Asistente de Monseñor Romero relata la última jornada antes del martirio del arzobispo

Angelita Morales, como la conocen en el arzobispado, ha trabajado con la Iglesia Católica desde su juventud por los vínculos familiares de empleados de la curia.

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Por Tomás Guevara / Enviado especial al Vaticano

2018-10-12 8:35:50

Ángela Morales es baja de estatura, con una sonrisa tímida, pero una voz franca y contundente. De ahí su nombre de cariño “Angelita”, que por décadas la ha identificado en el Arzobispado de San Salvador; pero quizá pocos saben que ella era la mano derecha de monseñor Óscar Arnulfo Romero desde principios de la década de 1970, cuando terminó el bachillerato en secretariado, y al no tener empleo le preguntó al entonces Obispo Auxiliar de la capital que si no necesitaban alguna secretaria.

Angelita ya era conocida en el clero salvadoreño y el Seminario de San José de la Montaña en San Salvador, pues su padre había trabajado durante su vida en oficios varios en el arzobispado, y ella y sus hermanos desde niños habían estado en las escuelas parroquiales y casi en preparación para heredar los trabajos de familia como se estilaba en esa época.

Al preguntar a Monseñor Romero por alguna vacante, ella no estaba ante un desconocido. La respuesta que recibió de su futuro jefe fue inmediata: le dijo que empezara esa misma semana y le asignó entrenarla a otro empleado para que ayudara en la despensa de los vinos de consagrar. Corría el año de 1974 y El Salvador no tenía mayores sobresaltos.

Sus destrezas secretariales le valieron para que Monseñor Romero, al ser asignado como Obispo de Santiago de María, en Usulután, le solicitara si quería trasladarse a la ciudad cafetalera de la zona oriental del país para apoyarle en el manejo de la agenda y demás ocupaciones administrativas. Esos tres años de misión fuera del área de San Salvador le sirvieron para conocer la madera de la que estaba hecho el ahora compatriota ascendido al santoral de la Iglesia Católica.

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Viviendo entre los pobres

Conversamos en una terraza sobre la Calle Pío Borgo, a las afueras de los muros vaticanos, después de un largo viaje que la ha mantenido despierta por más de 24 horas desde que salió de San Salvador, pasó una larga escala en el aeropuerto de París, Francia, antes de tomar el vuelo final la noche de este jueves a Roma.

“Esa estancia en Santiago de María tocó a monseñor Romero muy profundo, porque ahí llegaba la gente en tiempo de las cortas de café a contarle sus tristezas y al verlos durmiendo en el suelo en los portales ordenó que se abriera la casa parroquial para albergarlos y luego hasta construir una galera para que durmieran; él se identificaba de una manera tan única con el dolor de los demás”, reseña Angelita.

Pero la vuelta a la capital en 1977, cuando monseñor Romero fue nombrado como Arzobispo de San Salvador, es otro capítulo que Angelita lo relata, en algunos episodios, sin poder evitar que sus ojos se llenen de lagrimas, se le corte la voz y solo con un gesto de impotencia con el que indica que no hacen falta las palabras para saber que esta mujer hable desde la primera persona y con certeza del personaje salvadoreño más conocido en el mundo.

Un paseo en el día fatídico

Así toca recordar la mañana del 24 de marzo de 1980, cuando el Arzobispo fue asesinado mientras oficiaba en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, a donde se había traslado a vivir.

Angelita recuerda que Monseñor la llamó temprano a la oficina del Arzobispado y le dijo que si le ponía una calzoneta de baño y otras cosas de uso personal en una bolsa y que se las enviara al hospital, porque de ahí saldría para el mar, para reunirse con unos sacerdotes.

“Me pareció raro porque él siempre iba a esas reuniones a la playa, hablaba con ellos y se regresaba, pero no se bañaba en el mar; pero bien, le arreglé la bolsa esperando que llegara el motorista”, relató.

Sin embargo, en un par de horas no llegó el motorista sino el arzobispo y ella bajó del tercer piso porque le dijeron que él acababa de entrar; ella entró a la oficina y ambos se sentaron a conversar de las cosas ordinarias.

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Angelita había tenido una bebé

Monseñor quería conocer a la pequeña, Claudia, en el bautismo que programarían para después de Semana Santa.

“Terminamos de hablar y subí, y él se quedó revisando papeles en el escritorio, uno frente del otro, así como estamos aquí en esta mesa; esa fue la última vez que nos vimos, porque él se iba para la playa y tenía una misa en la noche, pero con la asistencia de las monjitas del hospital. Así que hablaríamos de las cosas del trabajo el siguiente día”, comenta.

Por la noche, cuando tenía en sus brazos a Claudia, que hoy es una arquitecta de 38 años, la radió católica (YSAX) interrumpió la programación y lanzó la noticia del asesinato. “Yo me derrumbé completamente, porque aunque recibíamos esas cartas de amenazas, que él lo único que nos decía era que las archiváramos, yo en el fondo no creía que llegaran a matarlo”, dice con los ojos llenos de lágrimas.

Desde entonces todo pareció entrar en un torbellino de angustias que todavía la sobresaltan. Siguieron muriendo sacerdotes y servidores de la Iglesia, pero ella se quedó ahí, con miedo natural, pero entregada al trabajo diario que conserva hasta la fecha, casi como un apostolado que aprendió del ahora santo.

Romero está presente

A escasas cuadras de la Basílica de San Pedro, con un enorme afiche con la imagen del obispo salvadoreño colgando en el frontón, Angelita alude de que aquel baño del obispo en la costa salvadoreña fue como un presagio que si se tratara de un bautismo en el mar nuestro antes de entregar su vida esa noche como sacrificio en la defensa de los necesitados y por defender a los perseguidos.

Y con los ojos inundados de lágrimas dice: “¡Quién nos diría que después de 38 años parece que la historia tiene un final feliz, y yo si siento que monseñor Romero está aquí en Roma! Dije que haría el sacrificio para venir porque él fue una columna en mi vida y soy como soy por haberlo conocido”, puntualiza Ángela Morales, después entre las calles de Roma se dirige hasta un convento donde le han hospedado junto a otros miembros de la comitiva del arzobispado que han llegado a la capital italiana y al estado dirigente de la fe católica en el planeta.