Cosme Spessotto, el italiano martirizado en El Salvador que será beatificado

Cosme Spessotto, un franciscano italiano, llegó al país como misionero en 1950. Treinta años después lo abandonó como mártir. Será beatificado el próximo 22 de enero.

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Foto EDH Archivo

Por Lilian Martínez

2021-08-27 12:15:21

Fray Cosme está hincado a un lado del sagrario, tiene un libro entre sus manos. La nave de la iglesia de San Juan Bautista, parroquia de San Juan Nonualco, está vacía. Sólo tres monjas rezan en el ala norte.

Afuera, sentados en las gradas del costado sur, dos individuos reciben sin responder las “buenas noches” que les da fray Filiberto.

El fraile ve a Cosme postrado de rodillas, como de costumbre, y pasa de largo hacia la sacristía, pues debe revestirse con los ornamentos para oficiar la misa de las 7:00 de la noche. Es el 14 de junio de 1980.

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Las hermanas dejan de rezar y salen del templo. Cosme está absorto. Mientras las religiosas bajan las gradas del costado norte, varios disparos rompen el silencio. Una bala, carne y hueso. Otra penetra una de las columnas a un lado del altar.

El padre Cosme tenía especial devoción por la eucaristía. Por eso evitó que se profanara su parroquia. Junto a su tumba hay 57 testimonios de favores que se le atribuyen.

La sangre corre y empapa el hábito que los parroquianos recién le habían regalado. Los asesinos huyen. Las religiosas están petrificadas y Filiberto abandona la sacristía para encontrar al padre Cosme tendido en el suelo. Aún respira y murmura: “¡Perdón!... ¡perdón!”.

Viaje de retorno

Es posible que en esa última fracción de su vida Cosme Spessotto piense que está en su natal Mansue, pueblo del noreste italiano enclavado en el Véneto, donde nace como el tercero hijo de una familia de campesinos en enero de 1923.

Luego, como en un relámpago, se ve a sí mismo, tendido, rostro en tierra, con los brazos extendidos, tomando los votos de castidad, pobreza y obediencia en marzo de 1944. El pecho le duele.

Repentinamente, está en la basílica de La Madonna della Salute, en Venecia, donde un obispo lo ordena sacerdote en junio de 1948. Ve frustrado su deseo de irse como misionero a China, debido al avance de la revolución que lidera Mao Tse-Tung.

Acepta con alegría ser enviado a El Salvador. Siente la brisa y el olor a sal, durante los 25 días que dura la travesía de cruzar el Atlántico en barco. El sueño de ir lejos a anunciar el Evangelio se ha cumplido. Sus tres años en la parroquia de San Pedro Nonualco vuelan, como vuelan las notas de las campanas de bronce que mandó a traer hasta Italia para sus parroquias en El Salvador.

Esta columna junto al altar mayor, en la parroquia San Juan Evangelista, fue impactada por una de las balas dirigidas al padre Cosme.

Es también posible que en el umbral de la muerte, su mente lo lleve al 8 de octubre de 1953. Ese día, el sonido inconfundible de su motocicleta Vespa se oyó por primera vez en las calles de San Juan Nonualco. El fraile, de 30 años, condujo desde San Pedro Nonualco hasta San Juan, donde una valla de estudiantes, maestros, vecinos, funcionarios, músicos y varios cohetes de vara lo recibieron con alegría y lo escoltaron hacia el convento: una casa con paredes de adobe.

Los ríos Amayo, al oriente, y Achinca, al occidente, son los límites naturales de San Juan, y la parroquia es un edificio también de adobe bastante deteriorado por el último terremoto.

Al ver la iglesia por primera vez, el padre Cosme recuerda a Giovanni Francesco Bernardone: el joven rico de Asís que, según la tradición católica, escuchó a Jesucristo pedir que reconstruyera una iglesia en ruinas. Entonces, vendió sus bienes y pidió limosna con tal de realizar la empresa. El novel sacerdote quiere hacer lo mismo.

La misión

La nueva parroquia de San Juan Bautista es construida poco a poco. Durante la semana trabajan los albañiles que se puede contratar con el dinero de un benefactor.

En su tiempo libre, se les une la gente del pueblo y de los cantones que llegan a trabajar sin más paga que los tiempos de comida. El tiempo vuela. Cosme siente una punzada en el pecho.

El día de llenar los plafones llega y aquello parece un hormiguero. Ahí está el padre Cosme, con las mangas del hábito arremangadas, en medio de los feligreses, formando una cadena humana en la que se pasan, una a una, las 50 cubetas donde va la mezcla.

