VIDEO: El reo que aprendió a leer y escribir para no estar preso por un robo que cometió

La familia apoya al sentenciado; ahora su madre y hermanos asisten al mismo círculo de alfabetización. En 2018, el municipio de San Salvador fue declarado libre de analfabetismo por el MINED.

Luis Gutiérrez fue condenado por el delito de hurto a tres años de prisión, sin embargo, la jueza otorgó la libertad condicional si trabajaba y estudiaba.

Por María Navidad

2019-03-26 9:30:55

Para tener el privilegio de la libertad condicional, Luis Gutiérrez tenía que aprender a leer y escribir. El hombre fue condenado a tres años de cárcel por el delito de hurto agravado y la jueza del caso le puso como requisito seguir estudiando si quería el beneficio legal.

A sus 26 años, Luis no podía leer ni escribir, solamente aprendió a sumar y restar con los dedos; el estudio nunca fue importante para sus actividades diarias.

Gutiérrez creció en Berlín, municipio de Usulután, y su casa se encontraba en la zona rural. Estudió primer grado tres veces porque sólo asistía medio año a clases y luego abandonaba la escuela para estar en el campo. Su familia era de escasos recursos y cuidar vacas o caballos le proporcionaba pequeños ingresos.

Durante el tiempo que asistió al centro educativo sólo aprendió las vocales y el abecedario.

“Por la economía (dinero) no me gustaba ir. A la hora del recreo, todos se detenían a comprar churros y a mí no me gustaba sólo ver. Siempre hemos sido pobres, mi mamá sólo nos daba el desayuno, no nos daba para comprar algo”, recuerda.

El tiempo fue pasando y Luis nunca se interesó por continuar con sus estudios, con lo poco que sabía siguió trabajando como corralero. A sus 15 años decidió acompañarse y dejar a su familia.

Un año después, su madre, hermanos y él se mudaron a San Salvador luego del fallecimiento de sus abuelos maternos.

Cuando recién emigraron Luis empezó como empacador en un supermercado, después trabajó en un restaurante en Chalatenango, pero viajaba todo los días desde la capital; por eso decidió dejarlo.

Por varios años anduvo en malos pasos, no trabajó ni estudió.

Lisandro Vásquez, promotor de círculos de alfabetización del Ministerio de Educación, atiende una lección con miembros de la familia de Luis. Foto EDH / Lissette Monterrosa

La oportunidad de un trabajo se le abrió en una venta de películas pirata, en el centro de San Salvador. Ahí aprendió el negocio y decidió montar su propia venta; pero pronto quebró y tuvo que volver a trabajar en el mercado La Tiendona.

“Una vez un señor me gastaba $9.00 y me dio un billete de $10.00, para darle uno de vuelto. Pero ese dólar lo agarré yo y a él le di los nueve que tenía que cobrarle. Yo perdí”, contó Luis como ejemplo de su falta de escolaridad.

Cuando aún trabajaba en La Tiendona fue acusado de robo. En abril de 2018 estuvo en las bartolinas; paso ahí 3 meses, mientras se realizaba su audiencia.

Luis fue declarado culpable y condenado a 3 años de cárcel. La jueza, al conocer el caso y que a sus 26 años el sentenciado no sabía leer ni escribir, ordenó libertad condicional con el requisito de que el joven siguiera sus estudios y tuviera la oportunidad de reinsertarse al ámbito laboral.

Nunca estuvo dentro de los planes de Luis seguir estudiando, pero la orden de la jueza lo obligó a buscar un programa para aprender.

En una reunión conoció a un promotor de alfabetización, quien le recomendó inscribirse lo más pronto posible.
Lisandro Vásquez, promotor del MINED, explicó que no solo era Luis quien debía ser alfabetizado sino casi toda su familia, con la excepción de su hermano, de 19 años de edad, quien estudió hasta séptimo grado.

En 2018, el Ministerio de Educación declaró “El año de la alfabetización”. A través del Programa de Alfabetización se han creado círculos de estudio para enseñar a leer , escribir y cálculos matemáticos básicos a las personas mayores de 15 años que por algún motivo no pudieron asistir a un centro educativo. Actualmente, el municipio de San Salvador se encuentra libre de analfabetismo, con un 97% de personas que saben leer y escribir.

A nivel nacional, con la puesta en marcha de estos programas, el índice se redujo a un 7.6%, según datos propios del MINED.

La familia Gutiérrez Molina pertenece a ese porcentaje de personas que aún no saben leer y escribir en la zona urbana.

