El 9 de febrero culminó “luna de miel” que fuera del país había con Nayib Bukele. Pese a alertas previas, como intentos por socavar la libertad de prensa, había todavía una esperanza de un futuro promisorio en el país.
Ver militares entrar a la Asamblea Legislativa a auxiliar una pretensión política del presidente terminó de romper esa ilusión.
El gobierno de Donald Trump, que ha hecho férreas defensas de Bukele, expresó en un documento anual al Congreso de Estados Unidos que hay “preocupaciones significativas de que el uso del presidente Bukele de la Policía Nacional Civil y soldados armados para presionar e intimidar a los diputados para aprobar financiamiento para su plan de seguridad amenazó la independencia de la Asamblea Legislativa y potencialmente debilitó a las instituciones públicas”.
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No solo del bando republicano hubo preocupaciones. El influyente senador demócrata Patrick Leahy señaló que “la crisis política de El Salvador, donde fuerzas de seguridad fueron desplegadas para intimidar a la Asamblea Legislativa, recuerda los días cuando las disputas políticas se resolvían con amenazas y violencia. Eso no puede ser aceptado, menos por un gobierno que quiere ser socio de los EE.UU.”.
El exvicepresidente de Costa Rica y secretario de Idea Internacional, Kevin Casas, ilustró ese desencanto: “Esto no es un nuevo estilo millennial de hacer política: esta es la política más vieja que hay en América Latina y no la queremos de vuelta”.
Sumó el exrector de la UCA, José María Tojeira, S. J., quien manifestó que “hacen el ridículo con gente enmascarada, parecen unos dictadorzuelos de cuarta categoría”.
“Este es el momento más bajo que la democracia salvadoreña ha vivido en tres décadas”, lamentó el laureado periodista nicaragüense, Carlos Fernando Chamorro.
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