Pero el trabajo de albañil no es el único que asume el párroco. La visita a los cantones, en un destartalado jeep, es una de sus tareas más importantes. Cada quince días, su jeep da saltos y se bambolea mientras recorre los caminos de tierra y piedra que llevan a los cantones El Pajal, El Salto, El Chile, La Laguneta, Los Zacatillos, Tehuista Arriba y Tehuista Abajo. Hasta esos rincones lleva víveres, dulces, piñatas... y el Evangelio. Quiere paliar un poco la pobreza, pero, sobre todo, invitar a la gente a que cambie de vida. A los acompañados los llama a casarse; a las jovencitas, a cuidarse, y a los muchachos, a no usar la violencia.

Muchos escuchan al padre Cosme. Se realizan los primeros matrimonios colectivos. Y en el cantón El Pajal, Adela Mena y otras mujeres se unen a la Guardia del Santísimo. El joven Alberto Argueta lleva su guitarra al coro de la parroquia. Mientras Víctor y Germán, dos de sus hermanos, se convierten en catequistas.

Pero hay quienes escuchan otras voces. Para 1980, el ejército ha formado un contingente de patrulleros en la zona. La gente los llama “La Corvuda”, en alusión a los corvos que utilizan como arma. Mientras tanto, uno, dos, tres catequistas cambian el evangelio por la ideología. Al enterarse, Cosme intenta convencerles de que están en un error. El fraile está consciente de que como extranjero y religioso, la solución política a los problemas del país no es de su incumbencia. Sin embargo, la violencia que acaba con la vida de sus parroquianos le preocupa.

A veces, la Guardia Nacional maltrata a un prisionero en las calles adyacentes al convento y Cosme sale a interceder por él: “¿Por qué lo golpean, si ya lo llevan preso?”, les pregunta a los gendarmes. A veces, lo entienden, en otras

ocasiones le dicen que no se meta.
Poco a poco empiezan a aparecer jóvenes muertos en los cantones: guerrilleros, soldados y civiles. Cuerpos mutilados, que Cosme acude a recoger y a enterrar bajo el ritual de la Iglesia Católica. El fraile no hace distinción entre bandos. “A todos los he bautizado, todos son hijos de Dios”, dice.

Un día visita el cuartel de Zacatecoluca para pedir que se respete la vida de sus catequistas. Cierto, algunos se han unido a la guerrilla, pero la mayoría no. Cosme sabe que, en los días que corren, para algunos militares “catequista” es sinónimo de “comunista”. Y varios jóvenes del cantón El Pajal han muerto a consecuencia de ese equívoco. Entre ellos, José Germán, Alberto y Víctor Argueta.

Camino al calvario

Como por designio divino, el fraile causa escozor en ambos bandos. Meses antes de visitar el cuartel de Zacatecoluca para interceder por sus catequistas, Cosme se interpuso entre la guerrilla y su parroquia.

Una mañana de diciembre de 1979, Jilma de Barahona, miembro del comité proconstrucción de la parroquia, se dirige ahí para vender los números de la rifa de turno. Varios campesinos están sentados en las gradas de la iglesia.

Las puertas están cerradas. Ella se les acerca. “¿Me compra un número?”, pregunta. Ellos no responden. De pronto observa algo extraño: entre los hombres y mujeres de campo hay otros más jóvenes con pañoletas en sus rostros que empiezan a gritar “¡El pueblo, unido…!”. Jilma cae en la cuenta y se aleja, no sin ver que una joven mancha la pared del convento y Cosme la quiere detener. “¡El pueblo manda!”, es la respuesta de otro empañuelado que ignora al fraile.

Entonces, se oye a un campesino quejarse porque el párroco no apoya “su lucha” y Cosme se gana el mote de “cura vendido”.

Los que le llaman así, se olvidan de que el fraile ha enterrado a tantos guerrilleros que ya causa recelo entre algunos militares. Éstos, a su vez, olvidan que la violencia, quizá, es el único enemigo de Cosme.

Duodécima estación

Faltan pocas horas para que sea domingo 15 de junio de 1980. Cosme camina hacia un lado del sagrario. Lleva el hábito que le mandaron a hacer sus parroquianos, porque el de siempre era ya un andrajo.

Ahora, es vicario del departamento de La Paz y párroco en Zacatecoluca, pero ha vuelto a San Juan para oficiar una misa en acción de gracias por su salud, pues acaba de estar convaleciente tras una operación del hígado.

