Eleazar, el ciudadano que repara baches en Apopa

Desde niño reside en ese populoso municipio. La necesidad lo orilló a dedicarse a esa actividad que beneficia a miles de conductores.

Eleazar tiene tres años de dedicarse a reparar baches de manera voluntaria. Lo único que solicita es que los transeúntes le colabores con lo que puedan para comprar materiales. Video EDH/ Nohemí Angel

Por Susana Joma

2021-11-08 9:00:11

¿Quién es el hombre que repara baches en Apopa?

Eleazar Benjamín Ayala Rivera, de 55 años, es un hombre sensible, de principios muy arraigados, uno de ellos es su dedicación al trabajo, algo que pese a la incomprensión de muchos hace con doble finalidad de tener ingresos para sus necesidades y ayudar a otros ciudadanos que transitan por las calles de ese municipio.

“El conejo”, sobrenombre con el que también lo conocen, llegó a Apopa en los 80 cuando era muy pequeño. En esos años él y su familia salieron de San Vicente sin nada en sus bolsillos, sin zapatos, huyendo, dejaron atrás campos cultivados de granos, animales de granja. Desde entonces su vida en la urbe no ha sido fácil.

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“Antes de la pandemia empecé a cerrar baches, a veces me va bien, y a veces solo Diosito y yo sabemos”, afirma con voz cansada y dejo de tristeza.

Y es que varios meses antes de que el primer caso de covid-19 se presentara en el país, Ayala Rivera, quien tiene 55 años, ya recorría las calles y colonias de Apopa vendiendo algunas frutas y verduras para ganar algún dinero, pero tuvo que dejar de hacerlo debido a que como sufre diabetes llegó un momento en que no podía subirse a los árboles a cortar los cocos y mangos.

Eleazar Benjamín Ayala Rivera, de 55 años, repara baches en las calles del municipio de Apopa, a falta de un empleo formal debido a su edad. Con lo que la gente le dona él cubre sus necesidades y compra más materiales para seguir con la tarea. Foto EDH/ Yessica Hompanera

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“He buscado trabajo en empresas, pero nunca me dan y me dicen que ya no lleno los requisitos por la edad que tengo”, comentó.

Casi en su adolescencia, a los 13 años, fue reclutado por el Ejército, institución de la que se retiró diez años después para buscar el sueño americano y a su esposa que había migrado en forma previa. Sin embargo, al llegar lo que podía ser un sueño se hizo pesadilla, primero porque descubrió que su relación ya había sido finiquitada y luego, seis años después, una infracción al reglamento de tránsito que recibió cuando andaba trabajando le valió la deportación.

Cuando Eleazar Benjamín Ayala Rivera regresó a su tierra natal consiguió empleo de vigilante en una empresa reconocida, trabajo que desempeñó por varios años, pero que terminó por dejar debido a los horarios extenuantes y el bajo pago. Hoy considera no podría volver a esa actividad dada su enfermedad y porque según afirma “ya no le gusta hablar de armas porque a uno para la guerra lo utilizaron”.

La idea de empezar a reparar baches y ver si la gente le colaboraba en ello surgió porque como se sentía mal de salud empezó a salir a caminar con la idea de quemar grasa o el azúcar, así fue como observó la cantidad de baches que llenaban las calles del municipio.

El compatriota, quien afirma que estar bajo el sol le ayuda a mejorar su estado de salud, empezó primero tirando ripio en los baches, luego con monedas que la gente empezó a ponerle en un depósito reunió para comprar una que otra bolsa de arena y cemento, materiales que hoy en día sigue utilizando para cubrir las áreas dañadas.

“Yo de primero solo andaba unos cumbos, no tenía conos (de advertencia). Una vez que yo estaba en la Vizcarra, creo que era un comisionado, se me quedó viendo y yo con sentimiento decía (en mis adentros) bueno ya me arruinó mi día, ya me quitó de aquí, pero no, ese día al final lloré de alegría porque me dijo “baje esos dos conos, póngalos ahí para que lo respeten”, pero antes de eso a mí ya me habían quebrado como dos cubetas”, recuerda Eleazar Benjamín.

Foto EDH/ Yessica Hompanera

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Las jornadas de este apopense de corazón empiezan entre las 7:00 a.m. y 9:00 a.m. y pueden extenderse hasta las 6:30 p.m. e incluso 7.00 p.m. sobre todo en aquellos días cuando le ha ido mal, es decir que la gente no ha colaborado nada y no tiene para comer, pagar la renta del cuarto donde vive, los servicios básicos, ni para comprar de nuevo los materiales.

“De ahí compro mi comidita, compro todo. Cuando no gano (entonces) de algún poquito que he podido ahorrar compro cemento, arena, pago transporte; ha habido colonias que me ha tocado comprar agua para echarle al cemento porque son lugares que no tienen agua, aunque a veces en algunas colonias hay casas que sí me regalan el agua”, explica.

