OPINIÓN: Las dos agendas de Bukele

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Joaquín Samayoa. / Foto Por Jessica Orellana

Por Joaquín Samayoa

2020-04-22 7:08:09

En mi columna anterior, refiriéndome a la gestión de Nayib Bukele para enfrentar la inédita amenaza del covid19, manifesté que había cosas que no me cuadraban, es decir, acciones contradictorias, decisiones que amenazaban revertir los logros alcanzados mediante las primeras intervenciones del presidente para contener la diseminación masiva del virus.

Mucha gente me preguntaba ¿Qué le ha pasado al presidente? ¿Enloqueció? ¿Está actuando erráticamente por desesperación o excesivo temor? Ahora veo las cosas con mucha más claridad. No. No le pasa nada al presidente, no está haciendo ningún berrinche, no está actuando impulsivamente, es un hombre frío y calculador; ni siquiera alcanzo a ver una veta histriónica en su personalidad. Cuando en sus discursos nos advierte de la gravedad de la situación y casi nos ruega que acatemos rigurosamente la cuarentena domiciliar, su emotividad le sale poco natural.

No le pasa nada al presidente. Su personalidad se acomoda bastante bien al perfil de un sociópata, pero eso no es nuevo, eso no explica el comportamiento aparentemente errático y abiertamente confrontativo que ha exhibido en las últimas semanas. Lo hemos juzgado mal. Con eso no quiero decir que él sea mejor o peor de lo que creemos, sino que nuestro juicio se ha construido sobre una premisa que era falsa.

Asumimos que el presidente tenía una única agenda y, en referencia a ella, hemos opinado sobre lo atinado o desatinado de sus acciones. Pero, en realidad, siempre tuvo otra agenda. Las cosas que eran contradictorias para el logro de unos propósitos, han sido perfectamente congruentes y efectivas para el logro del otro propósito. Este no es un caso de doble personalidad. Es mucho más sencillo que eso. Es un caso de dos motivaciones incompatibles que conviven apaciblemente en la mente del presidente. Uno de sus motivos pareciera ir con las responsabilidades de su cargo; el otro es turbio, contrario a las leyes que juró solemnemente cumplir y hacer cumplir.

En múltiples ocasiones, le he reconocido al presidente que actuó bien al inicio. Sus primeras intervenciones fueron atinadas y contribuyeron enormemente a frenar la propagación del virus en nuestro país. Pero luego se dio a la tarea de crear pánico con unas proyecciones de contagio y muerte que podrían haber tenido validez si él se hubiese cruzado de brazos, como su homólogo Donald Trump, y no hubiera hecho absolutamente nada para mitigar la propagación del virus.

En ese punto identifico yo la primera colisión de motivos: negar sus propios méritos para justificar las acciones y el discurso que vendrían después, el desacato a las leyes, el ejercicio de poder más propio de una monarquía absoluta que de una república democrática, la militarización del país y la adopción de medidas inhumanas, más orientadas a castigar la desobediencia social que a combatir la epidemia.

En las últimas semanas queda muy claro que el presidente le ha dado prioridad a su segunda agenda. La pregunta es cuán lejos intentará o le permitirán llegar en ese camino hacia la dictadura. Y creo que el presidente necesita hacerse en privado otra pregunta: ¿Necesito realmente pasar por encima de leyes e instituciones, violentar los derechos fundamentales de la población, para ser un presidente exitoso?

A la gente que ve las cosas mucho más simples de lo que realmente son, Bukele ha logrado meterles en la cabeza su narrativa legitimadora. Yo soy el que cuida su salud; los que no están de acuerdo con lo que estoy haciendo solo buscan hacer prevalecer sus intereses económicos mezquinos, sin importarles que mueran cientos de miles de salvadoreños.

La verdad es que la Asamblea Legislativa le ha dado al presidente todas las herramientas jurídicas que necesita para combatir la epidemia. Sin embargo, en cumplimiento de sus obligaciones, la Asamblea ha visto la necesidad de salvaguardar los derechos fundamentales de la población, evitando los abusos y arbitrariedades a los que naturalmente tiende cualquier gobernante, ya no digamos sus subalternos, que en un momento dado se puede amparar tras una causa legítima y dispone de unos poderes casi absolutos y la lealtad personal de las fuerzas armadas.

Los problemas que el país enfrentará una vez que se hayan logrado objetivos realistas de contención del virus y atención a los enfermos, son de una magnitud que no alcanzamos a ponderar en estos momentos. No volveremos a la normalidad, sino a una sociedad angustiada por el agravamiento de todos sus males históricos. De ésta no saldremos bajo la bota de un dictador, sino con el liderazgo de un presidente que sabe sumar esfuerzos, mantener la armonía y sacar lo mejor de todos los salvadoreños.