Comerciantes del mercado de Santa Ana bajo la sombra de las deudas y la incertidumbre

Después de un mes y medio del incendio que destruyó el Mercado Municipal de Santa Ana, vendedores que perdieron el esfuerzo de años de trabajo, narran su situación actual.

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Lissette Ramírez, de 42 años de edad, es una vendedora de comida casera y a pesar que han pasado varias semanas todavía no logra recuperarse. Reconoce su puesto porque estaba un lado de una gruta del Sangrado Corazón. Foto EDH/ Yessica Hompanera

Por Yessica Hompanera

2021-04-24 10:15:06

José, Herber, Marta, Mario y Lissette tienen grabada la noche del 10 de marzo de 2021. Ellos como otras decenas de comerciantes del mercado central de Santa Ana perdieron todo luego que las llamas consumieran buena porción de los establecimientos debido a un cortocircuito generado en uno de los 700 locales. A casi dos meses del desastre los vendedores no terminan de recuperarse y están bajo la sombra de las deudas y la incertidumbre.

“Se me fue el alma cuando vi el fuego en la sección del puesto de nosotros”, es la expresión con la que José Flores, de 60 años, resume esa fatídica noche. Él junto con su esposa lograron montar un negocio de panes con pollo que nació en las calles de la ciudad y que luego llegó hasta el corazón del mercado. En medio del bullicio y el ajetreo mantuvieron a flote a su familia y el pago de todas las deudas.

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Refrigeradoras, computadora, televisores entre otros aparatos que adornaban su puesto fue lo que perdió en el incendio. No rescató nada. “Esto está valorado en unos $7,000. Aquí ya habíamos puesto ladrillos de cerámica, estaba bien pintado y arreglado. Mi esposa es bien creativa para eso”, comenta con frustración. Son más de 40 años de trabajo sin parar.

José junto a 589 vendedores han sido desplazados, el 13 de marzo, hasta el parque Isidro Meléndez, ubicado entre 8a. Avenida Norte y 2a. Calle Poniente, una cuadra abajo del mercado quemado.

Explica que la noche no dejó ver la magnitud de la destrucción si no hasta el siguiente día. Comenta que esa misma mañana preparó panes con pollo para seguir trabajando. Foto EDH/ Yessica Hompanera

“Nosotros nos fuimos a poner en el parque ya el miércoles por la mañana porque había que seguir. Se habían quemado las ollas, pero como siempre quedan cositas en la casa con eso comenzamos a trabajar, por eso es que tenemos este puesto, siempre de panes con pollo”, explica Antes ellos gozaban de espacios amplios y personalizados, ahora, en algunos casos, se reducen a 2 metros cuadrados.

“Hay gente que se aprovechó y logró más espacio. Otros se quedaron sin puesto”, dice una clienta frecuente de ese mercado.

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Según los registros de Bomberos, el incendio se reportó a las 8:10 p.m. y logró ser controlado pasada las 11:00 de esa misma noche. Vídeos que inundaron las redes sociales confirmaron el recorrido de las llamas y de la insistencia por entrar de los comerciantes, en su angustia por recuperar algo antes de que el fuego lo incinerada.

Los materiales altamente inflamables fuera y dentro del recinto provocaron la propagación del fuego. Ni el personal de bomberos de la seccional de Santa Ana bastó, por lo que elementos de Ahuachapán, Metapán y San Salvador se sumaron al trabajo de extinción.

Mes y medio después de la tragedia, a la luz del día nada luce como antes. Solo humedad y ruinas es lo que existe hoy, envueltas en un olor a material podrido y quemado.

“Llegamos tarde y no logramos sacar nada más que unas banquitas. Lo único que nos quedó fue una pila”, dice él mientras que Marta lo reafirma. Foto EDH/ Yessica Hompanera

Marta y Mario Tejada, una pareja de esposos, observaron esa noche cómo tres de sus negocios quedaron reducidos a cenizas. Un conchodromo, una piñatería y una farmacia reducidas a ruinas.

