Ser niño y estudiar en El Salvador: un camino de obstáculos

Niños y niñas que aprenden en la educación pública del país intentan seguir su rumbo entre la pandemia, falta de recursos tecnológicos y altos números de deserción, en un panorama gris en el Día del Niño en El Salvador.

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Pedro espera regresar a las aulas y continuar estudiando mientras tanto pasa sus días a la orilla del Bahía de Jiquilisco. Foto EDH / Jessica Orellana

Por Carlos López Vides

2020-09-30 9:00:36

El Día del Niño es una fecha especial en los centros escolares del país, donde normalmente hay disfraces, payasos, fiesta y alegría entre la comunidad de maestros y estudiantes. Pero el impacto del COVID-19 a nivel global, y por supuesto en el país, tiene ahora a los alumnos en sus hogares, recibiendo clases en línea y, en muchas ocasiones, batallando por no abandonar los libros, agotados ante un paquete de problemas que ha venido a pintar de gris este día.

El primer reto es tecnológico. Paz Zetino, secretario general de Bases Magisteriales, explica que “el alumno que no tenía acceso a la red de internet, ni los instrumentos tecnológicos necesarios, se vio desesperado y abandonó con facilidad” la escuela.

Según datos del Ministerio de Educación, en 2019 comenzaron su año lectivo 1,289,021 alumnos, entre primaria y bachillerato. La cifra resume escuelas públicas e instituciones privadas. De ese número, solo 1,251,219 comenzaron sus estudios a inicios de 2020, o sea 37,808 menos.

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Para Paz Zetino, el impacto que ha tenido el modelo de clases en línea provocará números mucho mayores de deserción escolar al cierre de 2020.

“Hay agotamiento en recursos, porque la pandemia se fue alargando. Hablamos de pago de internet, compra de equipo. Se volvió insostenible la situación financiera. Imagínese un hogar con tres hijos, y dependían de solo un aparato telefónico, ¿cómo estar enviando las tareas de todas las materias en un solo teléfono? Los teléfonos colapsaron. Y los padres de familia no tuvieron capacidad para reponer esos aparatos y seguir en el proceso. Lo que hicieron fue dejar de enviar tareas”, resume el representante de una de las principales agrupaciones de maestros del país.

Entre 9% a 13% es el índice de deserción en el país, añade Paz Zetino. Este año va a crecer. El doctor Óscar Picardo, académico e investigador de la Universidad Francisco Gavidia, añade que “todos los años tenemos deserción muy fuerte en tercer ciclo, estamos perdiendo 6 de cada 10 que terminan educación básica, a partir de 7° grado”.

Muchos de estos estudiantes no siguen su camino académico porque sus padres los ponen a trabajar.

“En este país, tenemos una gran cantidad de gente que se dedica a la actividad informal, a la venta ambulante. Ellos empiezan a involucrar a los niños y niñas desde temprana edad en esa actividad. El niño, cuando ve que eso le produce dinero y algún beneficio, se va acostumbrando a eso, y después no quiere salir de ahí. Es un círculo vicioso. Con esos niños nos cuesta muchísimo, porque prefieren andar vendiendo chiles y cebollas en un mercado”, argumenta Paz Zetino.

Picardo dice que este fenómeno “es multicausal. Hay problemas de violencia, mudanza, laborales, económicos… hay papás que cuando sus hijos entran a una edad después de preadolescencia, les dicen ‘llegó la hora de trabajar’, y ni modo”.

Identifica además que la educación en el país tiene un problema de fondo, y que al final impacta en la educación de los niños: cada cinco años, el nuevo Gobierno entrante hace un nuevo plan, no se aprovecha lo avanzado por el anterior y no hay un modelo educativo ni un currículum nacional elaborado a largo plazo. Así ha sido al menos desde la reforma educativa de 1995, comenta Picardo.

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“Cecilia Gallardo comenzó con el modelo constructitiva, después Evelyn Jacir de Lovo puso Escuela 10, después Darlin Meza arrancó con el plan 20-21, luego el primer plan del Frente con Vamos a la Escuela; después El Salvador Educado, y ahora es el Plan Cuscatlán. Cada uno de esos planes ha ido cambiando el modelo. En el Gobierno del FMLN, se pensó el modelo de escuela inclusiva de tiempo pleno, y eso ya se olvidó, se dejó de lado”, lamenta Picardo.

También hay una constante negativa, según estudios impulsados por Picardo, que viene pasando desde 2008, pues de los 200 días de calendario escolar, solo 100 son días efectivos para estudio. En los demás “Hay mucho feriado, muchas actividades de fiestas cívicas, culturales, ensayos de bandas de paz, etc. En una escuela típica, el Día del Maestro se celebra cinco veces y se pierde mucho tiempo. Prácticamente el 50% de tiempo efectivo, lo cual es un correlato de la PAES”, argumenta el investigador educativo.

El año pasado, la nota global PAES fue de 5.52.

Y también están los retos en la zona rural, donde hay escuelas sin techo, con piso de tierra y lodo, baños sin condiciones dignas; apenas el 17% tienen internet -subraya Paz Zetino- y, según Picardo, el porcentaje es aún menor para los centros educativos que tienen bibliotecas o laboratorios.

Como resultado, “esas ausencias hacen que la educación sea muy teórica. Lo describo con una frase: Los estudiantes conocen, pero no comprenden ni aplican lo que saben”, comenta Picardo.

El panorama es gris. Pero hay esfuerzos que pintan de otro color este día, como el del profesor Carlos Perdomo Fuentes, quien ha hecho la diferencia en el Centro Escolar Caserío Las Brisas Mandinga, en El Presidio, Sonsonate.

Desde 2005, Perdomo inició una serie de gestiones, a nivel privado y gubernamental, que al final llevaron a que este centro educativo rural cuente con más de 30 computadoras, internet y aire acondicionado.

“La parte tecnológica en las escuelas rurales es uno de los principales desafíos, y todavía no tenemos la infraestructura adecuada. Con la pandemia todo ha sido más difícil. Pero a veces depende de la gestión de uno en la escuela, de los maestros y padres también”, comenta con optimismo Perdomo.

El profesor Perdomo no acepta que este 1 de octubre sea gris, y prefiere colorearlo de compromiso y esperanza.

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