El caserío de Acajutla que improvisó una escuela en una champa para que los niños aprendan a leer y escribir
Los niños de 4 a 12 años del caserío Los Almendros, conocida como “La Ciudad Perdida”, en Acajutla, reciben clases en una champa improvisada, debido a que los centros educativos se encuentran a una distancia de hasta 5 kilómetros. Aquí, las carencias no terminan.
SONSONATE. Reina Elizabeth Castillo, de 8 años, permanece sentada entre las primeras filas de pupitres que han sido prestados e instalados en una champa improvisada en el caserío Los Almendros, en Punta Remedios, Acajutla; donde funciona una escuela bajo una champa para que los niños tengan acceso a educación.
Reina presta atención y dibuja entusiasmada lo que la docente, Gladys Iraheta Sánchez, escribe en una pizarra quebrada que, también, ha sido prestada con el afán de incentivar a los niños para que aprendan a escribir y leer.
A sus ocho años, Reina debería estar cursando segundo grado, sin embargo aún no sabe leer ni escribir. Pero su entusiasmo por aprender es tan grande que siempre que puede le muestra a la docente su trabajo realizado.
La pequeña Reina, de ojos expresivos y de tez blanca, es parte de los 24 niños que se resguardan bajo una galera de lámina, emocionados por conocer las letras y los números, pese a la falta de materiales como lápices, colores, libros y un espacio adecuado para el aprendizaje.
Desde hace tres años, cuando Reina llegó a vivir a la comunidad de Los Almendros, conocida como “La Ciudad Perdida”, la niña dejó de ir a clases, debido a que los centros escolares accesibles para esta población estudiantil se encuentra entre 3 y 5 kilómetros de distancia, y la zona costera donde residen en tiempo de invierno es difícil de recorrer, por lo pantanoso del área y los ríos que se desbordan.
Los niños de 4 a 12 años del caserío Los Almendros, conocida como "la Ciudad Perdida", en Acajutla, reciben clases en una champa improvisada, debido a que los centros educativos se encuentran a una distancia de hasta 5 kilómetros. La maestra, contratada por la comunidad, necesita de material didáctico como libros, cuadernos, crayolas.
Reina todos los años repetía kinder porque dejaba de ir a la escuela, recuerda María Isabel Castillo, madre de la pequeña.
“Soy madre soltera, entonces tengo que trabajar y la niña me la llevaba al trabajo porque la escuela esta muy lejos, así que con esta escuelita, aquí, ella puede aprender a leer y ya no se queda sin estudiar”, manifiesta Castillo.
Por iniciativa de la Asociación de Desarrollo Comunal (Adesco), la profesora Gladis y por el deseo de que los niños aprendan a leer y escribir, improvisaron, este año, una escuelita para ese sector.
La docente explica que la idea surgió con el objetivo de beneficiar a un aproximado de 42 niños que residen en la zona y que desistían de estudiar a medio año.
“Lo que pasa es que los niños iniciaban, pero cuando empiezan los problemas del clima o los adultos empiezan su trabajo, ya no llevan a los alumnos, entonces el niño pierde su año escolar y vuelve el otro año a quedarse en el mismo nivel”, expone la profesora.
Este año, ella tiene el reto de enseñar a leer y escribir a 16 estudiantes, algunos con sobreedad escolar y pese a limitantes como la falta de libros y cuadernos.
La comunidad de Los Almendros se encuentra entre cañales y terrenos, su forma de llegar es extraviada y para llegar a la zona el punto de referencia es la antigua hacienda La Perdida.
Según Gladis, la zona es tranquila, pero la distancia del centro escolar para un niño de 4 años a ocho años es bastante peligroso, y es el primer obstáculo que los padres ven para que el infante asista a clases.
En la zona no hay transporte colectivo, y el tiempo de recorrido para llegar a la escuela más cercana es de 50 minutos caminando entre calles empedradas, veredas y ríos.
Gladis, licenciada en Educación Parvularia, manifiesta que el proyecto es todo un reto, debido a que atiende niños de 4 a 12 años.
“Para nosotros, la educación es el desarrollo de una comunidad (…) pero hay niños de 12 y 13 años que no saben leer, y eso para nosotros como educadores es triste, los padres de ellos son analfabetas entonces, en ese sentido, el analfabetismo se va incrementando y no es conveniente para la sociedad”, expone la docente.
Bajo la galera de ocho metros cuadrados, los alumnos que asisten desde parvularia hasta cuarto grado se prestan los colores, lápices y borradores. También comparten sus refrigerios.