El regreso a las aulas en un lugar donde no hay escuela

Para una comunidad en Torola, Morazán, la escuela más cercana está tan lejos, que se vuelve inviable mandar a los niños a estudiar.

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Foto EDH / Yessica Hompanera

Por Yessica Hompanera

2021-03-19 9:30:01

Habitantes de tres caseríos del municipio Torola, al norte de Morazán, se han organizado para recolectar materiales y con ellos construir una escuela provisional para sus hijos. Desde años antes de la suspensión de clases por la pandemia, tenían que caminar cinco kilómetros por el paisaje montañoso para recibir educación por parte del Estado. Ahora los padres desean tener su escuela cerca para cuando se reinicien las clases presenciales en abril.

Por el momento, Esther y Ericka Orellana alistan una mesa en un corredor techado para estudiar. Wendy, su madre, les ayuda con las guías que entrega el MINED. Las niñas se colocan una frente a la otra y sacan sus cuadernos para hacer sus primeras tareas del día. Ellas viven en el caserío Las Raíces que colinda con Los Amates y Tortolico, lugares donde por generaciones no han tenido otra opción que caminar hasta dos horas para recibir clases en el Centro Escolar Caserío Ojos de Agua.

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“Me gustaría que construyeran una escuelita para que quedara más cerca”, dice Ericka de 8 años. Ella asiste a Segundo Grado, mientras que su hermana Esther, de 10, cursa Cuarto Grado. Ambas extrañan la escuela y a sus compañeros, pero lo que no les hace falta es despertarse de madrugada y caminar por empinadas veredas.

Unos tres caseríos del municipio de Torola, en Morazán, se han organizado con miras de construir una escuela más cercana para sus hijos. El centro escolar que atendía, hasta la llegada de la pandemia de COVID-19, a los 23 pequeños estudiantes de estas comunidades está ubicado a 4 kilómetros, un recorrido a pie lleno de riesgos y cansancio.

En Ojos de Agua está una de las 10 escuelas que hay en Torola y es la única que da servicio a cuatro caseríos de los 20 que tiene el municipio: El Pedrero, Tortolico, Los Amates y Las Raíces. Los profesores de este lugar tienen que ingeniárselas para impartir clases a dos grados diferentes de manera simultánea en el mismo salón, a esto lo llaman multigrado. Según Esther y Ericka, esto implica una mayor capacidad de concentración para no confundir los temas.

 

A las dos niñas les apasionan las ciencias y las matemáticas. Su madre Wendy dice que cuando las acompañaba a la escuela se tardaban una hora y cuarto para llegar. “Teníamos que irnos con cuidado porque el camino que no es recto y había muchos abismos. Tenía que traerlas agarradas porque tenía miedo de que se fueran por el abismo”, explica. Como las niñas no podían regresar solas, Wendy se tenía que quedar cerca de la escuela esperando el final de las clases para acompañarlas a casa. Esto le hacía perder tiempo que podía invertir en otras labores.

El presidente de la Adesco Las Raíces, José Francisco Orellana, explica que la necesidad de construir una escuela nació con el objetivo de acercar la educación a estos caseríos y así evitar que los estudiantes se arriesguen por el camino o deserten de su proceso de aprendizaje.

Orellana, quien también tuvo que recorrer estos caminos cuando era estudiante, comenta que “comenzamos a ver que los niños tenían mucha dificultad para ir a estudiar. Se ha pensado construir una champa provisional de lámina, pero siempre tenemos pensado construir una escuela como se debe”.

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Para enero de 2020, la Adesco y la Fundación para el Desarrollo Educativo Morazán en Acción (FUNDEMAC) coordinaron la búsqueda y compra de un terreno para la construcción con ayuda de la alcaldía de Torola, sin embargo, no lo logró por el impago del FODES. Los padres y madres de las tres comunidades esperan que para este año el desembolso sea efectivo y continuar con el proyecto que beneficiará a 23 estudiantes.

A pesar de este impase para la construcción, FUNDEMAC y la Adesco han acordado en continuar con la campaña para la recolección de materiales como láminas, madera, clavos, cemento, inodoros, tubo PVC, entre otros.

“Tenemos buena organización con los padres de familia y una vez tengamos los materiales, ellos están dispuestos a hacer la champa para un aula provisional por ahora. Ya se tiene un maestro que está dispuesto a educar a los niños. A él se le dificulta ir a los hogares de los niños a resolver las guías con los estudiantes”, explica.

 

Los  infantes deben caminar hasta dos horas por veredas y hasta cruzar quebradas para llegar a la  escuela.
Foto EDH/ Yessica Hompanera

Crueles inviernos

Según el último censo nacional de 2007, Torola tiene aproximadamente 3,042 habitantes, que viven sobre todo de la agricultura. Es de los municipios con menores índices de desarrollo humano en el país. Orellana explica que durante los inviernos hacen que la conexión entre los caseríos y el pueblo sea mucho más difícil ya que las calles se convierten en lodo.

Como si se tratara de un acuerdo comunal, los niños y niñas tampoco asisten a la escuela cuando llueve.

Cándido Chicas, habitante del caserío Tortolico, explica que recorrió los mismos caminos que recorrerá su hija Alexa, de 4 años, si no se construye una escuela en las cercanías. “Me costaba bastante y estaba algo grande, pero no digamos un niño. Con el invierno es complicado mandarlos hasta Ojos de Agua porque queda lejos y puede ocurrir algún derrumbe o algo”, dice preocupado.

“Uno tenía que llevar a los niños en el lomo hasta cierta parte donde el camino es más bonito. Donde es feo hay barrancos y cuesta bastante”.

El recorrido a pie desde los Tortolico hasta Ojos de Agua tarda 1 hora con 45 minutos. Si construyen el aula provisional en Las Raíces, solo tardarían 25 minutos en llegar. Cándido es uno de los padres de familia que está entusiasmado ante la idea de una nueva escuela y está dispuesto a trabajar junto con otros miembros de la comunidad para levantarla con sus propias manos.