Los ahuachapanecos celebraron la víspera del Nacimiento de la Virgen Niña desde sus casas, tal como fue el llamado de las autoridades municipales y de la Iglesia católica local, con la finalidad de evitar aglomeraciones y la propagación del COVID-19.
Por primera vez en décadas, las calles lucieron vacías la tarde y noche de un 7 de septiembre.
No hubo ventas, ni grupos musicales. Tampoco hubo enormes estructuras realizadas con varas de bambú y los tradicionales farolitos, que son los que caracterizan esta centenaria tradición.
La preocupación de las instituciones, entre públicas y privadas, para terminar sus creaciones quedaron de lado este año.
Las calles estuvieron desoladas y los pocos ahuachapanecos que optaron por unirse a la celebración, lo hicieron de una forma modesta con el fin de mantener la tradición que nació en 1850, de acuerdo con datos históricos.
Hugo Hidalgo, quien reside en el barrio Las Flores, ha participado desde hace 12 años colocando farolitos.
Lo hace como una devoción. Este año colocó la imagen de la Virgen María Niña y a Señora Santa Ana, a quien vistió con un traje típico de El Salvador conocido como volcaneña.
Señaló que cuando comenzó la pandemia pensó sobre si se iba o no a realizar la actividad.
“Estos cinco meses que han transcurrido han permitido que maduremos la idea sobre ¿qué es realmente esto? Porque no es más que un sentimiento de agradecimiento, de veneración hacia la Virgen. No es que haya carnaval, que haya ventas, no; es una forma de promover lo que es la parte religiosa”, expresó el docente de profesión.
El centro de la ciudad estuvo vacío; sólo en algunas colonias y barrios hubo movimiento de residentes que decoraron las fachadas de sus viviendas.
Los turistas también fueron mínimos
“Es bien raro ver a Ahuachapán de esta forma un 7 de septiembre; pero sabemos que la pandemia nos ha venido a cambiar en muchos aspectos y debemos de ser responsables. Ya habrá tiempo de celebrar como en años anteriores; pero por ahora, desde nuestras casas celebramos la víspera del Nacimiento de la Virgen Niña”, dijo el lugareño Juan González.
Las actividades programadas para la noche del lunes fueron mínimas: una misa en la iglesia Nuestra Señora de la Asunción y luego una procesión con la imagen de la Virgen Niña que salió de la parroquia Guadalupe y posteriormente elevación de globos aerostáticos en diferentes puntos de la ciudad.
Todas las actividades tuvieron una connotación religiosa.
El último año que probablemente hubo una celebración modesta como la de este 2020 fue en 1988.
Para esos años, las actividades estuvieron a punto de desaparecer porque la Iglesia católica comenzó a perder miembros y, además, jóvenes salían a las calles para destruir los farolitos, lanzándoles objetos con hondillas.
Muchas familias dejaron de adornar las fachadas de las casas por esos motivos.
Pero las autoridades de la Casa de la Cultura iniciaron en 1989 reuniones con las fuerzas vivas de la ciudad para retomar la tradición e incentivar a que nuevamente se adornaran las casas y las calles, según lo consigna un estudio que elaboró la misma institución en el 2002 y el cual recaba datos sobre la celebración.
Ese mismo año, 1989, se realizó la primera celebración del Día de los Farolitos, que incluyó una procesión y algunas escuelas apoyaron haciendo arreglos y sacando sus bandas musicales para entretener a las personas.
En la misma ocasión también se le pidió a los párrocos a que tuvieran abiertas los templos y a las personas que instalaran ventas de comida típica.
La Casa de la Cultura realizó en 1990 el primer concurso de farolitos, que se mantiene a la fecha. Fue tanta la aceptación que tuvo la celebración en el municipio de Ahuachapán, que la Asamblea Legislativa decretó en agosto de 2014, el Día de los Farolitos como Patrimonio Cultural Inmaterial de El Salvador.