“Llegamos tarde y no logramos sacar nada más que unas banquitas. Lo único que nos quedó fue una pila”, dice él mientras que Marta lo reafirma. Según sus propias cuentas perdieron más de $50, 000 en los tres locales.

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Sentados en una sillas del nuevo local no hacen otra cosa que preguntarse cómo solventar las deudas del antiguo negocio y el reciente préstamos que sirvieron para el nuevo puesto de láminas que no cuenta con agua potable. ni electricidad, ni seguridad.

“No sabemos por qué se dio, sabemos que es un corto circuito”, dice Marta quien presenció otro incendio en ese mismo lugar hace 20 años.

Los comerciantes aseguran que desde que ocurrió el desastre hasta la fecha no han recibido “ni un clavo para levantar las champas”.

El gobierno municipal es administrado por la alcaldesa Milena Calderón de Escalón, quien finaliza su gestión el 30 de abril. A partir de mayo, la responsabilidad por ayudarlos está en manos del alcalde electo de Nuevas Ideas, Gustavo Acevedo, quien se comprometió desde su campaña a construir un nuevo mercado.

“Para Semana Santa esperábamos levantarnos o tener algo para ayudarnos. Pero la gente (clientes) no venía (al parque) y no conocen. No es peligro, pero la gente tiene el concepto de que viene mala gente”, comentó con preocupación Mario.

La noche del 10 de marzo de 2021 está grabada en la mente de todos los comerciantes que tenían sus puestos comerciales dentro del mercado central de Santa Ana, luego de que un incendio de grandes proporciones destruyera todo por lo que habían trabajado durante décadas. Foto EDH/ Yessica Hompanera

Lissette Ramírez, de 42 años de edad, es una vendedora de comida casera y a pesar que han pasado varias semanas todavía no logra recuperarse de la impresión que dejó el incendio. Con ollas nuevas, tambos de gas prestados y una reserva de agua para lavar su trastos, habla desde su reducido puesto ubicado frente a la unidad de salud, Casa del Niño.

“Vine al lugar y vimos las llamas que iban al resto del mercado. Esto agarró fue en menos de media hora. Todo se quemó”, recuerda cuando pasa por las inmediaciones del mercado hecho ruinas. Al entrar y buscar su local Lissette solo recuerda que estuvo a un lado de un altar al Sagrado Corazón, que a su experiencia, fue un milagro que no se quemó.

La mayor preocupación de ella son las adversidades que traerá el invierno. “Estamos batallando todos los días, no sabemos cómo estarán las lluvias o temporales; tenemos que prepararnos a hacer algo extra como una galera para cubrirnos del agua o del viento”, dice.

Al igual que Lissette, la incertidumbre sobre su futuro es algo no logra salir de su cabeza, pero siempre tienen que trabajar para poder mantener a flote su negocio y su familia.

El mercado en ruinas se ha vuelto un paso de una calle a otra y es frecuentado por Herber Morán un zapatero de los 47 que hay en la zona y quien al pasar por ahí siempre lleva un nuevo calzado o uno para reparar.

Herber tenía su puesto de hacer y reparar zapatos del que lograba mantener a flote la educación de su hija de 17 años, pero ahora solo piensa en levantarse nuevamente desde cero. “Daban ganas de llorar al ver arder su negocio, perder miles y su sistema de vida. Cuando yo vine ahí estaban mis láminas y ni me las quise llevar porque era estar recordando todo ese desastre que se vivió”, explica con resignación.

Él, al igual que el resto de vendedores, esperan ayuda y esclarecimiento de lo que realmente sucedió.

Mientras tanto se adaptan a la nueva forma de vida del mercado de lámina en el que no eligieron estar más que por angustia. Es apretado, con laberintos y solitario, un panorama bastante desalentador para alguien que busca vender y sacar adelante al resto de su familia.

“Daban ganas de llorar al ver arder su negocio, perder miles y su sistema de vida. Cuando yo vine ahí estaban mis láminas y ni me las quise llevar porque era estar recordando todo ese desastre que se vivió”, explica Herbet con resignación.Foto EDH/ Yessica Hompanera