La modalidad de aprendizaje consiste en una cartilla de enseñanza con 50 lecciones, lo ideal en cada círculo es que se impartan dos lecciones por día y 10 lecciones por semana para terminar en 5 semanas el primer curso.

Una cartilla equivale a un grado. El alfabetizante necesita 10 semanas para terminar primer y segundo grado en esta modalidad.

Foto EDH / Lissette Monterrosa

En marzo, la familia terminó la primera cartilla, equivalente a primer grado, con la aprobación del tutor.

Los alumnos empiezan a familiarizarse con la letras por medio de los números, “es mucho más fácil que usted les diga que letra es el número 15 porque ya los conocen”, en las lecciones abajo de las letras se encuentra el número que le corresponde.

“Con este grupo me costó bastante la lección de los pares e impares, porque luchaba como explicarles cuáles eran los pares e impares. Es bien bonito porque para ellos es algo nuevo. Para mí puede ser fácil decir cual es un par o impar porque es algo que de memoria, pero para ellos es nuevo”, explicó Lisandro.

Con el fin de facilitar el aprendizaje el programa cuenta con radio clases para guiar al círculo con las cartillas. Las clases están diseñadas para personas mayores de 15 años.

Las radio clases consisten en la narración de todo los contenidos de la cartilla, “La cartilla cuenta con una lista radial porque la mayoría de personas adultas ya pueden contar, lo que no saben es como escribir las cifras”, explicó Vásquez, promotor de alfabetización.

“La radio clase funciona porque sabemos que este trabajo es voluntario, la gente no es maestra, son líderes juveniles, de las iglesias, líderes comunales, entonces ellos no tienen una formación pedagógica”, explicó Santiago Miranda, locutor de la radio clase.

Las personas encargadas de dar las lecciones son voluntarios de las comunidades donde se encuentran los círculos de alfabetización.

La familia Gutiérrez Molina inició el círculo con el promotor porque no había un voluntario para dar las clases, hasta que un hermano de Luis se ofreció a enseñarles.

Los voluntarios deben prepararse con material extra para temas que necesitan una mayor explicación.
Geovani Vásquez, de 19 años,estudió hasta séptimo grado, y es quien se encarga de dar las clases a su familia. “La experiencia de enseñarle a mi familia ha sido bien bonita porque les enseño un poco de lo que yo sé”, comenta.

Hace 4 años, Geovani dejó los estudios porque en el centro escolar donde recibía clases controlaba la pandilla contraria a la del lugar donde vive.

Este año decidió seguir estudiando pero la institución donde realizó su séptimo grado perdió sus certificados y sólo le registran hasta tercer grado. Geovani espera que con la ayuda del MINED pueda continuar su octavo grado.
“Como uno es mayor le da pena ir a estudiar con menores ”, expresa Geovani.

Foto EDH / Lissette Monterrosa

El joven da clases a su familia cada vez que puede. Él está aprendiendo mecánica y debe utilizar su tiempo libre para brindar las lecciones a sus hermanos y su mamá. La mayoría de las clases las brinda en la noche o el fin de semana.
Marta Julia Molina es la madre de Luis. Tiene 53 años y tampoco puede leer ni escribir.

Ella nació en una familia de 8 hijos en el municipio de Berlín, en una zona rural. Su familia fue de escasos recursos y la educación nunca fue prioridad.

Por ser la mayor de sus hermanos desde muy pequeña estuvo a cargo de las labores de la casa, las cuales no le permitían asistir con regularidad a la escuela.

“En ese tiempo sí me tocaba hacer alguna cosa ya no iba a la escuela. Mi papá trabajaba y a mí me tocaba irle a dejar el almuerzo y hacer las cosas de la casa”, recuerda Marta.

De forma irregular logró estudiar hasta tercer grado, lo que le sirvió para identificar palabras y sumar. “Gracias a Dios con eso aprendí a firmar”, comenta.

Desde los 15 años se dedicó a la venta de tamales, empanadas y pan francés para ayudar al sustento de su familia.
A los 19 años se acompaño y formo su familia. Se dedicó a cuidar a sus hijos y a las labores hogareñas.

Para Molina nunca fue un obstáculo no saber leer ni escribir para sus actividades.

Pero la situación de Luis sirvió de motivación a toda la familia para aprender. Jessica, hermana de Luis, tampoco asistió a la escuela y para apoyarlo, también, se inscribió en el círculo de alfabetización.

Luis cuenta con el apoyo de su familia para salir adelante y se siente agradecido con esta oportunidad y, ahora, planea seguir estudiando hasta terminar el bachillerato.