El apopense tiene dos hijas y un hijo, todos adultos y a quienes dice amar mucho pese a que por motivos familiares no están cercanos, uno de ellos, el varón, recientemente migró a España.

“Hace poquito se fue pero me dice: papá, para uno de hombre acá es bien difícil el trabajo. Yo le digo que no se preocupe, que yo le hablo porque quiero saber cómo está, porque lo amo, no es para que me ayude. Le digo que mientras Diosito lindo me de fuerzas para trabajar a nadie le voy a pedir”, expresa Eleasar.

Sobre cuáles son las calles de Apopa más afectadas ahorita sostiene que la mayoría.

Sus vivencias como tapabaches van desde la satisfacción y alegría que siente en su corazón cuando la gente que va en carro valora su trabajo y le agradece, pasando a las lágrimas que se deslizan por sus mejillas cuando otros tantos lo insultan, le dicen de mala forma que deje de hacer eso, que es tarea de la alcaldía, o más aún lo acusan de timar porque no ven que termina rápido, algo que según explica no es así, porque su padre no lo educó para eso y el cerrar rápido los hoyos depende de cuánto dinero logre conseguir para comprar más materiales.

“Quien valora el trabajo sabe que les estoy ayudando a ellos, a los vehículos. Se les arruina una tijera en un bache les va a costar más de lo que si me colaboran con una cora (cuarto de dólar)”, puntualiza.

Hay ocasiones en que como no tiene dinero para los materiales lo que hace es que fía en un lugar en donde lo conocen, le tienen confianza y lo aprecian, así cuando consigue reunir lo paga.

El residente de Apopa dice que no reniega de las recriminaciones que hace la gente porque nadie lo ha obligado a andar en la calle, él sale a trabajar de eso buscando el sustento y beneficiar tanto a conductores como peatones.

Foto EDH/ Yessica Hompanera

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“A veces digo yo con solo la comida que gane pero les ayudo también a las personas que van caminando. Yo aprendí en Estados Unidos y me gusta respetar esa regla que dice que hay que darle la razón a un peatón. Hay conductor que no respeta al peatón, si ve un charco y ve dos señoritas dice voy a mojar a estas bichas… entonces digo por qué no respetan, sea mujer o sea hombre, si los chispean van todos sucios a trabajar. Hay conductor que no lo quiso hacer pero hay conductor que de hecho lo hace”, afirma.

Algunos de los baches que Eleazar Benjamín tapó hace casi dos años con el fin de evitar que mojen a los peatones son los que se forman frente a la parada cercana a la Cruz Verde. Hoy quiere volver a trabajar en ellos porque se han vuelto a formar.

Con mucho sentimiento aún recuerda el día que un funcionario de la gestión municipal anterior lo recriminó por andar tapando baches, e incluso llegaron al punto que cuando lo vieron trabajar en un hoyo que estaba frente a la Escuela Vicente Acosta, que dicho sea de paso fue donde él estudio de niño, mandaron un camión con trabajadores para que lo hicieran. En esa oportunidad perdió material que ya había preparado.

“No me dieron ni chance de sacar el cemento; lo único que logré sacar fueron como dos carretilladitas y andaba cuatro cumbos y las llené de la mezcla que había hecho. Dios mío dije no he sacado ni lo que he invertido. Recuperé lo de una bolsa. Lo que recogí lo fui a tirar a otro bache. Ese día yo lloré, en ese entonces andaba la azúcar bien elevada, me entró una desesperación, una angustia bastante fea”, recuerda.

Sin embargo, también agradece la solidaridad que el director, el subdirector, maestros y alumnos de su antigua escuela le mostraron, luego de que él había empezado a ayudarles a tapar un bache que la alcaldía no atendía pese a insistentes llamados. La comunidad educativa le reconoció parte de lo que había invertido para reparar el bache.

Eleazar Benjamín sostiene que si bien no está bajo ningún control médico, porque las pastillas que le suelen dar le quitan el apetito, se siente estable, tiene controlada el azúcar, sin que pase de 160, además afirma que ya no le dan muchas ganas de llorar cuando le dicen cosas buenas y malas.

“Yo tengo fe en mi Dios, trabajo con la voluntad de mi Dios, así fue como la controlo. Lo que tengo de andar en la calle tapando baches no me dan ganas de llorar, me dan ganas a veces de hablar, a veces desayuno”, afirma. Y es que según dice trata de cuidar lo que come y tomar bastante agua.

Al consultarle cuáles son sus sueños o que le gustaría, hace una pausa y con humildad dice: “Que la gente me colabore en lo que yo hago. Yo no le ando haciendo mal a nadie”. Incluso sostiene que si la alcaldía viera el lado positivo y le ayudara un poquito con materiales, él podría avanzar más.

Foto EDH/ Yessica Hompanera