Limitantes en velorios y funerales con protocolo covid causan daños psicológicos en dolientes

Profesionales de la salud alertan que las restricciones en estas actividades fúnebres impactan en los dolientes, a nivel físico, emocional y social

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En San Salvador, en el cementerio La Bermeja, en la zona de entierros con protocolo covid, las familias dolientes llegan a depositar flores a las tumbas, pero sin poder acercarse a ellas. Foto EDH / Archivo

Por Carlos López Vides

2021-11-20 9:00:57

Los restos de las personas que han fallecido por covid-19 no transmiten la enfermedad. Es un hecho científico que han subrayado profesionales médicos como el infectólogo Jorge Panameño y Wilfrido Clará, que han elevado la voz recientemente como parte de lo que indica la comunidad médica internacional: debe revisarse los protocolos en cuanto a sepelios e inhumaciones de personas que murieron por el Coronavirus, dado que el virus se transmite, en su inmensa mayoría, por aerosoles (estornudos, gotículas al hablar o gritar, etc.).

Pero también hay otro daño colateral de estas limitaciones, pues al no haber un proceso de duelo natural o normal, esto puede generar un daño psicológico en los dolientes, daño que puede generar consecuencias importantes, según señalan dos psicólogos consultados por El Diario de Hoy.

Lo único que pueden hacer las personas es ver desde lejos cómo los sepultureros colocan las flores a las víctimas de covid. Foto EDH / Francisco Rubio

El Salvador es uno de los países con protocolos más estrictos para el manejo de los restos de personas que murieron por covid-19. No se permiten velas, los cadáveres son transportados en ambulancias que viajan desde los centros médicos hacia los cementerios a gran velocidad, muchas veces custodiados por patrullas policiales y con sirena abierta. Al llegar al camposanto, las personas que proceden a la inhumación ocupan trajes de protección especial nivel tres. Solo se permite de dos a tres familiares o amigos presentes en el lugar, y tienen que estar fuera del cementerio. Para hacer llegar una flor, una tarjeta o cualquier otro detalle para colocar dentro del ataúd, deben pedirle apoyo al personal del camposanto.

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Tampoco pueden acercarse a las tumbas en los días o meses venideros, ni tampoco para conmemoraciones como el Día de Difuntos, Día de las Madres, etc., dado que en los cementerios hay zonas covid-19 y no se permite el ingreso a ellas.

No es posible ir a dejar una flor a un abuelo, a una maestra admirada, a un amigo que se adelantó.

Ante esa situación, en un país donde según estimaciones internacionales de la Universidad de Oxford ha habido en promedio 18,000 muertes por covid-19 durante la pandemia, hay miles de familiares y amigos dolientes a quienes “les puede haber quedado la sensación de no haber vivido el ritual completo, al no poder acercarse al ataúd, incluso de abrazar o besar el ataúd. En un duelo se pueden dar esas manifestaciones”, explica Franklin Hernández, licenciado en psicología, con maestría en psicología clínica y de la salud.

“La pandemia añade una carga emocional. Las restricciones y limitaciones de los rituales que teníamos para generar este desapego, esta despedida de los seres queridos, lo vuelve más difícil”, añade María Ábrego Batista, también licenciada en Psicología, “porque nuestro ser querido se ha ido, no pudimos acompañarlo ni despedirlo, ni vivir esta experiencia acompañados de otros seres queridos, donde hacemos un intercambio de abrazos, de palabras de cariño, de oraciones”.

La zona covid es una de las más melancólicas. Las personas que llegan a enflorar a sus familiares no pueden entrar al área debido que aun se realizan entierros bajo protocolo.
Fotos EDH/ Menly Cortez

Para Ábrego Batista, máster en psicología clínica infantojuvenil obtenido en 2015 en el Instituto Superior de Estudios Psicológicos (ISEP), en Barcelona, España, lo que está pasando con las restricciones es que “por evitar un mal (posibles contagios) estamos haciendo más difícil ese periodo de duelo, porque el ser humano es un ser biopsicosocial”.

El psicólogo Hernández llama a esta situación un duelo no cerrado, o no resuelto, que puede traer consecuencias patológicas en la persona, hasta llegar a manifestaciones de nivel físico, psicológico y conductual.

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Los efectos a nivel físico pueden incluir “insomnio; aparición de síntoma de enfermedad preexistente como hipertensión arterial, gastritis, pueden ser derivadas de causas psicosomáticas; pérdida de apetito, baja de peso. También puede haber afectación en su sistema inmunológico”, detalla Hernández.

Si no existe el tratamiento o seguimiento adecuado, también la persona puede sufrir un daño psicológico, que incluye según Fernández “otras manifestaciones: la persona puede entrar en un aislamiento, en ansiedad generalizada, depresión, tristeza, también agresividad, irritabilidad”.

Y puede haber consecuencias conductuales, que inciden en las interacciones sociales del doliente, “como no tener deseos de ir a su empleo, ni de retomar su rutina espiritual, como por ejemplo su iglesia o incluso un deporte; en lo más marcado se da el aislamiento, que la persona se encierra en su cuarto. Deja de buscar a sus amigos, de salir a la playa, de ir a comer, cosas que antes hacía; por el duelo no resuelto”, sostiene el psicólogo.

Tarea por realizar
Para Hernández, “como profesional de la salud mental, considero que hay una asignatura pendiente en ese tema. No solo a nivel de nuestro país, ha sido una deficiencia a nivel mundial, y ya lo era incluso antes de la pandemia: el presupuesto para salud mental es bien reducido incluso en países de primer mundo”.

