad al Papa Juan Pablo II durante su primera visita a El Salvador. En su casa aún se conservan unas monedas del Vaticano y un Santo Rosario que el Pontífice le obsequió.

“Él con mi mamá fue el hombre más cariñoso, la trató siempre como una novia. Tenían más de cuarenta años y no eran los esposos que cada quien andaban por su lado, todo el tiempo andaban juntos. Él se desesperaba por ella. Para él siempre era ‘mi niña chula, mi niña preciosa’. Incluso cada quien en una cama diferente por sus enfermedades; pero cuando regresaba del hospital con mi mamá de alguna terapia, se alegraba y le decía ‘ya vino mi niña chula, cómo te fue’. Él siempre fue así con ella, era muy cariñoso. Ellos fueron novios eternamente”, relató el hijo, quien se encargaba del cuido de ambos.

Ese amor que siempre tuvieron entre sí, lo reflejaban, incluso, fuera de su hogar, donde dejaron un legado por la enseñanza y ser uno de los pilares en el municipio de Cursillos de Cristiandad.

El día que la familia sepultó a doña Ena, muchas personas le brindaron un homenaje con aplausos y flores a su paso por Atiquizaya y Turín.

Muchas personas eran del personal médico, quienes la conocieron ya que laboró como enfermera de la Unidad de Salud de Atiquizaya.

En este municipio también era muy conocida por ser “una enfermera dulce”.