El síndrome de Down no es obstáculo para que Manuela tenga vida plena

Manuela Alejandra, de 21 años, lleva una vida muy activa. Trabaja, baila y hace teatro. La constancia ha sido clave en ella.

Por Rafael Mendoza López

2019-03-19 8:47:26

Manuela Alejandra Romero tiene 21 años. Es callada. Tímida. En sus ojos, sin embargo, brilla un chispa de juventud incontenible, de curiosidad y ganas de aprender.

Su madre, María Elena Mejía, es su cómplice y amiga. La lleva, religiosamente, a sus clases de ballet y danza contemporánea, los lunes y miércoles.

“La satisfacción más grande es verla en un escenario con 250 niñas regulares. Esa es la actividad más grande en la que ha participado”, comenta Mejía.

Con ocho años de asistir a clases, es evidente su coordinación y las agilidad de sus movimientos. “Ya el nivel de ella viene siendo como un nivel intermedio”, reseña su maestra, Ruth Elena Rivera.

Como en todo individuo, Manuela presenta las dificultades para aprender que dependen del empeño que cada persona le ponga y del maestro que le toque. El síndrome de Down no ha sido obstáculo.

“A veces está en cada persona, dependiendo de cada maestro, que presiona de diferente manera, pero realmente limitaciones no hay”, manifiesta la profesora.

La madre cuenta que Manuela ha logrado mantener su peso ideal gracias a las clases de danza y ballet. “Por eso hacemos el esfuerzo de traerla (a las clases). Ella desarrolla normalmente sus coreografías con las demás chicas. No es la idea que sea una gran bailarina, sino que pueda aprender a coordinar (el cuerpo)”, señala Mejía.

La joven es tímida, pero siempre tiene una sonrisa para regalar. Foto EDH/Menly Cortez

Una agenda intensa

Las actividades semanales de Manuela no tienen tregua. Los jueves, también, participa en un club de lectura, los miércoles va a teatro y los lunes y miércoles, en la mañana, hace una pasantía en la organización Assitenza Italiana.

En ese lugar, bajo el mando de la administradora, Paty Penutt, se encarga de varios quehaceres. Se dedica a ordenar folletos de estudio y revisar que los salones de clases estén limpios y ordenados.

Penutt expone que es satisfactorio incluir a jóvenes como Manuela. “Ahora tiene un año de trabajar, pero ya en seis meses se había adaptado al lugar y a las labores”, manifiesta la administradora.

En su trabajo de lunes y miércoles, de 9:00 de la mañana a las 12:00 del mediodía, lo que menos le gusta hacer a Manuela es sellar los recibos.

“Para nosotros ha sido un esfuerzo extra. Recibimos una capacitación para cuidarla. Para ella, reírnos es difícil, porque cree que se están riendo de ella”, relata Penutt. Pese a ello, las barreras laborales para personas con síndrome de Down llegan hasta donde la sociedad las impone. Ese es el ejemplo de Manuela.