A pesar de que Hernández aplaude la traída oportuna de vacunas anticovid y su aplicación entre la población salvadoreña, considera que en paralelo “debieron conformarse mecanismos de catarsis, por decirlo así; que la gente pudiera expresar su sentir” ante los efectos de la pandemia, entre ellas la dolorosa pérdida de un ser querido.

Un trabajador fúnebre viste un traje de protección nivel 3 en la zona de entierros covid de un cementerio salvadoreño. Foto EDH/ René Quintanilla

En el sistema público de salud, según explica Hernández, quien pide consulta por su salud mental puede tener la atención tras una espera de tres meses, lo cual “no es una respuesta adecuada a la población, porque la persona sufre mucho en esos tres meses”.

Ante tantas limitaciones tanto en las velaciones como en los funerales cuando hay sospecha o confirmación de muerte por covid-19, Ábrego Batista sugiere que “es importante crear nuevos rituales” que se ajusten a las circunstancias, donde se coloque como punto central “a la familia, que nos puede ayudar a elaborar un duelo sano, más normal”.

“Podemos colocar una fotografía, adecuar un espacio en casa, hacer una especie de altar. Una parte importante de la sanación es honrar a la persona, en lugar de evitar los recuerdos”, plantea la profesional.

La psicóloga también agrega opciones como “escribir en un diario, una carta, compartir historias de la persona fallecida, mirar fotos, reflexionar sobre los momentos bonitos que tuvimos con esas personas”.

Así mismo, recomienda adaptaciones como reuniones virtuales o planificar una reunión al aire libre entre los familiares o allegados más cercanos, en condiciones de bioseguridad que no permitan contagios, ya que “hacer estas ceremonias nos puede permitir darnos el tiempo para poder procesar” la ausencia del ser querido.

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“Como personas, como seres humanos, experimentamos una serie de emociones durante el duelo. Incluyen miedo, ansiedad, depresión, ira... No hay emociones correctas ni incorrectas para el caso. Es normal sentir muchas emociones y expresarlas está bien. El único medio de expresión no es solo el llanto, podemos canalizar las emociones y plasmarlas de otra manera”, explica la profesional de la salud mental.

Según Ábrego Batista, un proceso normal de duelo puede durar de uno a tres años, o a veces menos, según la persona lo vaya trabajando. Por eso es importante “reconocer que este periodo que nos ha tocado vivir representa obstáculos que atrasan el proceso de sanación. Hay que evitar el negar la pérdida, o desear que las cosas sean diferentes, porque son cuestiones que no están bajo nuestro control. Hay que experimentar esta pérdida tomando en cuenta este distanciamiento físico, y buscar rituales alternos, para que podamos tener este cierre y despedida de nuestros seres queridos”.

Las víctimas del COVID-19 son enterrados en propiedades que las familias ya han adquirido, también en fosas comunes. Escena en Quezaltepeque. Foto EDH/ Jonatan Funes

El duro momento del adiós: edad por edad
A pesar de que la muerte es una parte natural del ciclo de la vida, las personas reaccionan de forma distinta a este hecho, según su edad y su desarrollo. La psicóloga María Ábrego Batista plantea algunos consejos.

En la niñez
No hay que esconderles la noticia, sino transmitirla con un lenguaje afectivo, sencillo y cercano. Podemos hacer uso de las creencias religiosas que tenemos y ocupar frases como “papá ya no está con nosotros pero se fue al Cielo y desde allá nos cuidará”. Para los niños, por la etapa en que están, pueda que no sepan usar bien las palabras para la despedida. Se les puede sugerir que hagan un dibujo del familiar que falleció.

En la adolescencia
A esta edad, ya están más conscientes de la situación. Se puede generar un espacio para poder hablar, recordar bonitas memorias, recuerdos. Si ellos lo desean, pueden escribir una carta para poder despedirse.
Muchos adolescentes reaccionan con la rebeldía propia de esta etapa, y prefieren alejarse del resto, aislarse. Para Ábrego Batista, “hay que darle un espacio prudencial; y luego buscarle en su habitación para ver qué tal está, dar apoyo y apertura si quiere platicar, abrir ese espacio de comunicación. Si vemos que pasa mucho tiempo, entiéndase tres días o una semana, y vemos que el adolescente va perdiendo el apetito, que padece de insomnio, etc., en ese caso sería recomendable buscar ayuda profesional, para que salga de sí mismo y pueda hacer esta parte del desahogo, si no siente la suficiente apertura con sus padres o familiares”.

En la adultez
Muchas personas a esta edad reaccionan guardándose las lágrimas, o físicamente sienten que no pueden llorar. Ábrego Batista explica que esto es un mecanismo de defensa, que cuando la situación se vuelve extremadamente dolorosa se puede dar, y “coincide con la primera etapa del duelo, que es la negación”.
A veces esto ocurre por patrones culturales, porque “como adultos, independientemente del género, y más que todo si hay hijos, asumimos este rol, de ser el pilar. Tenemos la creencia de que tenemos que ser el fuerte, que no tenemos que flaquear, porque si no todo se viene abajo, todos nos desmoronamos. Reprimir estas emociones nos puede llegar a representar un daño emocional mucho mayor más adelante. Nos puede pasar factura”, alerta.

En personas arriba de 60 años
Entre los adultos mayores, cuando se da una pérdida cercana “invade una abanico de emociones, entre ellos la soledad, la culpa, el autocuestionamiento, el ‘por qué a mí, por qué no fui yo’”, explica la psicóloga.
Para evitar que estos pensamientos afecten al adulto mayor, una opción es llevarlo a casa de uno de sus hijos o familiares. Si la persona no quiere eso y prefiere seguir en su hogar, se le puede visitar constantemente, y en la medida de lo posible evitar que se sienta sola; todo sin perder de vista la bioseguridad.