A sus 23 años, Fernando Elías es el hombre del hogar. El año pasado murió su padre y ahora vive con su hermana, Mónica, y su madre, Linet Contreras.
Desde que nació, la familia del joven no hizo otra cosa que volcarse al desarrollo y la educación de Fernando. Hoy, ese esfuerzo se ve reflejado en una persona que trabaja, hace deporte, estudia e interactúa con todos.
En Fernando hay un factor que determinó lo que él muchacho es hoy en día: el estímulo. “Es muy cariñoso, solidario y buen amigo. Ha sido bien despierto y ha estado siempre en la jugada”, describe su madre.
Linet cuenta que al nacer Fernando ella no pudo asimilar del todo lo que los médicos le dijeron. Sitió que algo se le desmoronaba. “No me gustaba hablar del tema porque lloraba”, relata.
La primera persona que le habló del potencial de las personas con síndrome de Down no fue ni un médico ni los libros, sino una enfermera que la miró enjugarse las lágrimas.
“Me preguntó por qué lloraba. Me dijo que ‘esos niños son bien lindos’. Y fue a traerlo y me lo llevó hasta la cama para que estuviera con él”, recuerda Linet, emocionada.
Según la progenitora, Fernando comenzó a recibir sus terapias al año de nacido. Ingresó, luego, en la Asociación Síndrome de Down El Salvador (Asapaed).