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Los jóvenes de la comunidad San Antonio que nunca volvieron

Medardo, de 75 años, y de María Paz, de 73, cargan con la pena de no haber encontrado los restos de su hijo, desaparecido en Nuevo Cuscatlán, hace cinco años.

Por Lissette Lemus | Mar 08, 2022- 09:10

Don Medardo conserva en la página 36, de una libreta de apuntes gastada por el tiempo, un mensaje a mano en el que se lee: “Mi hijo Edwin desapareció el lunes 28-8-2017”.

Cada vez que Medardo muestra ese recuerdo, las lágrimas asoman en su rostro cansado por los años y por la tristeza de no encontrar ni siquiera los restos de su hijo.

Edwin Leonardo De León Aguirre era el último hijo de Medardo, de 75 años, y de María Paz, de 73. Ella se ha dedicado toda su vida a hacer tortillas para vender y él trabaja en la agricultura.

La vida no ha sido fácil para ambos, quienes enfrentaron pobreza y carencias para criar a 12 de los 14 hijos que procrearon. Dos murieron cuando apenas tenían pocos meses de nacidos.

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La mañana del 28 de agosto del 2017, Edwin, entonces de 21 años de edad, salió a las seis en punto en busca de un trabajo que le habían ofrecido en el pueblo , pero nunca llegó a su destino y tampoco volvió a su casa.

Lugareños relatan que el joven fue llevado por un grupo de sujetos cerca del punto de buses que de Nuevo Cuscatlán hacen su recorrido hasta Santa Tecla. Y desde entonces sus familiares desconocen su paradero.

Edwin trabajaba como jornalero, pues apenas pudo finalizar el séptimo grado en un centro escolar de Nuevo Cuscatlán. “Mi hijo tenía problemas para aprender, él casi no entendía lo que le enseñaban, hasta los profesores me decían que no se le quedaba nada”, relata su madre.

Además, el joven padecía dolencias físicas en su columna vertebral, lo que no le permitía realizar trabajos pesados, explica su madre.

El día que Edwin desapareció, su padre y sus hermanos, al percatarse que pasó el último bus después de las siete de la noche, sospecharon que algo malo había sucedido y se armaron de valor para salir a buscarlo.

La madre tenía la esperanza que su hijo no hubiera alcanzado el último autobús y se había quedado donde un amigo o conocido. Sin embargo, al siguiente día tampoco regresó ni lo encontraron.

Medardo recuerda que fueron cuatro días de intensa búsqueda por veredas y barrancos en las zonas solitarias que rodean el caserío San Antonio, sin tener resultados.

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“Mis hijos se fueron a recorrer todos esos cafetales junto a las autoridades y no encontraron nada”, se lamenta la madre de Edwin.

Han pasado cinco años, pero ambos padres comentan que aún lloran por no saber qué pasó con su hijo.

“Cuando me recuerdo de él, siento algo bien feo y pienso: ‘Señor, solo tú sabes dónde está’. Siento que hace poco pasó todo esto”, dice María, mientras hace las tortillas del mediodía en un comal sobre una hornilla de leña.

Por su parte, Medardo relata que los primeros meses no podía dormir, fueron noches de mucha angustia e incertidumbre.

La desaparición de Edwin fue la segunda vez que la violencia afectó a esta familia, pues en 2004 otro de los hijos de la pareja fue asesinado en la calle que del caserío San Antonio conduce a Nuevo Cuscatlán.

“Al primero le pudimos dar sepultura, sabemos dónde está, pero este otro no sabemos dónde quedó. Solo quisiera saber dónde están aunque sea sus huesos”, dice con tristeza la madre del joven.

Wilbert tampoco volvió

Wilbert Otoniel Vásquez desapareció el domingo 25 de julio del año pasado, nueve días antes de cumplir 26 años de edad.

Zoila, la madre de Wilbert, aún recuerda lo triste que fue el día del cumpleaños de su hijo. “Si uno no está en los caminos de Dios, un dolor de esos no lo soporta como madre”, asegura.

El día que desapareció, el joven andaba ebrio y su madre sospecha que fue llevado por la fuerza en el centro de Nuevo Cuscatlán.

Esa sospecha la sostiene debido a que el lunes que ella salió a buscarlo, lo único que encontró fue un chancleta de su hijo, en una cuneta frente a la casa comunal, cerca del puesto policial.

Esto le hace creer que hubo un forcejeo o alguna pelea antes que se lo llevaran. “Desde ese día es como si la tierra se lo hubiera tragado” dice.

A las nueve de la mañana del lunes, la señora fue a la Policía para verificar si su hijo había sido capturado por algún desorden mientras andaba ebrio, pero tampoco lo encontró ahí.

Y aunque Zoila les explicó que había encontrado una chancleta de su hijo a media cuadra del puesto policial, los agentes negaron tener conocimiento sobre lo que había pasado.

La señora sospecha que la Policía tiene conocimiento de cómo desapareció su hijo, debido a que lo tenían fichado después de cumplir una condena de siete años en un penal y porque cuando andaba ebrio hacía desórdenes.

La familia puso la denuncia en la Fiscalía, pero hasta el momento no ha tenido una respuesta sobre el avance de la investigación.

Wilbert tenía varios tatuajes en su cuerpo, entre ellos un payaso y una telaraña, asegura su madre. Tiene dos hijos, uno de ellos nació después que el joven desapareció.

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