Manuela Alejandra vive feliz junto a sus padres, José Manuel Romero y María Elena Mejía. Y su sueño es irse a España, pero sola. Así lo cuenta María Elena, entre risas.
A Manuela, que es la única de tres hermanas que vive aún en el seno familiar, le encanta cocinar. Aprendió el arte de la gastronomía por medio de la fundación Paraíso Down, en convenio con la Academia Panamericana de Arte Culinario (APAC). Suele meterse a la cocina cuando no hay empleada, y le ofrece café a su papá por las tardes.
“Ella viene a veces y dice, ‘papá, ¿querés un cafecito?’”, relató la madre.
Manuela no es una niña “normal” o “especial”, como mal se denomina. Es una niña con síndrome de Down que ha logrado tener una vida plena, gracias a que sus padres no han desfallecido en su cuido.
“Mi mensaje a los padres es que no desmayen, esto es constancia. Con estos chicos lo que se tiene que dar es un triple esfuerzo. Si con los regulares cuestan algunas cosas, con ellos es el triple… La perseverancia es lo que lleva al éxito”, enfatiza María Elena.
Pese al diagnóstico, cuya noticia puede desplomar el mundo de los padres, María Elena considera que hay una luz más allá del panorama sombrío.
“Hay que intentar hacer ver que se puede desenvolver como otras personas. Como papás, hay que insistir”, subraya.
El esfuerzo tiene su recompensa, y el premio, no obstante, está a la vuelta de la esquina: “Nos enseñan a amar y a estar más unidos en familia. Lo mejor es enseñarles a ser independientes”.