Mario López, el joven escultor de Panchimalco becado en Rusia

Fue una delegación de la Universidad Estatal de Gzhel, en Rusia, la que visitó a varios artesanos de Panchimalco y se encontró con el talento nato de este joven bachiller. Gracias a ello, recibió una beca en ese país para estudiar Cerámica Escultórica.

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Mario asegura que la alcaldía de Panchimalco ha sido uno de sus mayores promotores y que gracias a ello logró obtener la beca que le ha ayudado a mejorar su técnica. Foto/Josué Parada

Por Krhisna Retana

2018-03-18 7:22:25

Mario López Vega, un joven de 26 años, de piel morena, fornido, de 1.60 de estatura y cabello negro lacio, está esperándonos a la entrada del pueblo de Panchimalco y, junto a él, como dormitando en los brazos de Morfeo, la gigantesca cabeza de un pipil esculpida en piedra, titulada “Nostalgia”.

Sale a nuestro encuentro y nos recibe con una afable sonrisa y cierto grado de nerviosismo. Sus manos, al saludarnos, se sienten pequeñas e incluso un poco suaves, pese al trabajo que realiza: escultura en piedra y mármol.

Ha de ser por el tiempo que radicó en Rusia, donde se dedicó a la pintura y a la elaboración de cerámica escultórica, gracias a una beca en dicha nación.

“Es que en Rusia no hay mucha piedra; y menos gigantes, como las que encontramos en Panchimalco o en Metapán, por eso no trabajé en eso”, aclara. Y agrega: “Si uno quisiera trabajar en piedras es de llevarlas de otro país y eso es un gran proceso y costo”.

Mario es originario de Panchimalco, en San Salvador, una localidad a la que las estadísticas de la PNC y la Fiscalía ubican como de las más peligrosas del país debido a sus elevados índices de homicidios y delincuencia.

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Sin embargo este joven bachiller en Contaduría Pública, al igual que muchos otros de esa zona, le dan un rostro y concepto diferente al municipio.

Él es el segundo de cuatro hijos varones e indica que todos en su familia son trabajadores y creativos; incluso su tercer hermano es un destacado deportista de El Salvador, quien posee varias medallas.

“A mí siempre me gustó el dibujo y la pintura: el arte. Mi primera obra, un petrograbado, la hice en 2009, cuando tenía 19 años. Lo que me inspiró a adentrarme en este arte de la escultura fue el esfuerzo físico que se hace y que muchos de nuestros ancestros tallaban piedras por amor a lo que tenían y veían (el sol, animales o personas que los inspiraban). Siempre he buscado las cosas que cuestan un poco y esto requiere de mucho esfuerzo y creatividad”, indica.

En total, Mario ha hecho unas 100 piezas, ya sea en piedra o mármol negro; y en Panchimalco hay dispersas 6 colecciones de 20 piezas cada una.

Foto/ Josué Parada

Entre sus muestras de gran tamaño se encuentran “Meditación”, la cual mide 1.60 metros de ancho por 1.50 de alto y que le llevó tres meses elaborarla. La misma está hecha en mármol negro, extraído de Metapán, y que pesa unas dos toneladas. Además, también están “Diálogo” y “Yagual”.

“‘Diálogo’ fue inspirada en una amiga que tenía”, agrega. Y observamos que su nerviosismo aparece de nuevo, sonríe y se sonroja.

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Claro, por la manera en que se ruboriza no le creemos la versión de la “amiga”, pero asentimos y seguimos caminando por el poblado para apreciar otras de sus obras.

Varias de sus esculturas se hallan en parques de la ciudad, el balneario municipal e incluso en la alcaldía a solicitud del alcalde, Mario Meléndez, quien al descubrir el talento de este joven lo ha apoyado para que continúe con su vocación.

Fue así como “por medio de un hermanamiento entre las alcaldías de Gzhel, en Rusia, y de Panchimalco, que vino una delegación de la Universidad Estatal de Gzhel al municipio. Apreciaron los trabajos que varios jóvenes hicimos y quedaron admirados porque, al menos yo, no necesitaba de un dibujo para hacer mis esculturas, sino que trabajaba directo en la piedra; además, por las proporciones de las rocas que tallamos; y la creatividad y el estilo prehispánico que tienen algunas figuras; así como el hecho de no tener un estudio en escultura y que hay una obra bien terminada”, aclara.

Por ello dice estar agradecido con el Gobierno de Rusia y con la alcaldía de la localidad pues, por medio de ambos, aunado a su talento nato, recibió una beca para estudiar Cerámica Escultórica en la Universidad Estatal de Gzhel, donde en el transcurso de un año aprendió a tallar siguiendo bocetos, a utilizar las herramientas adecuadas a los materiales y a respetar las medidas, entre otros.

Almádanas, martillos, mazos, cinceles, lijas de diferente numeración y pulidoras eléctricas son algunas de las herramientas en el pequeño taller que ha montado en su casa; además de abundante agua para, con lijas, limar las piezas.

Cuando le llega la inspiración reúne todos esos utensilios, se coloca una mascarilla y gafas contra el polvo; y se da a la tarea de convertir una insignificante roca milenaria en una obra de arte. No se distrae en lo absoluto, pues teme que el boceto que tiene en la mente se le esfume. Por ello se le ve concentrado mientras trabaja. De vez en cuando se toma algunos segundos para limpiarse con el antebrazo las gotas de sudor que le corren por la sien y la frente.

Suspira, da un paso atrás, se pone la mano en la cintura y observa cómo va tomando forma la obra; y retoma la faena bajo el inclemente sol.

De su estadía en Rusia comenta que aprendió a hablar “más o menos” el ruso; y a la pregunta de que si tuvo una novia rusa, sonríe y aclara que no; pero luego agrega: “Es que ellas son muy diferentes, de mente abierta…”.

¿Ya la hora del bañarse, cómo hacías por el intenso frío? “¡Con agua caliente y a secarse bien el cabello!, porque si sale con el pelo mojado se le congela”, dice, y ríe. Mario, sigue caminando por el pueblo, diciéndonos adiós.

Foto/ Josué Parada