Los “doctores” de la risa y el amor para curar el alma

La risoterapia, el amor o una palabra de ánimo son la medicina que lleva la Fábrica de Sonrisas de El Salvador a personas hospitalizadas o que están en hogares. En el contingente de voluntarios hay profesionales de la Medicina y de distintos campos, que también llevan apoyo emocional.

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Fotos EDH / Cortesía

Por Susana Joma

2018-11-11 6:48:02

Andan vestidos con su gabachas blancas y cargan rótulos que dicen “abrazos gratis”. Se pintan el rostro y la nariz de rojo encendido y les gusta alegrar el alma de los enfermos o deprimidos. Es un grupo de salvadoreños que se toma cada fin de semana los pasillos de algunos hospitales y hogares de niños o ancianos en el país, como voluntarios que se hacen llamar Fábrica de Sonrisas.

Aunque no todos son médicos, su presencia es capaz de hacer olvidar casi cualquier dolor físico y del alma, producto de enfermedad o soledad.

Son los voluntarios de la Fábrica de Sonrisas El Salvador, que han decidido dedicar parte de su tiempo para llevar su tratamiento de risoterapia, con un poco de amor y una palabra de ánimo a las personas que sufren.

Eleonora Juárez, o la doctora Pakini, como se hace llamar dentro del equipo, asegura que compartir con quienes están en una crisis de salud o de emociones ha producido cambios en su vida.

“Tengo alrededor de cinco años dentro del voluntariado, y lo que le puedo decir en toda esta trayectoria es que no soy la misma, he cambiado. Fábrica de Sonrisas ha llegado a enseñarme lo bonito que es vivir cada día, y lo bueno que puede ser uno regalando una sonrisa a quien sea”, afirma Eleonora, que es directora de esta fundación sin fines de lucro.

Nadie imagina que detrás del personaje de la doctora Pakini hay una joven de 28 años de edad, una licenciada en idioma inglés que actualmente labora como docente en un centro educativo privado, pero que más allá de su título es un ser humano dispuesto a dar luz a otros.

En la actualidad, según explica esta docente, en Fábrica de Sonrisas El Salvador hay alrededor de 500 voluntarios, entre profesionales y estudiantes de distintas ramas.

“Somos de distintas carreras, pero lo que nos une es el mismo sentir de dar el tiempo de calidad”, dice con emoción.

Ella, quien igual que sus compañeros porta con orgullo la gabacha, afirma que sin necesidad de que ellos conozcan a la persona que visitan pueden llegar a crear un vínculo con solo intercambiar unas breves palabras, un abrazo y una sonrisa.

“Las personas siempre terminan agradeciéndonos a nosotros por haber compartido con ellos, y definitivamente al final somos los que decimos que nosotros fuimos los visitados, nosotros fuimos a los que llenan, a los que nos recargan, y quiérase o no, por lo menos en mi caso puedo decir que no ha habido un fin de semana que yo no he visitado”, comenta.

El origen de la Fábrica

Esta doctora de las emociones, la doctora Pakini, explica que este voluntariado nació hace en Guatemala hace once años, y cuando un grupo de salvadoreños lo conoció decidió traer esa experiencia a El Salvador, de eso hace nueve.

Cuando conocimos a la doctora Pakini estaba junto a un grupo de voluntarios en el Monumento a El Salvador del Mundo, en el corazón de San Salvador. Ahí daban su apoyo en una actividad organizada por el Hospital Divina Providencia, la cual estaba dirigida a familiares de personas que fallecieron tras sufrir de cáncer.

En total son doce sitios los que suelen visitar en el transcurso del año, entre ellos también están el Hospital Rosales, el Hospital San Rafael, el Hospital Doctor José Antonio Saldaña, y hogares de niños y centros de atención de ancianos, ente ellos el Asilo Sara.

“La visita que desarrollamos al Hospital Divina Providencia es para acompañar a los familiares y tratar de cambiarles un poco el panorama que sabemos que sufren, que pasan por una transición de vida muy difícil. Entonces nosotros tratamos de llegar con un poquito de luz a esos lugares donde hay oscuridad”, sostiene.

Explica que los voluntarios se organizan en distintos horarios para cumplir las visitas programadas.

“Hay un clan, que son los grupos que se distribuyen en los distintos lugares. El primero inicia a las diez de la mañana y termina a las once y treinta. Luego hay una actividad en la que se socializa cómo estuvo l a visita, y eso lleva media hora más. Luego el turno de la tarde inicia la visita a las 2:30 p.m. y termina a las 4:30 los viernes, sábado y domingo”, expone.

La voluntaria asegura que no es necesario tener dinero para ayudar a otras personas, porque “realmente lo que te lleva a compartir con alguien es la voluntad y calidad de tiempo que quieras brindarle”.

La fundación lanza convocatorias a principios y a mediados de año para dar oportunidad a los interesados en sumarse a esta obra. Generalmente lo hace a través de algunos medios de comunicación, se ponen a distribuir hojas con información en los semáforos o en enfocadas en el voluntariado.

Pero no basta con inscribirse. Los aspirantes a voluntarios entran a un proceso de inducción en la que llaman Payaescuela. Este dura cinco meses, y dentro del mismo aprenden a comportarse en un lugar, a conocer qué tipo de impresiones van a vivir durante las visitas, cuál es la labor que llegan a hacer a los hospitales, hogares de niños y asilos, aprender herramientas que puedan utilizar para distraer y confortar a las personas que visitan.

“En esos cinco meses se explica todo eso. Y antes de ir a dar el servicio tenés que estar bien emocionalmente. No vas a llegar donde hay tristeza y tú estás triste porque no llegas a hacer nada. En este proceso se trata de que te encontrés y sepas cuales son tus cualidades para que dentro de una visitas sepas medir tus límites, y no te vayas a quebrar. Por ejemplo, este evento era como muy emotivo. Entonces nosotros teníamos que plantarnos firmes, y aunque tuviéramos el corazón en dos teníamos que ser fuertes, entonces para eso es el proceso en la Payaescuela”, detalló Eleonora.

Y es que en la capacitación, que comprende varios talleres, se les da una base psicológica que les permite redescubrirse, identificar sus niveles de tolerancia, la fuerza para llevar adelante la visita y cómo mantener una plática.

La doctora Pakini también señala que la característica principal del voluntario de la Fábrica de Sonrisas es servir, y al mismo tiempo, la voluntad que tiene de dar su tiempo sin recibir remuneración alguna. A cambio sólo de sonrisas.