Cuando los Acuerdos están en riesgo, la democracia entera está en peligro

Rechazar los Acuerdos desde el poder puede deberse a un interés de desandar el camino avanzado y volver a una senda autoritaria.

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El 9 de febrero se rompió uno de los pilares principales de los Acuerdos de Paz al politizar e instrumentalizar a los Cuerpos de Seguridad. Foto EDH / Archivo

Por Ricardo Avelar

2021-01-14 9:35:52

En algunas declaraciones públicas recientes, el presidente de la República, Nayib Bukele, ha expresado su desdén e irrespeto por los Acuerdos de Paz que considera una “farsa” y un “negocio”.

En una conversación reciente con dos veteranos de guerra, uno proveniente de las Fuerzas Armadas y uno del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), ambos apuntaron que este es un precedente peligrosísimo para El Salvador (ver entrevista en páginas siguientes).

A juicio de ambos, esto equivale a “intentar borrar la historia y querer reescribir un relato que conduzca a la construcción de un modelo autoritario”.

Negar el mérito, el avance y la importancia de los Acuerdos de Paz puede responder al desconocimiento de lo que ha vivido El Salvador en las últimas décadas o a dar por sentadas algunas de las libertades que ahora se viven en el país.

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Poder criticar al poder, exigirle cuentas, protestar abiertamente y asociarse con libertad para conducir ideas o proyectos políticos son garantías relativamente recientes para los salvadoreños, más acostumbrados a lo largo de la historia a tener que resistir y rebelarse contra la opresión.

Sin embargo, restarle importancia a este hito histórico desde la cima del poder político puede responder a fines más pernicioso.

Por un lado, como apuntaban los veteranos en la conversación con este medio, a pretender que la historia empezó el día en que el presidente actual fue electo, generando una dialéctica populista de “ustedes” (todas las fuerzas previas a su ascenso al poder) contra “nosotros”.

Este ha sido, históricamente, uno de los caminos más cortos para sumir a los países en nueva confrontación y polarización, aprovechando el descontento para endiosar a líderes mesiánicos y abusivos.

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Otro posible objetivo al negar desde el poder los Acuerdos de Paz es el de intentar retroceder el camino sentado en firme desde ese día histórico en Ciudad de México.

Y sobre esto, hay diversos botones de muestra. Desde que asumió el poder, el presidente Bukele ha dado signos de intentar politizar a los cuerpos de seguridad y hacer que funcionen como extensiones del poder político y no como fuerzas profesionales y vigiladas por la ley.

El signo más visible de esto fue el 9 de febrero, cuando encabezó una incursión armada a la Asamblea Legislativa para presionar por un préstamo.

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Pero más allá de ese abominable episodio, el mandatario se auxilió de sus cuerpos de seguridad para ejecutar abusivas medidas durante el inicio de la cuarentena, usándolos para llevar a cabo detenciones arbitrarias y excesos de fuerza.

Asimismo, la PNC se ha negado a colaborar con la Asamblea Legislativa para asegurar que funcionarios rindan cuentas y hasta entorpeció allanamientos de la Fiscalía a instituciones del Estado bajo sospechas de corrupción.

Además, Bukele está sembrando el odio en una ciudadanía harta de la política, un terreno fértil para el mesianismo y para desandar uno de los mayores logros de la paz: que el adversario deje de ser visto como enemigo a desaparecer.