“En verano somos felices, en el invierno no dormimos”. Esa es la frase con la que la familia Menjivar Ticas resume su vida en Potonico, Chalatenango. Esta y otras familias sufren los estragos de las lluvias debido a la crecida de la quebrada El Zorro, que pasa a unos metros de su vivienda. Este invierno perdieron todas sus pertenencias y cada vez que comienzan a caer las primeras gotas de lluvia el miedo se apodera de ellos.
Eran las 4:15 de la tarde del 8 de septiembre cuando Jennifer y Jesús Menjívar Ticas observaron cómo el agua de la quebrada comenzó a subir y los dos comenzaron a buscar documentos y ropa para sus pequeños, Alexia y Jesús. Salieron a refugiarse a la calle con una docena de vecinos mientras observan cómo el quieto caudal se convirtió en una arrebatada corriente. Ese día Protección Civil no había anunciado alerta por lluvias, pero sí avisó sobre posibles inundaciones.
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“Vivir aquí no es vida”, dijo preocupada Jennifer. “No es fácil construir algo con la familia para verlo debajo del agua”, continúa mientras acomoda algunas de las cosas que pudo recuperar del agua. Han pasado cinco días y los trabajos de limpieza parecen no terminar. Las lluvias tomaron por sorpresa a los habitantes de Potonico. Árboles caídos, derrumbes de tierra y la inundación de cinco casas provocaron que el alcalde, Jacinto Tobar, reuniera a 50 personas de todo el pueblo para ayudar y apoyar a las familias afectadas.
Lo primero que se encuentra la corriente es la casa de Jenniffer y Jesús. Está a unos cinco metros de la orilla y lo único que los divide es una pared de piedra que sirve como contención, pero para ellos no es suficiente ya que el agua siempre se filtra. El problema: el cúmulo de basura y otros desechos que junto a la corriente saturan los dos tubos de cemento de 1 metro de diámetro ubicados debajo de la calle. El agua no tiene dónde salir así que sube y sube hasta cubrir la casas. La solución que proponen las familias: la construcción de una bóveda para que el agua fluya sin estorbos.
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El Fodes y la realidad
Pero ese sueño está lejos de cumplirse, ya que la alcaldía no cuenta con el Fondo para el Desarrollo Económico y Social de los Municipios (Fodes) para suplir las necesidades de las personas afectadas. A través de una llamada telefónica, el edil comentó que la inversión de construcción supera los $250,000 dólares, monto que sería extraído de los $700,000 mensuales que son asignados para el Fodes.
La retención del dinero para las municipalidades por parte del Ministerio de Hacienda durante la pandemia y las emergencia por temporales generó una situación económica insostenible para las comunas.
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“Son gastos bastantes grandes… Es la mitad del Fodes en todo un año porque no es mucho y ahora se une con que no estamos recibiendo todo el Fondo, eso nos complica para dar respuesta a esta problemática”, dice Tobar. Asegura que la demanda de las familias damnificadas tiene un costo y que albergarlos en condiciones humanitarias no es posible: “Estamos mal y lo único que hemos logrado hacer es buscar gestión con algunas personas de buen corazón que le gusta apoyar en esta emergencias”.
Potonico es un municipio de Chalatenango ubicado a 44 kilómetros de San Salvador y que, según el Censo de Población de 2007, tiene alrededor de 1,586 habitantes. Es un pueblo cercano al embalse del Cerrón Grande y que generalmente subsiste de la agricultura y la ganadería; además, depende en un 85% del Fodes y en un 15% de los ingresos por pago de impuestos.
Tobar, quien lleva tres períodos al frente de la alcaldía con la bandera del partido Arena, explica que los servicios básicos como la recolección de basura se han mantenido a pesar de que a los empleados no se les ha pagado. De seguir así, supone un futuro incremento en las tasas municipales. “Porque ya no nos dejan otra opción. No es ni rentable para la administración y sustentar proyectos (como los de mitigación de riesgos)”, señaló.
Con un sentimiento de indignación y tristeza, Jesús se reunió con su esposa en el corredor. Observaban el vacío de su casa, con el piso y las paredes mojadas y agrietadas. “Ya la niña me dice que no quiere vivir aquí, cada vez que llueve ellos (su hijo e hija) se ponen nerviosos. Yo no logro dormir”, dijo Jennifer.