Judit y las heridas de un embarazo a los 13 años: “Me decía que ya no me iban a querer porque estaba embarazada"

Las niñas se ven forzadas a convivir con sus agresores tras el abandono de su familia. Incrementan su nivel de pobreza, violencia y están propensas a otros embarazos.

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Judit camina con una de sus hijas en una vereda de una zona rural de Sonsonate. Quedó embarazada a los 13 años. FOTO EDH / YESSICA HOMPANERA

Por Yessica Hompanera

2021-03-07 9:39:25

A Judit le duelen los golpes que tuvo que soportar por parte de su compañero de vida mientras tuvo su primer embarazo cuando apenas tenía 13 años de edad. Su cuerpo está marcado con cicatrices que le recuerdan un pasado de dolor, violencia y el rostro de un hombre que un día le prometió no hacerle daño.

Judit no es el nombre real, ella prefiere guardar el anonimato junto con su familia, ya que aún su agresor viene a su presente cada cierto tiempo en su búsqueda. Ahora tiene 27 años y vive en una zona rural del departamento de Sonsonate, uno de los sitios con cifras elevadas de casos de embarazos prematuros y violencia sexual en niñas y adolescente en todo el país.

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Las cifras de Ministerio de Salud muestras que entre enero y diciembre de 2020 se reportaron 87 niñas embarazas de entre los 11 y 14 años, edades donde el resultado es producto de una violación sexual, según lo establece el Código Penal en su artículo 159 y tiene penas que van desde los 14 hasta los 27 años de prisión. A esa primera cifra se le suman otras 1,360 adolescente en gestación de 15 y 19. Todas en etapa escolar y con dependencia económica de sus padres.

El informe presentado por Naciones Unidas titulado “Mapa de embarazos en niñas y adolescentes en El Salvador 2017”, explica que las niñas y adolescentes que se embarazan y se unen temprana edad se ven limitadas “en alto grado a las oportunidades de educación y un empleo, y es probable que produzca efectos negativos a largo plazo sobre la calidad de vida de ellas mismas y de sus hijos e hijas”.

Perritos miran con atención a Judit para que les dé comida. Su vida ha transcurrido entre la violencia y la pobreza. Foto EDH / Yessica Hompanera

Como si se tratara de un norma, para Judit así fue. Iba a Sexto Grado cuando un hombre se le acercó. Era 15 años mayor que ella y ser amigo cercano de la familia le sirvió de ventaja. Ella era una niña introvertida y alejada del resto de las de su edad. No recuerda con exactitud cuándo ni cómo fue, pero desde que lo vio notó con mucha extrañeza la forma en que la observaba. Tampoco reconocía si ese comportamiento era con buenas intenciones. Generalmente pasaba sola, ya que su madre trabajaba largas jornadas en una maquila de la zona.

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En el informe trimestral del Ministerio de Seguridad y Justicia, titulado “Hecho de Violencia Contra las Mujeres Enero-Junio 2020, señala que durante ese período se registraron 9, 176 hechos de violencia de los cuales 2,320 eran sexuales. Y Sonsonate es el sexto departamento con 501 casos de los 2,320 reportes, seguido de San Miguel, Ahuachapán, Santa Ana, La Libertad y San Salvador. Sonsonate está compuesto por 16 municipios, entre ellos Izalco que se posiciona en el número uno con 119 hechos de violencia sexual hacia las mujeres y niñas.

Poco a poco el hombre se fue ganando su confianza hasta el punto de ir a la entrada de su escuela y esperar a que ella saliera. “Esperaba a que yo saliera para que me fuera con él a unas canchas. Solo eran pláticas y me trataba bien. Me sentía bien, pero tenía 15 años más que yo”, dice con timidez. “A los días me ofreció trabajo en un comedor que tenía con su hermana y mejor dejé la escuela. Tenía un salario de $100 al mes. Le ayudaba a servir comida y hasta cocinar”. El coqueteo por parte de este hombre era constante hasta tal punto que la terminó “enamorando”.

Con el paso del tiempo Judit quedó embarazada y aquel buen trato que recibía de su compañero de vida se convirtió en maltratos físicos y psicológicos. “Me decía que en mi familia ya no me iban a querer porque estaba embarazada y que no debía de decir que él me golpeaba porque iba a matarme a mí y a mi familia. Yo no podía salir sin el permiso de él y en las ocasiones en las que iba sola, siempre a mi regreso me preguntaba por qué me había tardado. Yo no quería estar con él, sentía mucho miedo”, recuerda. Aún ahora ahora lo dice con angustia.

Ella recuerda que cuando se enteró que estaba a la espera de su bebé fue a dos controles prenatales y no volvió a la Unidad de Salud de su pueblo. Explica que nadie se extrañó de su edad y el estado en el que se encontraba. “Era como normal ver a niñas así quizá”, supone. La Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia (LEPINA) establece en su artículo 70 que cualquier persona podrá denunciar ante las Juntas de Protección de la Niñez todo acto que violente o amenace los derechos de los menores de edad. En este caso la vida de Judit pasó desapercibida.

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Una madrugada Judit se despertó y fue al baño sintió que su bebé se había desprendido de su vientre. Su gritó aturdió a su compañero y rápidamente la socorrió hasta llevarla al Hospital Nacional de Sonsonate. Nadie se mostró extrañado por su edad ni mucho menos por el cúmulo de años que tenía el padre. “Casi lo pierdo (al bebé) porque ya estaba afuera y no se hubiera muerto si no hubiese estado conectado a través del cordón”, señala.

Tras recuperarse y regresar a la casa Judit se dio cuenta que nada había cambiado con aquel hombre. Los golpes continuaron y esta vez eran más intensos. Una buena mañana tomó a su hijo y decidió escapar donde su familia, pero de alguna forma él logró encontrarla. Sus palabras nuevamente la abrazaron y la convenció de regresar. Ahora en lugar de dedicarse al trabajo en el comedor fue relegada a cuidar ganado desde la madrugada hasta la noche.

“Regresar fue lo peor porque aparte del maltrato, volví a quedar embarazada. Me obligaba a tener relaciones sexuales con él. No sé cómo es que permanecí ahí”, explica. En una madrugada escuchó que uno de los animales se soltó y se escapó. En medio de la oscuridad él gritó: “Si no encuentro ese animal para ordeñarlo te voy a matar. Ya te tengo empezada”. Ella sintió mucho miedo y sin pensarlo tomó a su hija y salió huyendo hasta la casa de sus familia quienes de inmediato vieron las marcas de todas sus heridas.

A su agresor se le interpusieron medidas de alejamiento, pero siempre llegó a rondar su casa. Durante varios meses tomó terapias psicológica en Ciudad Mujer para poder superar todo el daño que sufrió. Ahora vive con sus hijas y comenzó una nueva vida, sin olvidar la anterior.