Óscar Mejía tiene 19 años y vive en el cantón Cantarrana, en Santa Ana. El joven es conocido por los santanecos por su deseo de superación. En el mercado Colón, entre la avenida sur y 13 calle poniente, tiene un pequeño negocio de frutas y verduras, que le ha permitido subsistir todo este tiempo. “La pandemia vino a cambiar mis planes. Me veía dentro de un salón recibiendo clases”, dice.
Desde que cursaba el noveno grado, su meta, como la de muchos otros compañeros, era inscribirse en la universidad. Con ayuda de su padre, que trabaja como vendedor ambulante, logró matricularse en la UES a principios del año.
El entusiasmo de empezar a cursar una ingeniería en sistemas se fue desvaneciendo con el tiempo. Las clases se fueron adaptando a una modalidad virtual, como medida preventiva ante el COVID-19. Esto representaba una amenaza para Óscar, que desmoronaba la ilusión de convertirse en un ingeniero.
El joven vive con su abuela en una zona de complicado acceso y en donde la señal de internet no se consigue por ningún rincón de la casa, ni siquiera en las copas de los árboles. Además, Óscar no tenía un celular de uso personal, por lo que recuerda que pedía prestado el de su abuela para conectarse.
Cada semana, el estudiante recargaba al menos diez dólares de saldo con el propósito de ingresar a sus materias, sin poder conseguirlo. El problema, no sólo era la carga económica que eso implicaba, sino el esfuerzo y tiempo perdido sin conseguir conexión.
Fue toda una situación de pocas oportunidades, que llevó a Óscar a retirar el primer ciclo de ingeniería. Sin embargo, recuerda que en ese momento tuvo la idea de colocar un negocio que le permitiera pasar entretenido y a la vez generar ingresos. “Yo quería ayudar a mi abuela y no convertirme en una carga”, expresa.
Oscar empezó a adquirir su propia mercadería realizando las compras en San Salvador. “Lo que más me gusta es hacer números”, dice. La jornada del joven suele arrancar a las tres de la madrugada, cuando tiene que viajar hacia la capital en busca de frutas y verduras. De lo contrario, su día laboral comienza a las cinco de la mañana y hasta que el sol se oculta.
“Es cansado, pero gratificante ganarse el pan de cada día”, afirma Óscar. Muchos de sus compañeros de universidad, al enterarse del negocio, decidieron apoyarlo. “Ellos en vez de comprar en otro lado, me hacen los pedidos a mi”, dice. En ocasiones, el joven realiza envíos gratis a varias zonas aledañas, de acuerdo a la cantidad de fruta o verdura que le encarguen.
El sueño de Óscar es que su negocio crezca para darle trabajo a más jóvenes que se enfrentan a la situación del desempleo en el país o que por diferentes razones no pueden estudiar. Además, recalca que una vez inicien las clases de manera presencial, volverá a la universidad para convertirse en un ingeniero en sistemas. “Animo a los jóvenes que luchemos por nuestros sueños, No es tiempo de quedarnos con los brazos cruzados”, concluye.