Estudiará las lecturas del domingo para preparar su sermón. Por eso lleva el breviario, ese libro grueso de pasta roja y páginas blancas. Casi son las siete de la noche. Fray Filiberto pronto entrará en la sacristía para revestirse y oficiar misa. Cosme está hincado. Tres monjas se disponen a abandonar el ala norte de la iglesia. Tras arrodillarse y persignarse, se dan la vuelta de espaldas al sagrario. De pronto, los disparos. Fray Filiberto corre.

Cosme, ensangrentado, sólo alcanza a murmurar: ¡Perdón!, ¡perdón! Son sus últimas palabras o las que fray Filiberto creyó escuchar.

Días antes, sentado en su escritorio, Cosme había escrito lo que para sus parroquianos es una especie de testamento espiritual: “De antemano perdono y pido al Señor la conversión de los autores de mi muerte”. La causa para que Cosme Spessotto sea declarado “mártir por odio a la fe” ya está en el Vaticano.

La Diócesis de Zacatecoluca y la congregación franciscana están a la espera de que Roma dé su aprobación a la solicitud. Sin embargo, desde el momento en que el Vaticano admitió la causa, Cosme fue declarado Siervo de Dios.

La causa del martirio no requiere de milagros. Sin embargo, el ala de la iglesia de San Juan Bautista donde descansan los restos de Cosme Spessotto está llena de flores y 57 ex votos dejados ahí por feligreses que aseguran haber recibido favores gracias a su intercesión.

Arturo R. Q. firma uno de esos agradecimientos. Durante 1994, él guardaba prisión en el centro penal La Esperanza (Mariona). Hubo un motín y mientras las armas provocaban lesiones y muertes, Arturo se escondió detrás de un ropero. Se encomendó a Dios y al padre Cosme. Salió ileso.

Adela Mena, que vende dulces frente al centro escolar del cantón El Pajal, también atribuye favores al fraile. La mujer asegura que el padre Cosme “se ha quedado haciendo milagros después de muerto”. Luego narra cómo hace cuatro años su hija estaba al borde de la muerte. La niña tenía 13 años y dificultades para tragar los alimentos. Adelgazó. Luego de llevarla al hospital de Zacatecoluca y a los médicos de San Juan Nonualco, su madre decidió visitar a Mario Grande, en el cantón San Antonio, de Santiago Nonualco.

Se trata de un invidente que, según varios habitantes del lugar, receta medicinas naturales y dirige oraciones a Dios y al padre Cosme pidiendo que sus pacientes recuperen la salud. La gente asegura que no se trata de un brujo, sino de un “orante”. La veracidad de estos milagros aún no ha sido indagada por las autoridades eclesiales.

Mártir en vida

Si el padre Cosme Spessotto no hubiera sido asesinado, igual sería santo por su apostolado, según las palabras del Obispo de Zacatecoluca, monseñor Elías Bolaños. Adela Mena lo apoya.

Sentada frente a la escuela primaria de El Pajal afirma: “Para mí, ya es un santo”. Ella conoció a Spessotto cuando aún era una adolescente. Recuerda que el fraile organizó una excursión a La Herradura. Ahí, los jóvenes de El Pajal dieron un paseo en lancha y escucharon los consejos de Cosme. “Para todo hay tiempo, prepárense”, advertía a las muchachas.

En su compañía, según Adela Mena, las jóvenes podían estar tranquilas, pues el fraile —que ella recuerde—, se cuidaba de no faltar al voto de castidad. Adela asegura que Spessotto “nunca le faltó el respeto a nadie”.

Tampoco les dio una “mala idea”, en el sentido se alzarse en armas para hacer justicia por cuenta propia. Adela era catequista y asegura que se dedicaban única y exclusivamente a impartir la doctrina oficial de la Iglesia Católica.

Hasta el presente, ella se pregunta cuáles habrán sido las razones de los asesinos del padre Cosme. “¡Si no le hacía daño a nadie!”, indica.
Hilario Contrán, fraile que lo conoció, afirma que Cosme atendía a todos sin distinción. “Los dos bandos eran parroquianos suyos. A veces, un bando no quería que ayudara a todos”, se lamenta Contrán.

Las razones y la ideología de los asesinos seguirán siendo una incógnita para quienes lo conocieron en vida.

Feligreses como Francisco Barahona no están interesados en conocer las respuestas. Él y su esposa Jilma recuerdan que el padre les advertía: “No le teman al que mata el cuerpo, teman al que mata el alma”.

Nota: Este reportaje fue publicado por primera vez en la revista Vértice de El Diario de Hoy el 24 de julio de 2005. Se republica en agosto de 2021 ante la noticia de que Cosme Spessotto será beatificado el 22 de enero de 2022, junto a Rutilio Grande y los dos laicos martirizados junto a él: Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus.