José dejó su oficio en la construcción y se fue a cultivar sus sueños

La apuesta de Alianza NutrES es ayudar a las familias en la zona rural a mejorar su calidad de vida y cuidar del medio ambiente. José y su familia son de los beneficiados: ellos cuentas su historia

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Por Evelyn Chacón

2021-06-30 9:00:38

José Odilson Anzora dejó su trabajo en la construcción y se fue a construir su sueño, a levantar sus cultivos y a pintar un futuro verde para su familia, en la zona rural de Tonacatepeque. Ahora al final de una alta ladera están sus guías de guisquiles, que en algunos tiempos suelen ser muy generosas, las matas de plátano que empiezan a dar los racimos, también la hilera de yuca, algunos papayos, plátanos, moras, limones, rábanos, marañones, aguacates, naranjos, nances, zapotes, chipilines y la sonrisa de su hijo menor, que a veces se confunde con el sonido de algún pájaro que pasa, ocasional, volando libre en la zona.

En el cantón Los Anzora, en Tonacatepeque, familias se dedican a sembrar sus propias hortalizas y frutas para ser autosustentables

Por breves minutos, José ha dejado su faena para explicar a los visitantes sus logros y sus sueños, algunos a medio andar como el gallinero que ya construye; otros están más lejos, como el de la crianza de tilapias. Pero este también es un sueño posible, porque justo al final de su terreno ha vuelto a surgir el riachuelo que estuvo seco por 15 años.

“Yo aquí estoy sobreviviendo de la agricultura, aunque hay mucha gente que cree que no se puede vivir de eso, pero sí se puede; todo es que uno sepa qué ir sembrando, qué va pidiendo el mercado”

José Odilson Anzora, .

El agua volvió a humedecer las tierras tras las obras de reforestación en la parte alta del caserío, como parte del proyecto que impulsa la comunidad, liderada y capacitada por Abazorto, miembro de Alianza Nutres.

“Antes trabajaba en la ciudad, en la construcción, pero me puse a pensar que me tocaba muy pesado porque para ir a trabajar a San Salvador tenía que ‘mañanear’ bastante, venir noche y a veces bien poco lo que ganaba. Entonces dije yo, ‘voy a pensar cómo hacer para no viajar mucho y trabajar en el mismo lugar’. Y fue así como empecé a cultivar güisquil. Sembré una tarea y vi que me tenía cuenta. Así fui agrandando más y ahora tengo cuatro tareas de güisquil, luego fui sembrando otras cositas, no mucho, tengo tres o cuatro palos de cada fruta”, narra con soltura.

Mientras José habla fluido y con sencillez de los cultivos, su esposa, Dinora, lo escucha silenciosa pero con un rostro lleno de alegría.

Ambos viven en el caserío los Anzora, de Tonacatepeque. Se llama así porque los habitantes tienen un antepasado común y la mayoría lleva ese apellido.

Dinora, quien era del caserío Los Campos, llegó a vivir al de los Anzora cuando iniciaron el hogar con José.

“Mi mamá tuvo 14 hijos, quedamos nueve. Ella fue luchadora. Desde los 7 años, ella me llevaba al mercado. Después, cuando me casé con él, me vine aquí. Él trabajaba en San Salvador. No había cultivos aquí, pero yo le dije que a mí me gustaba ir al mercado (a vender). Empezó sembrando ejotes de matocho. Él lo sembraba y yo lo cortaba y llevaba al mercado. Pero después vinieron los niños y yo ya no hacía eso”, relata Dinora, como si lo que narra hubiese ocurrido recién.

Sin embargo, tres de los hijos de la pareja ya son adultos y han formado sus propias familias. El consentido del matrimonio es el hijo menor, Alexis Ulises, de cinco años de edad, y “el más sanito de todos”, dice la orgullosa mamá, quien atribuye su buena salud a la alimentación a base de frutas y verduras que ellos mismos cultivan.

Una de las hija mayores de la familia Anzora trabaja en Abazorto, y fue ella quien invitó a su papá a participar en los proyectos de Alianza Nutre, en donde fue capacitado en alimentarse nutritivamente, lactancia materna, así como en el manejo de los cultivos, en lo que se incluye no usar agroquímicos en la producción, sino repelentes orgánicos; también le enseñaron a cuidar el medioambiente y reforestar para cosechar agua.

La reforestación permite que el agua se filtre en la tierra y pueda ser cosechada en los pozos. El agua de calidad que almacenan es distribuida las familias a través de los tres pozos de la asociación Abazorto.

“Antes de que llegara Abazorto tocaba jalar agua en el arenal y para tomar a buscar en la peñota, donde abajo sale el agua. Ahora, en la casa Abazorto nos abastece”, explica Dinora con satisfacción.

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El año pasado, debido a las restricciones de movilidad en el contexto de la pandemia, las frutas y hortalizas de José y Dinora tuvieron mucha demanda, incluso los compradores llegaban hasta el caserío para llevar el producto.

Ahora mantienen sus clientela, sin embargo, a veces Dinara va al mercado para vender la cosecha.

“Ahorita sale poco güisquil, solo me llevo una huacalada que es un ciento o ciento y medio. Quizá no traigo dinero, pero sí la comida de la semana de mis niños. Quizá no tenemos dinero, pero el alimento diario no nos falta”, expresa, dejando ver su satisfacción por los resultados.

Hace 16 años “yo le decía a él: ‘no le dedica tiempo a los niños, ni a mí tampoco y es mejor que se quede aquí. Si usted siembra, yo vendo. Es trabajo en equipo, y me hizo caso, si de hambre no nos vamos a morir” fueron los reclamos y propuestas de solución de Dinora.

Ahora ese trabajo en equipo ha dado resultado y están heredando a sus hijos ese compromiso con el medioambiente y el valor de la familia.